Miedo

Por Pedsocial @Pedsocial

Madó, dándose miedo a si misma

El miedo es libre. Y se aprende pronto en la vida. Es parte del instinto de supervivencia. Ayuda a que evitemos los peligros, aunque no siempre los riesgos.

Los miedos son emociones desagradables que los niños pueden experimentar a cualquier edad como respuesta consciente a un peligro que puede ser real, imaginario o construido sobre conocimientos previos.

Los miedos pueden afectar a todos los niños y a cualquier edad. De hecho la practica totalidad de los niños han manifestado miedos más o menos justificados y con diversa intensidad en algún momento de su vida. Las niñas suelen manifestar miedos con mayor frecuencia que los niños, pero esta apreciación más que una base científica, parece que forma parte de una consideración cultural. Existe alguna relación familiar y en medios familiares donde existan situaciones de inseguridad o ansiedad, los miedos se dan con mayor intensidad y frecuencia.

Etiología.

El miedo ontogénicamente forma parte de los reflejos normales y se asocia al instinto de conservación. El miedo innato a situaciones naturalmente peligrosas como las alturas escarpadas, el mar embravecido, el fuego, los ruidos fuertes, las sombras o los animales grandes se puede ver reforzado por eventos ocasionales que hayan enfrentado al niño en algún momento de su vida a una situación peligrosa. Ello va a acentuarse aún más si en el acontecimiento ha mediado alguna actitud angustiada, gritos o violencia por parte de otra persona, un adulto o los propios padres.

Lo que comúnmente se conoce como asustarse puede tener un origen natural, inducido y, a medida que el niño crece, cultural. Cada cultura identifica sus objetos terroríficos, monstruos o demonios y los trasmite a sus hijos. Estos pueden además ser cambiantes y recibir diferentes denominaciones con el tiempo. Por citar un ejemplo, el “sacamantecas” o el “hombre del saco” de antaño prácticamente han desaparecido como objeto de miedo en la cultura urbana española y, probablemente, han ocupado su lugar otros “malos” como Fredie Kruger, Drácula o las momias.

El miedo a la obscuridad, común en los niños más pequeños, expresa más la angustia de separación, la ausencia de la madre, que con la obscuridad en si misma.

Debe siempre tenerse en cuenta, sin embargo, que los miedos pueden ser reflejo de una situación peligrosa real, como violencia familiar o malos tratos. Por otro lado, el objeto de los miedos puede representar una distorsión de percepciones, cuando el miedo realmente se tiene a otra cosa, real, como la misma violencia o los abusos sexuales.

La tabla 1 recoge un listado de situaciones o cosas que dan miedo a los niños

Tabla 1

Obscuridad-separación-ausencia
Ruidos fuertes

Pérdida de equilibrio, escaleras, caídas
Animales grandes

Fuego
Animales pequeños y/o repugnantes

Agua, baño, piscinas, mar, etc.
Imágenes de cine o TV

Monstruos
Tormentas

Pinchos, cristales, objetos cortantes
Orinal, water

Inyecciones, punciones venosas
“batas blancas”

Perderse en una multitud, en el bosque
Velocidad, giros rápidos

Separación parental, divorcio
Ruina económica

Guerra, terrorismo
Ladrones

Abandono, adopción
Exclusión social

Relaciones sexuales
Soledad

Manifestaciones.

Los miedos suelen ser expresados y señalados por los niños. Ocasionalmente pueden formar parte de una neurosis de angustia no especifica. La presentación en forma de crisis, incluso de crisis de pánico, puede ser la primera manifestación. El miedo a las alturas, a los espacios cerrados, a los insectos, adquieren carácter de fobia cuando impiden el normal funcionamiento y desarrollo del niño.

Tratamiento.

Será diferente según la edad y el motivo de los miedos. En general debe mostrarse comprensión y no menospreciar ni, tampoco, exagerar la causa del miedo.

Se debe informar a los padres del carácter natural de los miedos y de aceptarlos en su justa medida.

Las estrategias deben dirigirse a facilitar que el niño sea capaz de afrontar la situación que le ocasiona los miedos de una forma realista, con el apoyo y soporte que se pueda proporcionar. Se debe ayudar a los niños a gestionar sus propios miedos; ayudarles a distinguir los miedos a cosas indeseables de los miedos del juego, como pueden ser los fantasmas de “Halloween” o los dragones y otros “monstruos” totémicos de las fiestas comunes en la zona de Levante, junto con los cohetes y fuegos artificiales.

Debe instruirse a la familia a no utilizar nunca los miedos del niño como coacción cuando se pretenda conseguir algo del niño o establecer límites. Hay que desactivar el “si no te portas bien… el médico te pondrá una inyección, o “vendrá el coco y se te llevará… etc.”. Asimismo deben desaconsejarse las burlas y menosprecios referidas a los objetos del miedo.

En los miedos a la separación es de utilidad el empleo de objetos transacionales, muñecos de peluche, almohadas o mantitas y comprender que es la separación y no la obscuridad la causa del problema, lo que debe permitir dejar una luz o un receptor de radio encendido en el dormitorio.

X. Allué (Editor)

NOTA: una parte de este texto está publicada en el libro “Pediatría psicosocial”(ISBN 84-8473-005-0) del que soy autor)