Memoria de mi enfermera XIV: "El Bueno, el Feo y el Malo"

Por Lolamontalvo
Acaban de darme el alta en el hospital. Mi nombre da igual, podría llamarme José o María o Gerardo, quizá Angustias o Lorenzo... ¡Qué más da! El caso es que he pasado un largo periodo de ingreso en un hospital por una grave enfermedad o quizá para recibir un trasplante o por una grave dolencia cardiaca que ha requerido una intervención quirúrgica. Eso, estoy convencido, da absolutamente lo mismo. Para cada uno de nosotros nuestra dolencia es la importante, la grave, la penosa, la que produce angustia y dolor... sencillamente porque es la nuestra, la que nosotros sufrimos.Cuando una persona ingresa en un hospital se aúnan en su espíritu dos temores: el temor derivado del propio mal que le aqueja, de su gravedad, de su incierto pronóstico y posibilidades de tratamiento y cura, así como de los medios que se pondrán en marcha para darle solución; si será preciso o no pasar por quirófano, o quizá recibir radioterapia o quimio, esos dos grandes monstruos. Creo que ustedes me entienden. Estas cosas aterrorizan, sobre todo a los que somos profanos en el tema, a los que de medicina no sabemos casi nada, no por falta de capacidad sino de ganas. Porque a pocos les interesa las cuestiones relativas a la salud, hasta que es la propia la que se ve afectada por un grave padecer. Pocos valoran su maravilloso estatus de «sano» hasta que su organismo es atacado por un mal de nombre impronunciable para el común de los mortales.Otro de los temores que sufrimos cuando ingresamos en un hospital es el relativo a las personas que se ocuparán de cuidarnos, de tratarnos. Supongo que es habitual, y no sólo a mí me pasa, que todos procuramos pensar que el equipo médico que nos atiende es el mejor, el más capaz, el que mas conocimientos tiene, el que más pericia muestra en diagnosticar, en intervenir, en tratar. Que los profesionales de enfermería y los auxiliares que llevan a cabo su labor en nuestra planta son los más capaces, los que mejor saben qué es necesario en cada momento, qué lo más oportuno. Los que mejor detectan en sus inicios cualquier malestar o complicación, lo que de forma más diligente actúan cuando la situación pinta mal. Los más entregados a su labor y a nuestras necesidades. Para ellos debemos de existir sólo nosotros.Sí, eso es lo que nuestro cerebro busca para convencerse de que estamos en las mejores manos, de que nuestro mal va a ser combatido con las mejores herramientas, con el mejor equipo humano que pueda existir en la Sanidad de nuestro país.Ingresamos. Firmamos varios papeles confiando nuestro destino a ese personal, a los recursos de ese hospitalY rezamos para que nuestra enfermedad tenga posibilidades de ser atajada definitivamente y poder regresar a nuestra casa, a nuestro hogar, a ese lugar del que nunca deberíamos haber salido.¡Ah, ya sé lo que se están preguntando! ¿Quién es el Bueno, quién es el Feo y quién, el Malo?¡Claro, claro, es cierto, eso no lo he indicado! Discúlpenme, tengo la cabeza...
  • El Bueno es lo que predomina en nuestros hospitales: un equipo médico y una plantilla de enfermería, auxiliares, técnicos y celadores que trabajan de forma capaz, diligente y científica, de resultas de lo cual nosotros sabemos que hacen lo posible -y, a veces, lo imposible- por tratar nuestro mal, tenga cura o no, el pronóstico sea bueno o no. El Bueno es lo que todos buscamos, lo que queremos, lo que en realidad predomina en nuestros hospitales, lo que caracteriza el trabajo cotidiano de la mayoría de plantas, servicios, unidades y secciones de nuestro centros hospitalarios. El Bueno conforma esa sensación inefable, imposible de describir y muy grata, de que se ha hecho siempre y en todo momento lo mejor para nuestra situación, recuperemos o no la salud, se tenga un final feliz o el resultado haya sido la muerte. Porque a veces las personas van a morir al hospital; entonces la muerte no es un fracaso si no algo esperado, cuyo tránsito se allana muchas veces en las camas de los hospitales, no sólo para los pacientes sino para sus familias, siendo ése el verdadero éxito.
