Hay muchas medicinas y formas de ejercerla. Pese a que la globalización y el pensamiento único nos ofrecen una posibilidad de todos conocida hay alternativas. Y no estamos hablando de usar tal o cual técnica ni de acudir a ningún gurú o nigromante. Se trata de hablar de valores, aquellos que soportan la concepción de salud, enfermedad y de las relaciones que la medicina tiene con estos conceptos y con las personas.
Por poner un ejemplo podríamos decir que en Estados Unidos la medicina es un gran negocio con su correspondiente ánimo de lucro, en Canadá también es negocio que mueve muchísimo dinero pero en este caso no hay lucro, el sistema es entéramente público. Todos los países optan por sistemas sanitarios y concepciones médicas determinadas que constituirán la estructura sobre la que se presten los cuidados.
La reflexión que planteo a estudiantes, personal en formación biosanitaria y también a profesionales sanitarios con experiencia es la siguiente: ¿Es posible una medicina basada en ciencia, servicio y creatividad?
Basarnos en la ciencia implica rigor. Es necesario mantenerse al día en lo que la evidencia científica de calidad nos dice para tratar de mejorar las múltiples decisiones clínicas que tomamos cada día. La presión de la propaganda y las noticias que diferentes lobbies emiten sobre salud, en especial sobre tratamientos farmacológicos ó de otra índole, métodos diagnósticos de vanguardia y adminículos digitales, aplicaciones y programas es enorme. Se necesita mucha prudencia y conocimiento para poder separar el trigo de la paja.
El servicio es una de esas cosas que parece no estar de moda. Nos gustan que nos sirvan pero servir, servir no suele parecernos plato de gusto. Sin embargo la medicina se sitúa muchas veces en la esfera de los servicios públicos y en ese sentido parece sensato rescatar el valor de la palabra. Esto implica tratar de hacer mejor las cosas. La gran dificultad estriba en el choque de las buenas intenciones de unos profesionales que tratan de hacer lo que pueden y una estructura que en muchas ocasiones los maltrata ó les ofrece incentivacion inversa (medra el que no hace y el innovador es castigado).
La creatividad en el mundo de la salud parece reservada para esos pocos que tienen a su disposición grandes laboratorios, ensayos clínicos patrocinados ó tiempo abundante para dedicar a la investigación. Es un gran error. Pequeñas iniciativas creativas dentro de una consulta pueden suponer grandes beneficios para pacientes, profesionales y sistema sanitario. Visibilarlas e incentivarlas debería ser prioridad en el proceloso mundo de la gestión sanitaria que tanta dificultad tiene para salir del despacho y detectar lo que merece la pena apoyar sin ambages.
Todo profesional sanitario tiene su código ético, la mayoría de las veces privado y oculto, otras público y a la vista de todos. Sería interesante que de vez en cuanto le diéramos una manita de pintura y reflexionáramos sobre el mismo. ¿Debemos aceptar sin más el código de valores de la empresa en la que trabajamos? ¿Es posible elegir mejores valores? ¿Podemos hacer las cosas de otra forma?