En nuestro país la Epifanía se ha convertido en una orgía de consumismo con la compra de una infinidad de juguetes destinados a los niños pero para satisfacción de los papás. Los reyes son para los papás
Sigo convencido que los niños necesitan pocos juguetes para su diversión y su educación. Ahí está ese común interés que despierta a muchísimos niños el envoltorio, la caja, antes que el juguete, la velocidad con que se abandonan, se rompen o entran en obsolescencia y la desproporción que suele haber entre el precio y el grado de satisfacción.
Claro que cualquier padre querría lo mejor para sus hijos. Pero, muy a menudo, la explosión de regalos se enraiza en penurias infantiles mal recordadas, insuficiencias emocionales de quienes dan con más facilidad cosas que cariño y envidias por emular al prójimo o al vecino.
A ello se puede sumar la escasa resistencia a las exigencias de tiranuelos con el coco comido por una publicidad engañosa y oprobiosa y mucha tontería.
Los obsequios a las niños deberían estimular la ilusión y la imaginación, pero también el respeto a ellos mismos. Como respetuosos son el oro, el incienso y la mirra. La fantasía de los Magos no es una mentira. La mentira es recubrir con objetos materiales lo que debería ser una muestra de respeto y amor.
Claro que no hay oro de Playmobil, ni incienso de Barbie ni mirra Nintendo. No se puede luchar individualmente con un sociedad consumista y la presión mediática de la publicidad. Pero sólo los padres pueden darles otro sentido a los regalos y conseguir que la ilusión de un 6 de enero dure todo el año.
Los papás deben ser los Reyes.
X. Allué (Editor)