Los vendedores de humo

Por Cristina Lago @CrisMalago

Prácticamente le acabas de conocer y te pregunta ¿crees en el amor a primera vista?. Te trata como a un rey o como a una reina. Promete más que un político en campaña. Sus frases van precedidas por el ‘nunca’: nunca había conocido a nadie como tú, nunca había pensando tanto en una persona, nunca había sentido esto antes…Sus amigos te dicen que no para de hablar de tí. Casi desde el primer día, te abre las puertas de su casa, de su vida y de su corazón y todos sus planes de futuro llevan tu nombre. ¿Te suena la película? Puede que estés siendo el nuevo/a protagonista del enésimo remake de Los vendedores de humo: el retorno.

Dice el refranero popular una frase que encaja a la perfección con el modus operandi de los vendedores de humo: arrancada de caballo, parada de burro. Si algo caracteriza a este tipo de comportamientos, es una prisa desproporcionada en establecer un vínculo que naturalmente debería construirse con el tiempo. A la mayoría de las personas les chocarán tantos detalles, tanta pasión y tantas promesas en alguien que apenas acaban de conocer. Quienes tengan una autoestima en su sitio y una visión del amor realista y madura, son prácticamente inmunes al efecto relámpago de los vendedores de humo.

Otras personas ignorarán su instinto y se lanzarán a la vorágine de histrionismo romántico que se les oferta a manos llenas, enganchándose a la nube de ego rosa generada por una historia -salvo algunos raros detallitos – digna de cualquier novela de Danielle Steel.

Cuando los vendedores de humo se desinflan, lo cual suele ocurrir en un brevísimo lapso de tiempo, la otra persona ya está tan enganchada al cuento de hadas que el aterrizaje hacia el duro suelo puede ser casi mortal (para la autoestima).

Tras ello, suele seguir un periodo en el que el comprador de humo se deja la vida para complacer al otro y poder recuperar el maravilloso sueño del inicio. Lo cual no ocurre nunca, ya existió un enamoramiento real. El caballo se convierte en burro y ahora resulta que quien va demasiado rápido eres tú.

¿Por qué existen personas que necesitan vender humo? Las razones pueden ser diversas. Vacíos circunstanciales, adictos al amor, adictos al romance, enamorados de su propia película, patrones afectivos de mala calidad, personalidades infantiles, trastornos de la personalidad…la tentación más habitual es la de psicoanalizar al otro en busca de sus taras. No pierdas el tiempo, ni los megabytes de tu ADSL: sus dramas personales no son problema tuyo ni  tú vas a obtener las respuestas mirando en la Wikipedia.

En primer lugar, entender claramente que el amor requiere su proceso y se cocina a fuego lento. Que se aprende a amar lo que se conoce. Si muestran tal despliegue emocional al poco tiempo de encontraros, tened poca confianza en quien, no habiendo apenas tenido un trato íntimo con vosotros, es capaz de establecer unas conexiones tan rápidas y superficiales. Ya lo indicaba Erich Fromm el amor es una actividad, no un afecto pasivo; es un ‘estar continuado’, no un ‘súbito arranque’.

En segundo lugar, asumir que este comportamiento dista mucho de ser un halago. ¿Cómo va a serlo que alguien diga estar enamorado/a de tí, si apenas sabe quién eres, qué te gusta, que detestas, que te ilusiona, cuáles son tus sueños, tus dolores, tu esencia? Aparcar por un rato el subidón narcisista que nos producen los que nos venden el amor perfecto de las películas, es una medicina eficaz para poner las cosas en perspectiva.

Si estás en un momento bajo de tu vida o te sientes solo/a, recuerda que hay que estar bien para tener buenas relaciones, no meterse en relaciones random pensando que así vas a estar bien.

¿Estás ya enredado/a en la promo amorosa de un vendedor de humo? Escucha a tu instinto, rara vez se equivoca. Pon el freno, observa la situación y no permitas que fuercen tu ritmo. Si estás pasando una mala situación en tu vida, tendrás mayor propensión a iniciar relaciones inconvenientes en momentos inadecuados. Y sobre todo, antes de lanzarte de cabeza, repítete, como un mantra, este otro refrán: obras son amores y no buenas razones.