Hoy os presento a una paciente muy especial, ingeniera de profesión y de la vida cotidiana (tal y como se define ella misma), cuyo testimonio estoy encantada de publicar, ya que seguro os ayudará a much@s. Y aprovecho la ocasión para recomendaros un blog (https://diariodeunamadreingeniera.wordpress.com) que por alguna extraña razón no supe que escribía hasta que dejó de visitarme, dónde cuenta todas sus peripecias en el camino hacia la maternidad sin censuras y desde la más absoluta honestidad. Hoy Clara nos cuenta su historia:
“Empezamos la búsqueda de nuestro embarazo en Agosto de 2013, dos meses después de nuestra boda. Recuerdo que yo me sentía fértil, ¡vaya tontería! Pensaba que me quedaría embarazada enseguida, pero no fue así.
Mi marido tiene esclerosis múltiple, y 6 meses después de haber empezado la búsqueda nos preguntábamos si la medicación tendría algo que ver en sus espermatozoides. Un seminograma nos sacó de dudas. Aparentemente, él no era el problema.
Solicité a mi ginecóloga un análisis hormonal que no salió acorde a mi edad. No obstante, la ginecóloga lo calificó como un “mal ciclo”.
Los meses siguieron pasando, y empezamos a usar métodos caseros como la temperatura basal, tests de ovulación, piernas arriba tras las relaciones sexuales… Pero seguía sin ocurrir nada.
Después del verano del 2014 y de haber cumplido el año de rigor de búsqueda, mi ginecóloga me recetó Omifín para estimular mis ovarios.
Previamente a esto, me había hecho un par de análisis más que seguían haciendo que fuese la única que sospechase que algo pasaba. La profesional seguía viéndolo como “malos ciclos”.
Además, desde que empecé la búsqueda, siempre veía el mismo folículo en mi ovario derecho. Fui yo la que le dije a la ginecóloga que siempre era el mismo, y entonces confirmó que se trataba de un quiste. Para ella siempre era “un folículo bonito”.
Solo tomé un ciclo de Omifín. Los efectos secundarios fueron horribles, no funcionó, y después de la estimulación, mi quiste seguía ahí. Le dije a la ginecóloga que me negaba a seguir estimulándome sin saber si mis trompas estaban bien. Le solicité una histerosalpingografía y un análisis de hormona antimulleriana, pues esos análisis que para ella no tenían importancia a mí me dejaron muy mosca.
Fue a raíz de pedir autorización para la hormona antimulleriana que el seguro privado me derivó al CIRH. Y pensé “quizás es lo mejor, que me vea alguien que sabe del tema y no juega a las muñecas conmigo”.
Mi primera cita en el CIRH fue genial. La doctora que me atendió estudió mis análisis detenidamente y me hizo una ecografía. Me dijo que sospechaba lo que yo me temía. Fallo ovárico prematuro y baja reserva ovárica. A falta de la hormona antimulleriana, ese era mi prediagnóstico.
Y no nos equivocábamos. Con una antimulleriana de 0,7 más acorde con una mujer de cuarentaytantos que conmigo que tenía 28, podíamos empezar a hablar de tratamientos y apostamos por la FIV-ICSI.
De forma urgente y por empezar el tratamiento lo antes posible, había que puncionar mi quiste. Gracias al equipo de Ginex Corachan que pudieron hacérmelo al día siguiente. Eso sí, sin anestesia.
La estimulación de mi FIV fue bien. Ya hice un tratamiento de donación de óvulos cuando tenía 22 años (que no pudo acabarse, que sospechoso, no?) y el hecho de pincharme a mí misma, no era un drama.
De mi ciclo de FIV-ICSI se obtuvieron 5 ovocitos, lo que se esperaba dada mi reserva ovárica. Fecundaron 4 y siguieron adelante todos.
Mi primera transferencia embrionaria fue el 18 de diciembre de 2014. Podía ser una navidad especial, podía ocurrir por fin un milagro. Nuestro embrioncito era un hermoso B.
Pasé una betaespera tranquila, y hacia los últimos días, empecé a impacientarme ya que tenía algunos síntomas. Dolor de pechos, sobre todo.
Tuve mi beta el día 1 de enero del 2015, y a las 8 de la mañana ya estaba en el laboratorio. Cuando recibí los resultados sabía que algo no iba bien. Beta de 45, cuando el embrión tiene 15 días, no da muy buenas esperanzas. Sabía que podía tratarse de un bioquímico, pero a veces ocurre el milagro, y solo quería esperar a que se duplicase en el siguiente análisis.
Al día siguiente, mientras dormía por la noche, me desperté con dolores de regla muy fuertes. Me levanté al baño y sabía lo que eso significaba. Empecé a sangrar a borbotones y yo no dejaba de llorar. Llamé a urgencias del CIRH y me dijeron que me repitiese la beta al día siguiente, que lo importante ahora era descartar un ectópico.
La beta subió a 65, y yo seguía sangrando. Fue un fin de semana durísimo, y el día 5 de enero fui a la clínica donde se confirmó mi bioquímico, pues en la ecografía mi endometrio estaba finísimo. Repetimos la beta y ya había bajado a 8. La parte positiva es que mi cuerpo lo había expulsado solito.
