( Horacio, Odas 1, 11)
Mi padre coleccionaba traducciones de las Odas de Horacio.
Su dominio del latín no le permitía apreciarlas en original, y buscaba llegar al espíritu del poeta y su lenguaje: ¿de qué sirve saber decir "carpe diem" si uno no conoce el contexto? Y de entrada, ¿qué quiere decir carpe diem?
Era una cuestión sutil y compleja que rondaba con frecuencia su cabeza de ingeniero .
En los últimos años me he vuelto a dedicar a las lenguas clásicas en mis ratos libres, y gracias a eso ahora sé que los griegos tenían un sustantivo, "", que quiere decir fruto, y que los romanos usaron la misma raíz para un verbo agrícola, " carpo", que significa recolectar los frutos. Sin embargo el fruto que Horacio ordena recoger no es una manzana cualquiera, es el día en sí mismo, y en particular el día de hoy, contrapuesto al " postero" que viene al final del verso y que se refiere al día siguiente, el día de mañana. Horacio nos ordena pues sacarle todo el jugo al día de hoy, disfrutar del día, si queremos mantener la raíz de la fruta, porque "mínimamente fiable es el mañana". La razón para no dejar las cosas para mañana está en el verso anterior: "mientras hablamos, huirá envidioso el tiempo". Aetas en realidad es un término más complejo: edad, tiempo, era. En este caso el significado queda claro: el tiempo se nos escapa entre los dedos mientras hablamos, disfruta de hoy mientras lo tienes, pues quién sabe qué pasará mañana. Se puede abreviar simplemente en "Carpe diem", pero ¿verdad que es mejor conocer el contexto?
De la misma forma que mi padre coleccionaba Horacios, yo colecciono Ilíadas. La Guerra de Troya fue mi primer amor. A lo largo de los años he leído muchas veces la historia de la Guerra de Troya, en mil versiones distintas, la he visto representada en pintura, escultura, cerámica, pero hacía tiempo que no releía el texto original. Siempre he tenido mis pasajes favoritos: la tremenda pelea del Canto I, la despedida de Héctor y Andrómaca en el Canto VI y la escena final entre Aquiles y Príamo en el Canto XXIV están entre los momentos más humanos de la Historia de la Literatura Universal.
Hace un par de años tuve ocasión de enrolarme en un curso online de Harvard que me permitió reencontrarme con la Ilíada en toda su gloria y estudiar el texto original de la mano de expertos. Fue maravilloso. Lloré como nunca. Me di cuenta de cosas en las que nunca me había fijado. Todos sabemos que los aqueos ganarán y que esto es la crónica de una muerte anunciada, pero no es una historia de victorias, es la historia de los desastres de la guerra en ambos bandos. Ves historias de amistad en las trincheras, ves la relación entre jefes y subordinados, ves cómo la mera autoridad no entraña el respeto, ves relaciones entre padres e hijos, entre maridos y mujeres, entre adversarios que se respetan y lo que pasa cuando se pierde ese respeto. Ves lo que pasa cuando los celos, la ira, el dolor, toman el control de las personas. Ves la fatiga de batalla. Ves, sobre todo, el sufrimiento, de los hombres y de las mujeres, ante la pérdida de sus seres queridos, o ante el prospecto de esa pérdida, y ante la certeza de la falta de futuro para sí mismos y para sus familias. Es devastador.
La Antigüedad Clásica tuvo un gran número de poemas épicos, pero sólo nos han llegado la Ilíada y la Odisea
, y no por casualidad. En el caso de la Ilíada su calidad literaria es innegable, pero también está el enorme rango emocional que tiene, y su resonancia trágica a través de los siglos. Troya es la guerra que personifica todas las guerras. La que advierte contra todas las guerras. Es un grito que atraviesa la eternidad de forma más gráfica y elocuente que el Guernica de Picasso. Y eso que habla de una guerra de hace más de tres mil años.
En el Canto VI de la Ilíada, Héctor y su esposa Andrómaca se despiden en lo alto de las murallas de Troya antes de que él salga de nuevo a combatir. No saben que será la última vez que se vean, pero claramente tienen una mala premonición. No te vayas, dice ella, que vayan los demás por una vez, quédate conmigo, tú que lo eres todo para mí ahora que mi padre y mi madre y todos mis hermanos han muerto; no me dejes sola, no dejes huérfano a tu hijo, ¿quién cuidará de nosotros si faltas tú? Y él suspira y contesta: No puedo quedarme, ¿qué dirían los demás? Aunque sé en lo más hondo de mí que llegará el día en que caerá la sagrada Troya y Príamo y todo su pueblo, tengo que ir.
Mil años más tarde de la caída de Troya, la Ilíada era lo suficientemente conocida y estudiada en el currículum escolar como para que el romano Escipión Emiliano se acordara de esta escena en el momento de ordenar la destrucción final de Cartago en la III Guerra Púnica (146 a.C.). El escritor griego Polibio, que había sido su mentor y que le acompañaba en este histórico momento, le oyó musitar los versos de Héctor: llegará el día en que caerá la sagrada Troya, y Príamo y todo su pueblo... y vio que las lágrimas le rodaban por las mejillas. Asombrado, le preguntó qué le pasaba, si era el momento de su mayor victoria. Escipión le contestó que estaban acabando con una ciudad de importancia histórica, y que ese mismo destino podía un día ser el de la propia Roma. Qué premonición, Dios mío, para un hombre que aún vivió la cumbre de la República.
Escipión Emiliano es anterior a Horacio en más de cien años. Fue una etapa muy movida en la Historia de Roma: los hermanos Graco, cuñados de Escipión, serían asesinados por motivos políticos, inaugurando una época de inestabilidad política con grandes personalidades disputándose la primacía por la fuerza de las armas: Mario, Sila, Sertorio; César y Pompeyo; la guerra civil entre los partidarios de César asesinado y sus asesinos; la guerra final entre Augusto y Marco Antonio.
Horacio, contemporáneo de Augusto, vista la historia que le había tocado vivir, ¿qué mejor consejo podía dar que " carpe diem", cuando los últimos cien años no habían hecho más que demostrar que efectivamente " minimum credula postero "?
No puedo deciros nada, salvo que leáis la Ilíada. Veréis que os reconocéis dentro, y que os sentís mejor al acabar de leerla. Nadie ha conocido la mente humana como los griegos, así que conocer sus historias y sus mitos no puede hacer más que enriquecer vuestras vidas.
Inés Chamarro Storms