Por un lado, el marketing y la publicidad de la industria alimentaria es muy poderoso y muy difícil de contrarrestar con campañas oficiales. Ejemplos como el bacon en el desayuno estadounidense o el zumo de naranja son dos casos muy llamativos de como el marketing puede modificar los hábitos de consumo. Además, pese a los intentos de implantar medidas de autorregulación, la publicidad de alimentos sigue teniendo pocas luces y muchas sombras.Y en el campo de la investigación, las sombras se extienden todavía más. En 2013, un grupo de investigadores españoles publicó en PLOS Medicine una revisión sobre los sesgos y los conflictos de interés de los artículos sobre bebidas azucaradas y ganancia de peso, y los resultados fueron alarmantes. Las revisiones sistemáticas con patrocinio declarado o con conflicto de intereses con compañías de alimentación o bebidas tenían cinco veces más probabilidad de concluir que no existía asociación positiva entre obesidad y bebidas azucaradas.Curiosamente, la situación que hemos comentado recuerda ligeramente a lo que ocurre con la investigación financiada por la industria farmacéutica (esta presentación de Javier Padilla lo resume muy bien). Los sesgos siempre están presentes, la única cuestión es conocerlos de antemano y manejarlos adecuadamente para que los arboles nos permitan ver el bosque.
Por consiguiente, la influencia de la financiación directa a los investigadores desde la industria puede resultar peligrosa y crear sesgos. Por este motivo, deberían establecerse regulaciones que, sin ser asfixiantes para las iniciativas privadas, ayuden a tomar una decisión clara sobre si hay que evitar totalmente cualquier financiación directa por parte de estas industrias, tal como ha sucedido con el tabaco. Quizá sea una medida necesaria si se siguen acumulando evidencias de sesgos ligados a la financiación directa de la industria alimentaria.