Los créditos iniciales de El león en invierno (The lion in Winter, Anthony Harvey, 1968) captan a la perfección la inquietante y oscura atmósfera del alto medievo, de una época sumida en las tinieblas de la superstición, el dogma religioso, la subordinación a un Dios cruel y tenebroso, las guerras, las pestes y el temor al fin del mundo.
Poco que ver con la propia película, una luminosa y colorista intriga política en torno a la cumbre que Enrique II Plantagenet (Peter O’Toole) y el rey Felipe de Francia (Timothy Dalton) celebran en la Navidad de 1183 para negociar las condiciones del acceso al trono del futuro rey inglés tras la muerte del heredero legítimo, el joven Enrique, el verano anterior. A la cita se suman la esposa de Enrique II, Leonor de Aquitania (excelente Katharine Hepburn), encarcelada por haber incitado a los tres hijos del rey, el maquinador Geoffrey, el sucio y pusilánime John (futuro Juan Sin Tierra) y el fuerte y belicoso Richard (futuro Ricardo Corazón de León, interpretado por Anthony Hopkins) a rebelarse contra su padre.
La película, escrita por James Goldman a partir de su propia obra de teatro, recoge los rencores, las miserias, los odios, los recelos, las animadversiones, los complejos, las maniobras políticas, los chantajes personales, emocionales, sexuales y de cualquier otra clase, que sacuden a todos durante la reunión. Así las cosas, quizá la música de John Barry y los títulos pierden parte de su efectividad como imagen icónica de la etapa más lúgubre de la Edad Media, pero acompañan adecuadamente la grandeza de un filme cuyo magnífico texto, profuso, lleno de matices, recovecos e ironías, viene estupendamente acompañado de unas interpretaciones sobresalientes, siendo muy superior el conjunto a la versión televisiva de 2003 con Patrick Stewart y Glenn Close.