Marañón curazao

Por Dolega @blogdedolega

En mi vida los árboles han tenido una importancia muy grande. Recuerdo un enorme árbol de marañón curazao que había en el jardín de casa.

Recuerdo cuando se ponía en flor y el suelo se convertía en una alfombra color fucsia y yo recogía puñados de flores para hacer las pócimas mágicas para poder nadar y trepar árboles en viernes santo.

Por supuesto todas mis pócimas iban acompañadas de bailes consistentes en girar sin parar durante muchos minutos, baños incesantes en el caño y una escrupulosa recogida de flores silvestres, sin las cuales las pócimas no habrían tenido ningún valor. Luego había que seleccionar las piedras con los colores adecuados para que la mezcla de todos los ingredientes, crearan la magia necesaria para hacerme inmune a cualquier maleficio.

Las viejas del lugar, nos advertían sin cesar, a los más pequeños, que en viernes santo no se podía nadar porque te convertías en pez, ni trepar árboles, porque te convertías en mono y así, toda una serie de consignas dirigidas a evitar todas las actividades lúdicas en esos días de recogimiento y oración.

Con lo que no contaban las viejas del lugar, es que una salmantina que, en invierno y en plena guerra civil, rompía el hielo del rio de su pueblo con una piedra, para lavar las tripas de la matanza y en verano, a cuarenta grados al sol iba a la era montada en el trillo, necesitaba algo más que amenazas, para creer que la niña se le convertiría en mono cariblanco si la dejaba irse a jugar al jardín los días de vacaciones de semana santa.

Así que la niña, que encima tenía una imaginación digna de una hechicera de pacotilla, después de echarse por encima la pócima mágica de flores, se dedicaba a tirarse al caño cada diez minutos y a subirse a todos los árboles del jardín y aseguro que en 10.000 metros de jardín tropical (1 hectárea) caben muchos, muchos árboles.

El de marañón curazao era de mis favoritos. La fruta huele a flores y sabe a flores. Te subes a él cuando está cargado de frutos, escoges una rama fuerte, te acomodas poniendo el centro de la espalda sobre la rama para mantener el equilibrio, tumbada mirando hacia arriba y estiras la mano y empiezas a comer y comer y soñar…

Soy una hechicera que viste con enormes plumas de guacamaya verdes y azules y puedo volar sin mover las alas. Simplemente cierro los ojos y me elevo del suelo suavemente. Empiezo a subir y a subir y miro la cima del volcán Barú y me dirijo a él. Llego y me poso despacito en la cumbre. Hace un espléndido día, no hay bruma ni nubes porque sabían que yo iría y no han querido estropear la vista.

Doña florita, mi maestra de tercer grado de primaria, lo dijo hace unos días en clase- “En la cumbre del volcán, en un día claro, se divisan los dos océanos, el Pacífico y el Atlántico”. Afino mi vista de águila para divisar las aguas de ambos lados.

-¡Dolega a comer!

El chillido ha sobresaltado a la hechicera que ha estado a punto de caerse del árbol por el susto. Llega a la mesa y se encuentra un plato de lentejas estofadas. Los marañones comidos durante el vuelo de ascenso al volcán, no han dejado espacio en el estómago para las lentejas.

Eso no es alimento para una elegida por el gran Tucán como la guardiana del hechizo del viernes santo, así que se niega a comerlas, sin embargo la perspectiva de estar castigada lo que resta del día y tenerse que comer las malditas lentejas para cenar, porque la madre de la hechicera es de la vieja escuela y se las guardará en la nevera para la noche, hace que reconsidere su posición.

Se sienta a la mesa de mala gana y adopta una pose altiva, digna de princesa indígena. Coge la cuchara y echa un chorreón de vinagre en las lentejas porque así se las han enseñado a comer y se dispone a pasar el sacrificio que le imponen por tener poderes sobrenaturales. Mientras piensa frustrada:

¡¡Pero donde se ha visto a una magnífica maga de largos cabellos rubios, provista de enormes plumas de guacamayo para volar e inmune a los malos hechizos del Viernes Santo, comiendo lentejas!!