Manchester frente al mar es una alegoría sobre el dolor y el valor que en sí mismo tiene el poder de nuestras propias decisiones. En este sentido, el destino se convierte en el más feroz de los asesinos, y ni tan siquiera la banda sonora de Lesley Barber, en su épica concepción, se muestra capaz de devolvernos a la superficie. Viendo esta película —fotograma a fotograma—, nos parece que no es posible volver a caer en una nueva capa que nos lleve directamente a la sima del desgarro, pero no es así, porque en esos sólidos estados del silencio que Kenneth Lonergan crea para todos nosotros —y a los que un majestuoso Cassey Affleck pone rostro—, nos lleva inmersos por un estado de hipnótica locura que nos mantiene pegados a la silla por el mero hecho de que nos sintamos cómplices de una historia muy bien contada, en la que su gran acierto está en esos viajes al pasado que nos muestran el verdadero y último sentido de aquello que se nos narra, y lo hace dentro de una estructura narrativa contenida como contenido es el tratamiento que se le da al dolor. Un dolor en el que también caben pequeñas dosis de humor como mejor representación de los diferentes estados anímicos que experimenta el ser humano ante la muerte. En este sentido, si Lee, el personaje interpretado por Cassey Affleck representa la cadena perpetua del dolor, su sobrino Patrick —al que da vida Lucas Hedge—, es la viva imagen de la necesidad de seguir viviendo a través del amor, aunque éste sea un mero experimento en manos de un adolescente de dieciséis años, porque Manchester frente al mar también representa la posibilidad de regresar a la vida a través de la mirada de aquellos que todavía no cargan con su propia culpa. Ese regate a la desgracia alcanza tintes épicos cuando Randi —la exmujer de Lee—, muy bien interpretada por Michelle Williams, le pide perdón y le confiesa su amor, en una escena de esas que hacen grande al cine por lo auténticas que nos resultan. Un momento que no es único en cuanto a su rasgo de veracidad, pues la película cuenta con secuencias memorables como la del hospital casi al inicio de la misma.
Manchester frente al mar es el relato del día a día de unas personas anónimas que no atesoran más dilemas que los de intentar seguir viviendo en las turbias aguas del dolor, y de ese modo, acercarnos a la esencia que todo ser humano lleva tatuada en su ADN, por más que en muchas ocasiones la evitemos. De ahí que no sea extraño que, ante el dolor, reaccionemos bajo los sólidos estados del silencio.
Ángel Silvelo Gabriel.