Imaginen una empresa
que debe transportar sus productos a puntos de venta específicos. Cada partida
necesita cuatro camiones y los responsables de la logística han comprobado que
mientras uno de ellos realiza la ruta en cuatro horas, otros dos invierten seis
horas y hay uno de ellos que necesita siete horas para cubrir la misma.
Si convertimos esta situación en problema, la mayoría de las
empresas españolas lo enfocan como una cuestión actitudinal de las personas
frente al trabajo que deben realizar. De partida, el presupuesto es que la
tarea puede desempeñarse en cuatro horas y no hay explicación para que se deban
invertir seis y aun menos siete horas en la misma. La conclusión varia según el
talante actitudinal de quienes tienen responsabilidades gestoras, pero en
términos generales acaba siendo casi siempre la misma: todas las personas
debieran realizar su trabajo en cuatro horas, quizás fuera admisible un margen
de treinta minutos, pero todo lo que se escape a esa previsión entra dentro de ineficacias
no admisibles, achacables en su mayor parte a la desidia, la apatía, la baja
identificación con la compañía o incluso cosas peores.
De partida, la solución a este problema es claramente
compleja y abarca distintos frentes que van desde lo estrictamente operacional
hasta lo íntimamente emocional. En otras palabras, este tipo de problemas
aparentemente específicos no son otra cosa que el reflejo de toda una cultura
empresarial firmemente asentada lo que explica que las soluciones de
optimización que se despliegan casi nunca llegan a tener efectos correctores en
grado significativo.
Una respuesta efectiva a este y a otros muchos problemas
está condicionada por lo que podríamos llamar la Metafísica Corporativa, es
decir la capacidad de la empresa para verse a sí misma trascendiendo de
modelos, perjuicios, condicionamientos casuales y construcciones univocas del
concepto valor. Si esto no ocurre, la empresa navega al capricho de la
causalidad del día a día, de la casualidad y la ocurrencia y cuando todo esto
no funciona, siempre se puede echar mano del Catón.
Aplicando todo ello al problema inicial, la respuesta sería
sencilla. La solución no pasa por conseguir que todo el mundo lo haga en cuatro
horas, sino más bien en plantearse que quienes lo hacen en seis o siete puedan
lograrlo en cinco. Quienes invierten cuatro horas son realmente buenos, pero
serían más valiosos para la empresa si ayudarán a los demás a conseguir hacerlo
en cinco.
En un equipo ganador nunca puede haber perdedores.