Nuestra noche de reyes fue muy triste. Solo quería llorar, y aunque no dejábamos de repetirnos que “algo es algo”, era muy difícil.
Decidimos esperar un ciclo y volverlo a intentar con una pareja de embriones B y C que estaban congelados juntos. Empecé con la medicación propia de un ciclo sustituido y el día de la descongelación me dieron la noticia. El B no había superado la descongelación, pero el C si. ¿En serio yo formaba parte de ese 5% de descongelaciones que no salen bien?
Al día siguiente, en la transferencia embrionaria, estábamos decaídos, pero nuestro C se seguía desarrollando y con 4 días estaba compactando. ¿Por qué no? La transferencia fue muy dolorsa, y sangré.
Jamás sabré si eso tuvo algo que ver con el negativo de este intento, pero sé que lo que pase en la transferencia embrionaria es vital para el resultado de la misma. Así lo he leído en infinidad de artículos a estas alturas.
Solo nos quedaba un embrión. El miedo del bioquímico, el miedo a que no superase la descongelación. A mi doctora del CIRH le pedí que me hiciese la transferencia otra persona, pues tenía la espinita clavada y así lo hicimos.
Volví a la medicación de ciclo sustituido, y el día de la descongelación me llamaron para decirme que nuestro embrión B seguía intacto y que nos veríamos al día siguiente.
Cuando llegamos al laboratorio ilusionadísimos nos dan la mala noticia de que nuestro embrión no se había desarrollado lo que debería, pues solo tenía una célula más que el día anterior cuando debía haber doblado. No tenía muchas posibilidades, pero me lo iban a poner igualmente. Lo habían calificado con calidad D.
Lo que sentí en ese momento no lo puedo ni explicar. “¿Para qué me cuentan esto?”
La transferencia fue perfecta, pero los días posteriores los pasé llorando, y fue cuando decidí visitar a Helga.
A lo largo de este ciclo, sufrí mucha ansiedad. El último intento crea muchas expectativas y miedos. La incertidumbre de no saber si alguna vez sería mamá, era muy fuerte. Estaba asustadísima.
Me llené de fuerzas y sorprendentemente, asumí otro negativo. Era mi método de defensa, así podía seguir viviendo.
La betaespera la pasé como si no estuviese en betaespera. No caminaba con cuidado, no pensaba en que podía estar pasando algo. De hecho, no sentía absolutamente nada. Ni un solo síntoma. NADA.
3 días antes de la beta me hice un test de embarazo ultrasensible. Mi marido estaba llorando en la habitación y pensé “si sale negativo, pues no digo nada, pero si sale positivo, le arreglo el día”.
Enseguida se empezó a ver una sombra muy muy leve, y yo no me lo podía creer. Cuando fui a decírselo a mi marido se quedó de piedra y entonces nos asustamos mucho más. “Y si es un bioquímico? Y si no sale bien?”
El 7 de abril la beta dio 204, pero el miedo no me abandonó en ningún momento y menos cuando dos noches después, volví a sentir esos dolores del bioquímico. Pensaba que se había acabado todo, pero no, simplemente era mi útero que se estaba expandiendo.
A las 6+4 semanas y habiendo escuchado el latido del embrioncito que no tenía esperanzas, me dieron el alta en el CIRH y ya comencé a llevar mi embarazo con un ginecólogo normal (evidentemente no volví a mi ginecóloga anterior).
Hoy ya estoy de 15+2 semanas, y a veces me cuesta creer que esté embarazada. Me pongo a llorar viendo videos de bebés, recordando lo difícil que ha sido el camino hasta aquí, y aunque quizás no haya sido realmente largo, estos 20 meses que nos ha costado conseguir el embarazo han sido muy angustiosos.
Estamos felices, ilusionadísimos. Deseando que llegue la siguiente ecografía para poder volver a ver a nuestro bichito. Nos da igual el sexo, solo queremos que esté bien, que pase el tiempo y que nazca ya. Esa será nuestra victoria.
Mi consejo para quien le pueda servir, es que luche por lo que realmente quiere, y desgraciadamente, no siempre damos con los profesionales adecuados. ¿Qué hubiese sido de mí si hubiese dejado que esta ginecóloga me recetase 3 ciclos más de Omifín?
Debemos tener inquietudes, llevar los deberes hechos de casa y hacer todas las preguntas que creamos convenientes. Los ginecólogos son los profesionales, pero trabajan con nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestra ilusión. Si hay algo que no os cuadra, luchadlo, porque es vuestro.
Quiero dar las gracias al equipo del CIRH y Ginex, en especial a R. Borrás que fue la que me visitó por primera vez y me hizo sentir comprendida. A K. Lattes que respondía a todas mis preguntas y peticiones, a M. Brassesco, que fue super cariñoso tanto en la punción de mi quiste como en la confirmación de mi bioquímico, al Dr. Salamero por ambas punciones, a Helga por dejarme vaciar un poco más la caja de pañuelos de su despacho y por supuesto a los que están por detrás, los biólogos, cuyo trabajo es tan importante que sin ellos no sería posible que nos embarazásemos con la ciencia.”