Capítulo veintitrés: Todos los hombres del Presidente
Corren tiempos convulsos, en los cuales uno ya no puede contar ni con sus enemigos, individuos que tradicionalmente nunca te defraudaban. Tengan ustedes en cuenta que a un mes vista hay elecciones y esto provoca divertidos e innumerables movimientos a todos los niveles, desde los despachos enmoquetados en trance de mudar de inquilino hasta el interior de las cajoneras donde, apaciblemente, dormía un protocolo de repente esencial del que ya casi nadie se acordaba. En mitad de esta marejada que nos lleva, hemos tenido ocasión de echar un vistazo a los engranajes del aparato, de vislumbrar algún fotograma suelto de lo que aguarda pasado mañana.
Fue con motivo de una reunión convertida en charla cordial, distendida. Cualquier ciudadano avisado asume que los políticos le engañen sólo lo imprescindible, que le oculten la parte de información que en ningún caso podría soportar su fatigado corazón, que le impongan a través del gesto y la pausa una impostada sensación de cercanía. No hubo de eso. Fue una cita con gente importante, de los que han visto atardecer sobre nuestras esperanzas.
El discurso tenía los suficientes asideros como para que la invitación a subirse al carro fructificara. Estaba la conexión con las dificultades económicas que exceden y sin embargo sacuden el ámbito sanitario. Había una parte que apelaba al sentido comunitario y otra al común. Tenía un envoltorio firme y de colores acerca de las múltiples soluciones al alcance de nuestras manos, aguardando al mínimo impulso de nuestra voluntad. Creo que los entendidos lo denominan empoderamiento. Y un núcleo básico de llamamiento a la revolución, necesaria y tranquila pero revolución en definitiva.
Tenemos la suerte de pilotar gran parte de los nuevos proyectos en Sanidad para Asturias en nuestra área. Supongo que en conjunto no funcionamos mal y además estamos alejados del centro. Asimismo contamos con diecisiete Ayuntamientos. A veces sí que echamos de menos más respaldo desde las instancias superiores, proclives a animarte al error como fuerza motora del cambio y de ser los primeros en señalártelo, paralizar los procesos, colocar obstáculos imprevisibles. La separación entre arenga y realidad es capital, marca la diferencia. Te anima a luchar por lo que crees.