Mohamed mrabet, el limón: la libertad y su búsqueda

Por Asilgab @asilgab

 

La oralidad y la lucha que supone en la mezcolanza entre culturas, ritos y tradiciones. La oralidad y su choque directo con los recuerdos. De ahí nacen las palabras de Mrabet y la vida que él recupera a través de la palabra y las señas de identidad que se transfieren al otro como protagonistas sensoriales de vivencias y sentimientos. Lo enigmático y lo sórdido de la cultura marroquí, sus rituales religiosos y cotidianos —con el kif muchas veces de fondo—, y la violencia que transita por sus calles y familias hacen de El limón un testigo directo de una época y de unas vidas que transcurren sin matices entre un límite y su opuesto. Una lucha entre culturas, la europea y la magrebí, que desemboca, en el caso de El limón, en una violencia que nace del desconocimiento y de la falta de respeto hacia el otro. Una cultura, la marroquí, que hipnotizó a muchos artistas e intelectuales occidentales que vieron en ella una oportunidad para la libertad; un territorio donde la ausencia de normas era la excusa perfecta para vivir. Unas normas que, sin embargo, sí existían y ellos obviaron a la hora de residir en su particular paraíso de sexo, alcohol y drogas que se adelantó a su posterior implantación en Europa. Unos tiempos de decadencia, guerras y huidas que produjeron obras literarias, casi siempre enigmáticas y convulsas, como El almuerzo desnudo de William Burroughs, o los relatos cortos de Paul Bowles que, junto a su mujer Jane Bowles —Cabeza de gardenia como la llamaba Truman Capote—, y de la mano entre otros de Emilio Sainz de Soto-Lyons, hicieron de sus calles, medinas y mezquitas un mapa geográfico distinto y lejano de todo aquello que los oprimía. En este sentido, la libertad y su búsqueda en El limón de Mohamed Mrabet, forman parte de un cuento largo al modo de Las mil y una noches que el músico y escritor norteamericano Paul Bowles transcribió de lenguaje dialectal de Mrabet al inglés, convirtiéndolo en una sucesión de imágenes, aventuras y sucesos de un niño de 12 años, Abdeslam, que en principio rechaza la violencia y que luego encuentra en ella la única vía de salida hacia aquello que le oprime. Narrado en un estilo directo donde Bowles hace de narrador omnisciente para darle sentido a aquello que escucha grabado en una cinta, El limón nos da una visión más de la vida inherente a todos aquellos libros de iniciación y, que en el caso que nos ocupa, también podríamos añadir de viajes, como en su día lo fueron La carretera de Jack Kerouac, las novelas de John Fante o las de Bukowski. ¿Entonces, cuál es la diferencia entre unos y otros?, pues que en El limón, el protagonista solo es un niño. Y su devenir existencial destila, por una parte, la inocencia de la infancia, y por otro, la necesidad de vivir lo más intensamente posible, lo que convierte a esta narración, también, en un libro confesional. De todo ello, nos habla un Mohamed Mrabet que ya deleitó a multitud de lectores con su primer libro, Amor por un puñado de pelos, que sigue el mismo entramado de oralidad y transcripción por parte de Paul Bowles. Gracias a esa colaboración nos ha quedado una huella literaria de aquel Marruecos oscuro y distinto, y que alcanzó su máximo esplendor en la ciudad de Tánger, donde unos y otros pusieron todo lo mejor y lo peor de sí mismos a la hora de marcar una época: la de la libertad y su búsqueda.

Una época, y su sentido, que quedan perfectamente retratados en el Poema Casi nada que Paul Bowles escribió a Jane, cuando ésta falleció en Málaga el 4 de mayo de 1973: «Al principio había barro, y el sonido de la respiración, Y nadie sabía dónde estábamos. Cuando lo averiguamos, era demasiado tarde. Nada puede ocurrir ya salvo como ha de ocurrir. Y además, estaba solo y no importaba. Sólo porque entonces nada podía importar. *** Creíamos que había otros caminos. La oscuridad quedaba fuera. Nosotros no somos eso, decíamos. No está en nosotros (…) *** Hubo un tiempo en que la vida era más alegre. Bebíamos aún el agua del lago, El cubo salía fresco y fragante con el olor a agua profunda. La canción se oía en todas partes aquel año, un absurdo estribillo: Parece tanto tiempo, y no lo es. Parecen tantos años, y tal vez sea uno. Cuando los árboles estaban allí me preocupaba que estuvieran allí, y ahora han desaparecido. Para salir tomamos la senda que rodea el pantano. Cuando emprendimos el viaje de regreso la marea había subido. Había otro camino pero quedaba muy arriba y era difícil llegar. Así que esperamos aquí, y todo sigue igual. *** Había muchas cosas que quería decirte antes de que te fueras, y ya nunca te las diré. Aunque el sol inunda la terraza formando las mismas sombras en los mismos sitios, sólo lo veo yo, sólo yo oigo el viento y es demasiado fuerte. El mundo hierve de palabras. Perdóname…

Ángel Silvelo Gabriel.