Este artículo está dedicado a las muchas personas que forman parte del aumento entre el 30% y 40% de sufrir un ataque de ansiedad por estas fechas, a otras tantas que pasan sus noches hablando con alguien a través del teléfono de la Esperanza o acudiendo a urgencias de algún hospital. También a esas personas anónimas que se suman a la cifra del 30% de casos de llamadas amenazando con suicidarse o del 40% de personas que, la Navidad pasada, lo consiguieron.
A aquel 8% de personas que estén pasando por un duelo reciente y que éstas sean sus primeras Navidades tras el fallecimiento; y al 15% de mujeres que, con el soniquete de los villancicos de fondo, siguen sufriendo violencia doméstica, agudizada por el consumo de alcohol y drogas que parece que aumenta gracias a los regalitos de “Santa”.
Nos han hecho creer que en Navidad todo es diversión, reunión, fusión, amor, reencuentros esperados, solidaridad (sólo hay que ver cualquier canal de televisión exponiendo las desgracias ajenas), buen humor y desprendimiento en regalos y en efusividad. Pues no, señores, en Navidad puedo y tengo derecho a sentirme con mal humor, cansancio físico y emocional, no tengo porque reír las gracias a nadie, ni regalar, ni comer como pretenden que lo haga, ni sentir la emoción esperada de ver a nadie, ni dar besos ni abrazos, ni adoptar a un niño de Somalia ni del Congo Belga, ni, por supuesto cantar ni oír cantar a niños ni adultos los inaguantables villancicos.
La realidad propia es única e intransferible, y bajo ningún concepto has de pensar que debes estar a la altura de las expectativas de los demás, de lo que esperan, de que lo que toca, porque la mayoría de estas perspectivas de los otros, son condicionadas y adquiridas por la sociedad, por la familia y porque es lo que “toca”. Si te sientes fuera de todo esto, da las gracias, siéntete diferente porque eres tú, porque eres congruente con lo que sientes y piensas y lo manifiestas, sea Navidad o sea el mes de Agosto.