Mirando el escaparate

Por Arquitectamos
Estos días se ha hecho público el fallo del concurso de ampliación del Museo de Bellas Artes de Bilbao y aquí unos colegas nos hemos puesto a opinar (a despotricar con el palillo en la boca) en las redes sobre el infausto proyecto que ha sido elegido de entre los presentados, que van desde los correctos (pero no brillantes) hasta los muy malos.


Ampliación del Museo de Bellas Artes de Bilbao, 1967-1970. Álvaro Líbano y Ricardo Beascoa, arquitectos.(1)
Como de eso se está hablando mucho por ahí y yo no tengo nada interesante que añadir voy a comentar algo que me preocupa del "antes de", en vez de seguir insistiendo en el "después de".
El Museo de Bellas Artes de Bilbao es muy querido por los bilbaínos, que van muy habitualmente a verlo como si fuera su casa (que lo es), pero menos por los turistas, que solemos babear ante el Guggenheim sin enterarnos de las joyas que atesora este porque es más discreto y comedido y no está en el recorrido de los touroperators.

Voy aún más atrás y comento la primera perplejidad: Teníamos un museo consolidado, lleno de obras de arte, muy bien montado, con una colección muy completa, coherente y armónica, hecha con tiempo y con sabiduría, y que calaba en el alma del pueblo, en su tradición y en su cultura a la vez que miraba hacia el futuro, y de golpe aterrizó un chirimbolo venido del extranjero, espectacular e impresionante pero sin fondos, sin nada que enseñar. Recuerdo que se le dio mucho bombo a la primera exposición temporal (o una de las primeras) que hizo: Unas motos de la marca Harley Davidson. No había fondos, no había colección, no había obras permanentes, pero había que hacer movidas y saraos como fuera y de lo que fuera para mover el tinglado. Con gran rapidez y a golpe de presupuesto el gigante americano fue adquiriendo obra, mientras que su hermano pequeño y desheredado la había ido formando delicadamente durante décadas y décadas.
En todo caso, la versión "nuevo rico epatante" se impuso, y mientras este ascendía a los cielos como un cohete, el otro languidecía para los cuatro gatos de siempre, cada vez más desubicados y sobrepasados.
Lo he comentado en las dos entradas anteriores: ¿Nos interesa de verdad el arte o más bien el turisteo y el espectáculo?


La situación era intolerable. Había que darle un enérgico empujón al querido museo.
La dirección se puso a ello y finalmente obtuvo fondos para ampliarlo, pero no ya como se había ampliado otras veces, respondiendo a las necesidades de espacio y a las condiciones funcionales. No. El "efecto Guggenheim" había sido un éxito tan grande que pasó a ser el epónimo de cómo la arquitectura espectáculo puede salvar a una ciudad, a una institución, a un colectivo, a un pueblo, a lo que sea. Si vemos sucursales increíbles de cualquier entidad prestigiosa en sitios inverosímiles y con formas disparatadas es porque se busca el poder salvífico del mamotreto.
Pues bien: Si el efecto Guggenheim obraba milagros en las cuatro esquinas del planeta, ¿no los habría de repetir en la ciudad que lo alumbró?
Por todo ello se planteó un concurso de arquitectura que reprodujera aquel milagro. Para ello, para empezar, no se permitió que se presentara cualquier arquitecto, sino que solo se admitió a arquitectos de reconocida y probada fama internacional. (Las bases del concurso lo exigían). Con ello se certificó la muerte arquitectónica del concurso y del propio edificio, pero la vida glamurosa en páginas y páginas de prensa escrita y en megabytes de internet.
¿Por qué no se permitió que cualquier arquitecto se presentara? En principio parece incomprensible: Se obtendrían gratuitamente cientos, tal vez miles de ideas, algunas de ellas muy buenas, y se elegiría la mejor.
¿Por qué impedir la participación de arquitectos sin fama mundial? Si son peores que los famosos ahí se vería y sus paneles quedarían descartados. Y si alguna de las ideas fuera mejor ganaría para ventaja de todos: Estupenda ampliación de un estupendo museo.



