Memorias de un gordo feliz (2ª Parte)

Por Saludyotrascosasdecomer
Parte II.Comprobé que no me había confundido, y con todo el respeto del que fui capaz, haciendo gala de la buena educación, e intentando utilizar el tono menos irónico posible, tuve que contestar con una obviedad: Que era patente que estaba gordo, no siendo preciso para tal apreciación el concurso de grandes médicos, ni haber tomado clases en buenas facultades. Atácame entonces el facultativo, no muy ducho en el arte dialéctico, aunque sí al parecer en el de la afrenta, con una perorata acerca de la ignorancia, el desconocimiento, y la falta de conciencia con las que se encuentra en pacientes como yo, que ni quieren reconocer estar gordos, ni los padecimientos que esto conlleva.Y claro, aludiendo como estaba a mi ignorancia, haciendo gala de padecer él mismo esa enfermedad del alma que, junto a la soberbia, amparándose en la capacidad de levitación sobre el bien y el mal, permite a quienes la padecen precisamente ignorar las muy conocidas costumbres del respeto y las buenas formas, no pude menos que contestarle acerca de su discurso, pues no había podido o querido entenderme, quizá influido por la constante mirada de la médico Mir que ocupaba la silla de su derecha, y a la que después de interpelarme a mi, se dirigía en voz muy baja, aunque perfectamente audible: Es un caso muy interesante; el índice de masa corporal le da x; pfff, madre mía ,contestaba ella descorazonada: debe de comer mucho, pesará unos 130 (y yo supongo que serían kilos, que a lo mejor eran libras;). La verdad es que empecé a pensar que en cualquier momento se descolgarían con una típica frase de los matanchines, a la hora de calibrar los guarros: En romana da por lo menos 10 arrobas. Pero, por suerte no lo hicieron. Por José Antonio Atanasio Moraga