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Desde el primer instante que lo vio aparecer por la enorme puerta de cristal supo que la iba a abandonar. Era un término que no le gustaba en absoluto; se abandona a alguien indefenso que morirá sin tu protección. El resto es irte, simplemente irte.
Le hizo una señal al camarero para que se acercara y de esta forma ganar segundos mientras lo veía tomar asiento con actitud vacilante.
No hubo saludos ni preguntas. Un escueto y tópico “tenemos que hablar” fue suficiente para iniciar lo inevitable.
A los pocos segundos, él ya estaba en el preámbulo de lo que sería su rosario de argumentos, motivos, razones y ella seguía afanosamente abriendo cajones mentales buscando no sabía qué para que aquello transcurriera de la mejor manera posible. De pronto recordó que hacía unos años había comprado una curiosidad literaria en una librería de segunda mano: era un pequeño ejemplar de finales del siglo XIX de tapas naranjas con una tipografía absolutamente femenina y que tenía el divertido nombre de “Manual de la Perfecta Abandonada”. En él la autora enumeraba de manera sencilla los aspectos más importantes a tener en cuenta si teníamos que enfrentarnos a esa desagradable experiencia.
Él había empezado el capítulo de tímidos reproches que justificaban sus argumentos anteriores y ella contuvo el esbozo de una sonrisa.
“Mostrar sorpresa, sin perder la compostura. Es muy importante tensar la espalda y adoptar una pose envarada a la vez que buscar algún objeto cercano con el que jugar, de manera mecánica para así demostrar nerviosismo contenido. Los guantes, un pañuelo ó algún adorno personal que llevemos puesto son las mejores opciones, pero nunca con ademanes bruscos que hagan suponer que podemos perder el control sobre nosotras mismas. Esto hará que el varón se sienta en la obligación de mostrarse comedido y cortés”
Sin darse apenas cuenta, se encontró dejando su actitud relajada en la silla del restaurante y convirtiendo el teléfono móvil en objeto giratorio encima del mantel. Él reaccionó ante este cambio acercando su mano en tono conciliador y ella quedó fascinada ante la escena.
Recordaba haberlo leído durante uno de sus muchos fines de semana en soledad, mientras él tenía vuelo intercontinental. A lo lejos escuchaba algo de la distancia y la tristeza de estar solo combinado con el tiempo. Le sonó a fórmula matemática, pero sus pensamientos volvieron al pequeño ejemplar naranja.
“Mostrar enojo, sin llegar a la histeria. Los hombres necesitan sentirse importantes pero a la vez no es conveniente mostrarles un poder desmesurado sobre nosotras, por lo que haremos algunos reproches de carácter menor, dejando a un lado aquellos que puedan suponer un motivo de alteración en nuestro ánimo. Sus defectos cotidianos ó descuidos a nivel sentimental suelen ser unos buenos ejemplos a utilizar. Así se convencerá de que nuestro amor propio se impondrá sobre las tentaciones de venganzas siniestras que pudieran dar al traste con sus planes”
-Bueno, digamos que supiste compensar de forma práctica esos elementos de la ecuación y que el truco de la diferencia de hora para llegar siempre tarde a felicitar los cumpleaños y aniversarios dejaron de colar hace años –dijo con estudiado enfado y su mente se concentró en ver los efectos que causaban sus palabras en el ánimo de su interlocutor.
Lo vio erguirse levemente y distinguió un pequeño brillo de tranquilidad en el fondo de sus ojos grises a la vez que le espetaba que ella tampoco había hecho gran cosa para hacer que las cosas fueran diferentes.
Sintió un escalofrío de emoción al notar que él había recobrado una parte de la seguridad perdida hacía unos segundos.
Evocó su desacuerdo y contrariedad leyendo aquel librito pequeño en tamaño y en extensión y felicitándose por vivir en una época donde la sumisión femenina era historia y la consideración hacia el varón había bajado bastantes peldaños.
“Iniciar un leve llanto sin llegar en ningún momento al desconsuelo. En este paso es muy importante medir los tiempos entre la primera lágrima que no limpiaremos hasta que sea evidente en nuestro rostro y una actitud de triste resignación sin llegar al punto de ocasionar el desasosiego de la duda en nuestro interlocutor; para ello alternaremos el decaimiento con claras señales de nuestro orgullo herido y dispuesto a sobreponerse a cualquier contratiempo. Mirar a los lejos con ojos húmedos y un leve temblor de labios es el mejor acompañamiento. Esto le confirmará que no ha hecho daño suficiente como para sentirse en la necesidad de repararlo con una rectificación”
A estas alturas, ya había habido alguna mención a la atractiva sobrecargo con la que charlaba animadamente al salir, siempre que ella lo iba a recoger al aeropuerto.
Rebuscó afanosamente en su cerebro hasta encontrar algo que le sirviera. ¡Ah sí! Aquel día que sin querer hizo que una de sus pestañas recién impregnadas de rimmel, acabaran dentro de su pupila. Al instante sintió que sus ojos adquirían una humedad incontenible y una lágrima se resbalaba demasiado rápido para su gusto por su mejilla. Esperó a que llegara a la comisura de los labios y la retiró con un leve manotazo a la par que levantaba la cabeza y miraba a través del ventanal hacia la calle.
– Ya lo suponía desde hace tiempo, no te preocupes. Saldré de este bache igual que de muchos otros en mi vida – y mordió levemente su labio inferior a la vez que echaba hacia atrás sus hombros como si se dispusiera a salir a desfilar en una pasarela de alta costura.