¿Entonces por qué solo se admitía a famosos? Por dos razones (que se funden en una):
* Porque no se trata de una operación arquitectónica en la que obtener la mejor solución posible, sino mediática, en la que tener garantizada la posesión de un "Fulanísimo", haciendo de la propia ampliación una obra más para la colección del museo. Así, aparte del coste de la ejecución y de la dotación del premio, el dinero invertido sirve para adquirir una nueva pieza. Compran un proyecto como si compraran un famoso cuadro o una nombrada escultura. Dos pájaros de un tiro.
* Porque nadie tiene ni puñetera idea de lo que es buena arquitectura, y si el jurado tiene que elegir entre quinientos "Juan Pérez" es muy probable que meta la pata y se pronuncie por una chorrada sin valor, mientras que si reduce su elección a "Fulanísimo", "Menganísimo" y "Perenganísimo" no se puede equivocar aunque se equivoque. Sea o no el mejor proyecto presentado es un "-ísimo", y entonces, dado el reconocido prestigio de su autor -sea quien sea-, tan malo no será. (Lo que enlaza con la primera razón: Tener un "-ísimo").
Vista la resolución del concurso, que premia una propuesta agresiva, simplona, ignorante y paleta, muchos arquitectos se han indignado. Incluso hay quien opina que el CSCAE(2) debería pronunciarse, denunciar el concurso.
Yo creo que el CSCAE debería haber denunciado el concurso cuando se convocó, por cerrar el camino a sus arquitectos colegiados. Pero una vez celebrado con esas condiciones de partida, qué más nos da el resultado. Es cosa de ellos, de ese clan, de esa casta. Esta vez lo ganas tú y otra lo ganaré yo. Entre bueyes no hay cornadas. Con su pan se lo coman.
A los pobres mortales qué más nos da. Tan solo nos importa la nueva depauperización de la arquitectura, el nuevo desprecio, el nuevo insulto, pero a eso ya estamos acostumbrados porque ese es el signo de los tiempos. En todo caso, si alguien no se resigna y quiere protestar lo debería haber hecho antes, repito. (Algún arquitecto sí lo hizo). Ahora ya da igual. Ahora a pastar, digo a ver renders.
Otra cosa interesante de señalar es que el ganador del concurso ha presentado unas imágenes con los mismos tonos, neblinas, brillos y delicatessen que presentó para la ampliación del Museo del Prado (que también ganó). Incluso añade un simpático dibujo a mano alzada con los esquemas de espacios y circulaciones como el que presentó allí, y con la misma mano, de manera que aunque los paneles eran anónimos todos sabemos quién es el autor.
(En realidad, siendo tan superfamosos todos los que se presentaban, se podía saber sin mayor problema cuál era el proyecto de cada uno).
Para más cachondeo el jurado estaba formado por el director del museo y por arquitectos llamémosles "funcionarios", o "administrativos", o "políticos", cosa muy necesaria, porque son quienes mejor conocen el museo y la ciudad y todos los problemas de accesos, de entorno, de necesidades de programa, etcétera. Pero se echaba en falta algún (como antes se decía) "arquitecto de reconocido prestigio". El único que podía cumplir ese papel de arquitecto sabio, crítico, conocido analista, y traído de fuera, es a su vez patrono de la fundación de uno de los arquitectos presentados, que finalmente ha devenido en ganador.
Denunciado el tufo que desprende que un miembro de la Fundación Fulano dé el premio a Fulano (igual que ya hizo en el Museo del Prado), el Museo de Bellas Artes de Bilbao responde que la Fundación Fulano y el estudio de arquitectura Fulano & Partners son entidades jurídicas independientes. Sí, bueno, vale. Tienen distinto CIF y diferente domicilio fiscal, pero si eres presidente del Club de Fans de la Onsiverdi Seseña Big Band no deberías ser miembro del jurado de un certamen musical al que esa banda se presente. Sobre todo si eres el único.
En resumen, repito que a mí me da igual. Yo soy un pobre bocazas que ve todo esto desde el escaparate. A veces babeo un poco, otras me enfado lo justo, otras resoplo, pero -como cuando miraba coches de lujo en el escaparate de un concesionario en la Plaza de Cristo Rey en Madrid esperando el 12 para irme a mi casa- al final me toca dejar de atisbar el escaparate sin soñar siquiera con traspasar la puerta del divino establecimiento. Y si, como usuario peatón de la ciudad me toca ver pasar de vez en cuando alguno de esos cochazos no está en mi mano criticarles el color de la carrocería o el diseño de los espejos retrovisores. Tanta paz lleven como descanso dejan.



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(1).- Las doce imágenes que ilustran esta entrada son de la ampliación de 1967-70 por los arquitectos Álvaro Líbano y Ricardo Beascoa. Una ampliación sutil e inteligente. Si entonces el museo hubiera tenido los criterios de ahora no les habrían dejado. (Las imágenes son del libro Álvaro Líbano, de Dolores Palacios Díaz, publicado en Bilbao en 2004 por la Delegación de Vizcaya del Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro).
(2).- Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España.