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"Hacía frío. No sabía si lo que lo provocaba era el invierno, o su corazón. Aún así, corría. Pero no para entrar en calor. No para volver a sentir. Corría para escaparse. ¿De quién? De qué. De unas bestias inmundas, seres sin rostro, o peor, con muchos rostros. Impredecibles. Monstruos que acechaban noche tras noche. Día tras día.
Y corría. Corría por un laberinto de altos y verdes setos perfectamente tallados. No se veía la salida. Tampoco se veía la entrada, ni el camino ya recorrido. Solo tenía la opción de seguir adelante, y la fatiga no era una opción para echarlo todo a perder. Se sentía como Alicia en su País de las Maravillas, pero su mundo no era una fantasía, no. Su mundo era real, algo más parecido a una pesadilla.
A medida que iba avanzando, el laberinto se iba haciendo más oscuro. Más profundo. Más lúgubre. Los setos ya no estaban perfectamente tallados. Había hierbajos por el camino. Ramas mal cortadas que se interponían a su paso y solo hacían que menguara el ritmo con el que corría. Cada vez escuchaba más y más cerca aquellas bestias que llevaba detrás. Pero no se giraba. No podía girarse. No debía girarse.
El laberinto seguía haciéndose espeso. Aparecían matorrales en el camino que procuraba saltar con agilidad, a pesar del cansancio de la carrera. Saltaba. Esquivaba. Corría. Y volvía a empezar. Hasta que sus piernas fallaron y cayó al duro suelo de tierra. Notó un terrible dolor. Acto seguido, notó una aún más aterradora satisfacción. Al menos, el dolor no se lo habían hecho aquellos seres que venían detrás. Al menos, ese dolor había sido única y exclusivamente su culpa. Al menos, ese dolor había conseguido hacer callar un poco a esos monstruos, aunque solo hubiera sido por una fracción de segundo.
Sonrió. Se levantó. Y siguió corriendo. Y sintió como si todo hubiera empezado de nuevo. A partir de entonces, al más mínimo signo de fatiga se obligaba a tropezar, a caer, para así poder volver a empezar. Hasta que las heridas no dejaron que avanzara más. Hasta que el dolor tanto físico como psicológico consiguió penetrar hasta el más profundo rincón de su ser.
No lloró, pues era lo que había escogido. Empequeñeció. Se volvió más frágil. Entonces fue cuando los monstruos consiguieron llegar hasta donde estaba. Cuando perdió la partida, cuando ya no podía hacer nada. A la mínima que intentaba levantarse, le hacían daño. A la mínima que intentaba salir, se rompía más por dentro.
Hasta que no quedó nada de quien había sido. Hasta que alguien llegó y salvó la situación. Solamente así el daño físico dejo de existir y el dolor psicológico desapareció, poco a poco, para así volver a ser la persona que había sido. Para renacer en alguien mejor, con su pasado muy presente y su futuro muy claro."