Memoria de mi enfermera XV: "Olvidados"

Por Lolamontalvo
Me llamo María y tengo cuarenta años. Desde hace quince cuido de mis padres, que sufren diversas manifestaciones de demencia senil. Estudié Derecho y conseguí un buen trabajo en un despacho de abogados, pero cuando mis padres necesitaron de mi ayuda al caer enfermos tuve que solicitar media jornada en la oficina. Aguanté un par de años, pero acabaron por despedirme con escusas manidas. Por supuesto en sus proyectos no encajaba una abogada que cada dos días debía faltar para llevar a uno de sus progenitores al médico o porque uno de ellos estaba enfermo.Mis padres, Francisco y Pepa, no tienen hermanos. No tengo ningún otro familiar que me ayude a llevar la carga de su cuidado. Les dedico mis veinticuatro horas del día. Por el día debo asearlos y darles de comer. Mi madre tiene un Alzheimer muy avanzado y su rígido cuerpo está cubierto de heridas, úlceras que durante años conseguí evitar haciéndole cambios posturales cada dos horas, incluso por la noche. Pero hace poco estuvo ingresada por una neumonía durante dos semanas y en el hospital no fueron tan escrupulosos ni concienzudos como yo. Su desgastado cuerpo no tardó en acusar las horas de inmovilidad sobre varios puntos de su anatomía y ahora sufre escaras en los talones, en los glúteos y codos. Yo se los curo a diario y cada dos días viene una enfermera a supervisar el cuidado. Cuando llega el momento de cambiar los apósitos mi madre grita de una forma desgarradora y mientras pongo gasas y ungüentos no puedo contener las lágrimas; no soporto que sufra de esa forma. Mi padre sufre una demencia por multiinfartos cerebrales, desencadenados por su mal cuidada diabetes durante años y agravada por una Hipertensión Arterial. Llora constantemente, noche y día. No tiene consuelo. Hace tres años dejó de comer y ahora tiene puesta una sonda de gastrostomía que me permite mantenerlo bien alimentado e hidratado. A veces se la arranca de cuajo erosionándose el estoma de entrada en el abdomen, por lo que los primeros meses hube de sujetarle las manos a la silla o la cama, aterrada porque se hiciera daño. Con el tiempo he aprendido a poner la sonda yo misma, por lo que ya no lo sujeto. Mi corazón se partía en mil pedazos cuando lo escuchaba aullar de rabia mientras agitaba las manos en las muñequeras de venda que le amarraban, intentando soltarse. No podía tenerlo así, por lo que aprendí a poner las sondas yo misma para no tener que llamar a los enfermeros cada dos por tres. También yo le cuido su diabetes, le hago las glucemias y calculo la dosis de insulina. Con lo años se aprende de todo. Por las mañanas me levanto a las siete y tardo entre tres y cuatro horas en tenerlos aseados, desayunados, levantados y listos para pasar la mañana. Después hago la casa y la comida. A veces mi vecina les echa un ojo mientras voy a comprar, al banco o al médico, pero por lo general la compra la pido por teléfono. Tras la comida les echo un rato la siesta y a las seis está nuevamente levantados. Les leo un libro o los saco a la terraza para que vean a la gente pasar y tomen un poco el sol. Si llueve les pongo una película en el vídeo, pero no puedo sacarlos a la calle. No puedo sacar a los dos al mismo tiempo, dado que los dos van en silla de ruedas.Tras la cena, los acuesto. Generalmente, a mi madre debo cambiarle los apósitos de las heridas y a ambos les debo asear antes de ponerles un pañal limpio, ya que se hacen sus necesidades encima. Yo ceno con ellos y cuando los acuesto, alrededor de las diez de la noche, caigo rendida en el sofá. Todos los días antes de las once suelo estar en la cama.No tengo vida social. La persona con la que más hablo es mi vecina, pero mi vida es poco interesante y las conversaciones no suelen durar mucho. He perdido a todos los amigos que un día tuve. Creo que muchos piensan que he cambiado de país o que incluso me he muerto, porque desde hace unos diez años ni ellos saben de mí ni yo de ellos. Al principio me llamaban pero un día el teléfono dejó de sonar, aburridos, supongo, porque siempre me negara a salir. Quizá nunca les expliqué que la cuestión no era que no me apeteciera, sino que tenía que cuidar de mi padres y no podía. No tuve nunca pareja y tampoco he tenido oportunidad de conocer a alguien que tuviera posibilidades de serlo. Estoy enterrada en vida, en mi propia casa.Vivimos con la pensión que le quedó a mi padre tras cuarenta años como funcionario. Cuando ellos falten, que sé que no falta mucho, no sé qué será de mí. Con mi edad y con mi falta de experiencia no creo que nadie me contrate a no ser que me dedique a trabajar en casas o como cajera.Solicité una ayuda cuando por fin se aprobó la Ley de la Dependencia, pero tengo la mala suerte de vivir en una comunidad autónoma en la que esta gestión no se lleva a cabo y me veo sola, sin ayuda, sin posibilidad de mejorar. He solicitado una ayuda a mi Ayuntamiento a través de los Servicios Sociales; no pido mucho: alguien que me eche una mano o se quede con mis padres algún día para ir a dar una vuelta o al cine, una vez al mes aunque sea. Pero me lo han denegado porque la pensión de mi padre es generosa, según ellos, y me paso del mínimo.Mi juventud se ha ido definitivamente. He dejado de mirarme al espejo, porque no reconozco al rostro envejecido que me mira desde el otro lado, con el cabello greñoso y lleno de canas, con ese rictus de tristeza afeando una cara que un día fue atractiva, llena de ilusión y joven. Últimamente tomo pastillas para dormir porque la pena me hacía llorar durante horas y me veía incapaz de conciliar el sueño. Angustia, lo llamó el médico y me recetó las pastillas. Quiero a mis padres y los querré siempre. Pero muchas veces me pregunto cuando llegará el día en que Dios, ese dios en el que ya no creo, se los lleve con él. A veces, mi madre me mira como si me reconociera. Sólo es cuestión de un segundo o dos, pero me mira con tanta ternura con tanto amor como cuando era ella. Entonces la beso, la beso una y mil veces entre lágrimas de arrepentimiento por haber tenido pensamientos tan egoístas.Vivo encerrada en la prisión de la vida dependiente de mi padres. Vivo Olvidada.
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Una vez más pongo voz a los que sufren sin que la mayoría de la gente sepa ni siquiera que existen. Esto ocurre con más frecuencia de lo que muchos se piensan. Y es totalmente verdad.Piénsenlo un instante, sólo un instante... ¿Qué sentirían si uno de ustedes fuera María?Y, por ahora, nada más.