Esta entrada debería haberse dedicado a analizar el gran éxito de la escritora Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966): Nada se opone a la noche (Anagrama, 2012). Se trata de una de las novelas más mencionadas de entre la notable producción autobiográfica francesa. Sin embargo, no pudo ser. Fui incapaz de terminar el libro. Las anodinas aventuras de esa familia burguesa tan propia de Francia, presentadas como la gran aventura, se me hicieron interminables. Decidí cambiar. Me interné en la obra autobiográfica de una autora que acumula una extensísima producción literaria, no solo autobiográfica, pero siempre centrada en la literatura del yo. Se trata de la belga Amélie Nothomb (Etterbeek o Kobe [esto no está claro y es importante que no lo esté], 1967).
Para mi escrito, me focalicé en sus dos libros más autobiográficos: Metafísica de los tubos (Anagrama, 2000) y Biografía del hambre (Anagrama, 2004). El primero narra su infancia en Japón. El segundo parte de Japón, continúa con la niñez y se adentra en la adolescencia de la autora recorriendo medio mundo (China, Nueva York, Bangladesh) tras su padre, diplomático.
Debo reconocerlo, me ha fascinado la narrativa autobiográfica de Nothomb, aunque dado que se inscribe en la tradición francesa, asumo que hay mucho de autoficción en sus libros. En especial, me han encandilado sus pasajes sobre Japón, su elección de una identidad japonesa (de ahí la confusión con su lugar de nacimiento, alentada por la propia autora) frente a sus orígenes europeos, la relación con su niñera: Nishio-san, y con el viejo Japón en la figura de Kashima-san, su conciencia de que la elección de esa identidad no será respetada en la crisis de Metafísica de los tubos, de que deberá abandonar Japón, deberá renunciar a lo que ella considera sus orígenes, como una revelación que da pie a la segunda parte en Biografía del hambre, al crecimiento de esa niña, a su viaje a China, a sus problemas con los chinos y su afán por las golosinas, a la llegada a Nueva York y el descubrimiento de la amistad y la perfección, para caer en la despedida de nuevo, y en la observación del hambre en uno de los países más míseros del planeta: Bangladesh, primer destino del padre de la autora como embajador, coincidiendo con los problemas de crecimiento de la adolescente precoz que la arrastran a la anorexia, a los problemas alimentarios, protagonistas del libro, y que cierra con un retorno a Japón junto a su hermana. Es decir, la autora despliega una suerte de análisis histórico de la geopolítica desde los ojos de una niña.
Si hay algo que caracteriza la obra autobiográfica de Nothomb es la originalidad. No lo digo por una vida tan original como la suya, producto de la carrera diplomática de su padre, sino por la componente añadida de originalidad que propone la autora. Metafísica de los tubos arranca con la narración del nacimiento de Dios. Ese Dios no es otro sino la propia autora, consciente del egocentrismo que envuelve la inconsciencia del bebé. Biografía del hambre, lo hace hablando de Vanuatu, el archipiélago del Océano Pacífico en donde no se pasa hambre. Y, a partir de ahí, todos los momentos clave en la biografía de la narradora se presentan de una forma original: el chocolate blanco de la abuela para la identidad, las primeras palabras, el conflicto con algunas de ellas en la escuela (Biografía del hambre, p. 115)… Ese matiz de originalidad que desarrolla se observará también en otras obras de la autora que se apoyan en su particular autobiografía, como Una forma de vida (Anagrama, 2010), en donde narra su relación epistolar con un soldado estadounidense destinado en Irak.
Y sin embargo, pese al placer de la lectura, entiendo que me enfrento a una obra antigua, una obra en donde la originalidad y la individualidad del escritor como valor de juicio fundamental ha pasado a mejor vida. Se trata de un paradigma estético ya caduco, y así es como pienso que se deben leer los libros que menciono. También entiendo que la obra autobiográfica contemporánea debería leerse desde las directrices de lo común, de la colectividad, sino a partir de la aburrida de Vigan, al menos, desde el exhaustivo Karl Ove Knåusgard.