Lygia Pape en la Serpentine Gallery

Por Calamar
Lygia Pape: Magnetized Space
 Hasta el 19 de febrero
 Serpentine Gallery - Londres
Los libros de Lygia Pape por  María Clara Amado Martins
Ttéia 1, C   - Lygia Pape
No había llovido en todo el día hasta que, después de  pasar con apuro entre las últimas luces y casetas navideñas que resisten en Hyde Park, llegamos a los jardines de Kensigton, la otra mitad del parque en el que cuatros siglos antes Enrique VIII cazaba distraídos cervatillos. Pasamos por delante del Monumento al príncipe Alberto, a quien su muerte prematura no le permitió que su esposa le erigiese este colmo neogótico por el que habría de sentirse, en sus propias palabras, permanentemente ridiculizado. Más adelante, después de atravesar un sendero y cruzar el río Serpentine, que es un afluente del Westbourne, que a su vez es un afluente subterráneo del Támesis, llegamos a una coqueta casa del té levantada en 1934, reconvertida en museo de arte en 1970 y reformada como galería de arte contemporáneo veinte años más tarde bajo el patronazgo de la sloan ranger elevada a martir, Lady Di. Es la Serpentine Gallery, conocida sobre todo porque cada año un star system architect diseña un pabellón en los jardines que sirve para proyectar películas e impartir conferencias durante el verano. Por ahí han pasado Siza, Koolhas, Niemeyer, Nouvel, o el año pasado, Peter Zumthor. La entrada es gratuita, y la exposición que fuimos a ver, Magnetized Space, enseña una parte de la evolución artística de una figura mayor del arte brasileiro, Lygia Pape (1927-2004). A comienzos de los años 50 en Brasil se llora el maracanazo y en Sao Paulo, además, unos tipos hablan de concretismo, una tendencia de la abstracción que sugiere que el arte debe liberarse de cualquier asociación simbólica con la realidad. Las líneas y los colores son concretos por sí mismos. Dicho en otros términos, la obra de arte no refiere a la realidad o a la emoción, sino unicamente a sí misma. O sea, tributando en la URSS. Sao Paulo una vez me pareció una ciudad de intelectuales desayunando pao com queijo y leyendo reseñas de A Folha. Mientras, en la acera de enfrente, un grupo de artistas de Rio que no se tomaban tan en serio a si mismos, dicen que aunque comparten algunas pautas generales, hay que poner un enfasis mayor en la intuición como parte clave del trabajo artístico. A eso lo llaman, sin cansarse mucho, Neococoncretismo, y lo lanzan en un manifiesto en el Jornal do Brasil en 1959. Dicen que el artista ya no es sólo un creador de prototipos industriales, que tiene libertad para experimentar y alterar con emociones y subjetividad el esfuerzo constructivo. Como un Mauro Silva con el pase de Valerón, o como dicen en el Guardian, modernismo con bossa nova. Una de las que firmó ese manifiesto fue Lygia Pape.  En la primera sala hay tres vídeos de tres performance. En uno se ve como Lygia se pincha una jeringuilla en la boca y se saca sangre. En otra sala hay dos fotografías de un grupo de gente observando a dos chicos danzar en una plaza de Rio. Nos comimos una magdalena de Proust al ver los dibujos de las aceras de basalto portuguesas, las de los mestres calceteiros. Y además hay algo en estas fotografías, en las ropas de la gente, en sus poses, en la circulación, que es Brasil entero. En la siguiente sala está una de sus instalaciones más celebradas, Livro do tempo. Consiste en 365 objetos de madera, cuadrados de 16x16 cm pintados con colores primarios y que son, en palabras de la autora, una forma de conocer el mundo. Dice también que paró en esa cantidad en el momento en que se percató de que estaba realizando una pieza al día (365 días del año), de que estaba marcando un tiempo de ejecución determinado con un sentido de pausa que percibía y valoraba como parte de la obra,  algo que descartaban los matemáticos paulistas. Y ya en la última sala nos gustó mucho la instalación Ttéia 1 C, que de alguna manera cierra una trayectoria añadiendo el formato tridimensional a las exploraciones geométricas que dominaron su obra. En esa sala oscura unos cuantos hilos de oro, oportunamente iluminados, crean unos ejes de luz brillantes que se entrecortan en ángulos remarcados, como los de una película expresionista alemana. Fue Lygia Pape la que creó esa atmósfera inmaterial, y de verdad, magnética.