¡Qué difícil es a veces enfrentarse a las situaciones de la vida !!
En verano sobre todo, que estamos agotadas del esfuerzo de todo el año, o al inicio de curso, con pleno el estrés post-vacacional… y ¿qué me decís de las navidades con su melancolía? ….
¿Por qué será que a veces nos resulta casi imposible encontrar el momento adecuado para abordar esas situaciones peliagudas que todos tenemos y que amenazan con poner en peligro nuestro ya deficiente bienestar?
Gran responsabilidad de esto tienen nuestros tan admirados mecanismos de defensa, siempre dispuestos a movilizarnuestra energía psíquica hacia la huída, justificación-explicación, negación.
Todo vale, con tal de evitar cualquier cambio de forma de pensar, sentir o actuar que nos aparte de nuestra homeostásis actual enfrentándonos a la realidad.Es cierto, que estos mecanismos no siempre son muy habilidosos y a veces causan estragos (síntomas físicos, desencuentros o conflictos personales, bloqueos…), daños colaterales derivados del desgaste de la lucha entre nuestra parte sana que pugna por salir y la bloqueada, que pretende continuar su reinado.
Os dejo con un interesante artículo de una compañera que explica de forma extraordinaria de qué manera estos mecanismos nos empujan en diferentes direcciones evitando que nuestra atención se centre en lo importante.
Huimos… permanentemente. Ante situaciones conflictivas, escapar resulta fácil o, como mínimo, menos difícil que enfrentarlas directamente. Nos defendemos del sufrimiento, de la soledad, de la crítica, del abandono. Huimos hacia todas partes y hacia todos los tiempos, con tal de no permanecer en el único lugar y momento donde hay que estar: en el aquí y ahora.
Los mecanismos de defensa están ahí para protegernos. Y más vale ser conscientes de su presencia y gestionarlos, que pretender expulsarlos violentamente o intentar convencer —y convencernos— de que no existen, de que somos la fotografía más genuina de la transparencia. No funciona, porque el autoengaño no suele ser un buen antídoto para los miedos.
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