  • El Feo. La Fea, más bien, es la enfermedad. Esa desagradable compañera de viaje que, a veces, nos obliga a tomarle las manos, se empeña en caminar a nuestro lado y se alimenta de nuestra vida, nuestra ilusión, nuestras fuerzas, agostándolas, hundiéndolas. Obligándonos a mirarla a la cara, a afrontar sus facciones, a pasar nuestra vista por sus duros rasgos, por sus arrugas, sus verrugas, su desagradable rostro. Pero sólo, sólo cuando se la mira directamente a los ojos y no se huye su mirada podemos empezar a dominarla. ¿Echarla de nuestro lado, espantarla, apartarla? Sí, quizá es posible, pero se volverá a esconder en un recodo del camino y más pronto o más tarde volverá a acariciar nuestros dedos, los asirá con fuerza para no abandonarnos jamás. Sólo por ella visitamos los hospitales. Ella es la que, por su abrazo agobiante, nos obliga a ponernos en manos ajenas. Y, demasiadas veces, les pedimos a los médicos a los enfermeros, a todos los que allí trabajan, que nos curen. No, no sólo pedimos; muchas veces exigimos que nos vuelvan a llevar al otro lado de la barrera, a la zona de la Salud, aunque eso sea imposible, aunque el resultado sea sólo el fin. Aunque nos hayan explicado que eso no es científicamente posible.
  • El Malo, se lo pueden imaginar, supone esas veces en las que los médicos, los enfermeros, los auxiliares, los celadores, los técnicos... juntos o por separado, no hacen lo correcto para que nuestro mal se cure o para que nuestra situación llegue a buen puerto. Supone esas veces en las que la negligencia de todos o alguno de ellos, añadida a un corporativismo mal entendido fuera de los muros de sus castillos-fortaleza que son las cuatro paredes del hospital, conllevan consecuencias a veces irremediables para nuestra salud. Sí, a la mente de todos acuden, de sopetón, muchos de esos casos, sonados, con gran repercusión mediática, en los que el saber que alguien ha muerto como consecuencia de una mala práctica nos pone la piel de gallina y nos hace rezar en silencio para que nunca nos pase nada así. Esas cosas pasan... y creo que seguirán pasando. El ser humano comete errores aunque se esfuerce con todas sus fuerzas en no equivocarse. Por eso creo que esto siempre seguirá pasando.
Sí, este es el resultado de un duelo mortal entre lo que nos obliga, lo que deseamos y lo que, por desgracia, a veces sucede. En ocasiones gana el Malo, cierto, pero casi siempre gana el Bueno. Hay mucho bueno, mucho. Pero no se ve. Hacer bien el trabajo no es noticia casi nunca. Se da por hecho que esa es la obligación de los que trabajan en los hospitales. Y es verdad. La gente, las personas, entran y salen de los hospitales a diario con un trabajo bien hecho en sus cuerpos, en sus espíritus, en los sobres de sus radiografías, de sus analíticas, resumido en sus informes, en los puntos de sutura de su piel, en el marcapasos que les da una nueva oportunidad de que su vida pueda tener una cierta ¿normalidad? aún con el pesar de estar enfermo.Sí, casi siempre el resultado es el BuenoPero muchas personas sólo se fijan cuando gana el Malo.Mi nombre es Auxiliadora o Joaquín, quizá Alberto o Mara... A todos nos gustaría estar siempre sanos. Pero no puede ser, en nuestro camino nos cruzamos con la parte Fea de la vida. Acabo de salir del hospital tras sufrir una grave isquemia cerebral o un fracaso renal, quizá una apendicitis o una diabetes descompensada y todo me ha ido...
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Es una entrada poco lustrosa. Sí. Lo sé.He hablado por boca de un paciente para que nadie crea que pretendo dirigir a quién lo lea hacia un juicio de valor que me haga afín sus opiniones.Sé, soy consciente porque trabajo en esto, que muchas personas consideran que no se hace todo lo que se podría hacer. Que los profesionales de la salud nos dejamos llevar por la desidia, por el desinterés, por la rutina y que no nos esforzamos lo suficiente en hacer nuestro trabajo.Eso pasa a veces, claro que sí. Pero los casos malos son tan pocos con respecto a los miles de casos en los que los profesionales de la salud echan el resto por hacer un buen trabajo, el mejor trabajo, que no es justo que se juzgue la labor de todos por la falta de profesionalidad de unos cuantos. No soy corporativista. Lo que está mal, está mal, lo haga quien lo haga.Y yo rompo mi lanza, la mía, por todos los que se esfuerzan cada día por ser mejores, por esos profesionales de la salud que trabajan en turnos imposibles, muchas veces sin medios materiales ni humanos, que estudian durante toda su vida para estar al día, que sonríen a sus pacientes aunque estén al borde de la extenuación, que dedican minutos que no tienen en un agobiante horario a escuchar... y no sólo en hospitales, sino en centros de salud, residencias, ambulatorios, centros de Urgencias, centros de diagnóstico, clínicas.Rompo mi lanza sólo por ellos. Que son muchísimos. Muchísimos.Y, por ahora, nada más.