“Tiempo y espacio que junto con el azar enriquecen la intercomunicación plástica establecida entre el artista y el espectador. Precisamente este fenómeno es el que intuyó Marcel Duchamp al ver sus obras –las de Alexander Calder- las bautizó definitivamente, como “móviles”. Móviles con movilidad propia, no con la ilusión de trayectoria traslativa u óptica, no con un cinetismo aparentemente propio de futuristas y ópticos, sino con unos ritmos vibrátiles, variables y siempre mutables….Calder quiso poblar el espacio visual de unos elementos, de unos seres escultóricos, que tuvieron un aliento vital, que fueran capaces de moverse con impulsos y gestos propios”.
Daniel Giralt-Miracle. Crítica y críticas. Escritos de arte. 2005
“Coges el hilo y lo llevas a la estrella
lo pasas por dentro del lazo,
después le pasas la estrella
y el hilo queda libre”
Joan Brossa. Extracto de un poema dedicado a Moisés Villèlia
Han pasado treinta años de mi primer artículo relacionado con el mundo del arte. Fue en la desaparecida revista Batik con motivo de una exposición individual de Moisés Villèlia, seudónimo de Moisés Sanmartín, (Barcelona, 1928-1994), en la desaparecida galería barcelonesa Joan Gaspar.
En aquel momento mi conocimiento respecto a su obra era mínimo, ya que era un artista del que no se hacía referencia en los círculos universitarios, por lo que a principios de los 80 no había tenido la oportunidad aún de aproximarme a su trabajo, hasta que tuve la ocasión de poder comentar dicha exposición.
A nivel estatal no ha recibido ningún tipo de distinción. Posiblemente la circunstancia de rechazar el ofrecimiento que le hizo el Ministerio de Bellas Artes en 1963 para representar a España en la Bienal de Sao Paulo –que en aquella época era uno de los acontecimientos de arte contemporáneo más importantes a nivel internacional-, debido a que no compartía la ideología franquista, le apartó de que tuviera un papel preponderante en la escultura española que, sin duda merecía. Precisamente Juan Bufill señala al respecto, que el artista “no supo o no quiso ser hábil en las relaciones con los poderes del mercado y las instituciones del arte”.
La última retrospectiva que se le dedicó fue en 1999, en el IVAM de Valencia , que tuve la oportunidad de ver en directo. En aquel momento el director era Juan Manuel Bonet, que ahora ocupa la dirección del Instituto Cervantes, destacando de Villèlia que era un escultor “que no suele figurar en los “hit parades” al uso, pero que a quienes llevamos años admirándole nos parece uno de los grandes nombres secretos de este siglo”
Villèlia siempre se ha movido dentro de una óptica muy personal, autodidacta y de difícil definición, sobre todo porque nadie había empleado anteriormente la caña, circunstancia que resalta más la originalidad de sus propuestas, por lo que es difícil incluirlo en un “ismo” concreto –se suele asociarlo al arte povera-, aunque también lo podríamos insertar dentro de la corriente del constructivismo orgánico, tal como en su momento lo clasificó el crítico Francesc Miralles, aunque apartándose del constructivismo geométrico de los hermanos rusos Naum Gabo y Antoine Pevsner, respecto a la idea de las construcciones dinámicas a nivel espacial, debido a que las figuras sí las podemos considerar como conceptuales.
Ahora bien, los móviles de Villèlia recuerdan a los de Alexandre Calder, que empleaba también la madera y el alambre para sus composiciones llenas de gran dinamismo. Las líneas que se pierden en el espacio, destacan por su cinetismo. Pero a diferencia del artista norteamericano, lo hace con un material muy difícil de encontrar, incluso de manipular, como es el caso de la caña de bambú, concretamente la guadua, que es un tipo de caña que sólo se encuentra en Ecuador, país en el que Villèlia residió un corto espacio de tiempo hasta que volvió a Catalunya en 1971, instalándose en la pequeña localidad gerundense de Molló. Sin embargo, al inicio de su trayectoria se sirvió del pino y del nogal, y más tarde del fibrocemento.
Moisés Villèlia era un artista atípico al provenir del mundo artesanal, debido a que trabajó como ebanista en el taller que su padre tenía en Mataró. Muy pronto realizó su primera talla a los 21 años que expuso en el Museo de Mataró. En aquella época colaboró en la realización del presbiterio de la basílica de Santa María y de la capilla de Santa Ana, ambas situadas en la misma ciudad. Su primera exposición individual también fue en el mismo museo de la capital del Maresme. A partir de 1951 ya se dedicó plenamente al mundo de la escultura, rompiendo con la tradición figurativa para adentrarse en la abstracción.
En aquellos inicios se dedicó a la búsqueda de nuevos materiales, primordialmente de procedencia orgánica, como por ejemplo calabazas, cebollas, cortezas, cactus, chumberas, etc., mezclados con otros materiales también considerados como “pobres”: alambres, corchos, hilos, botones o palillos. Al margen de los móviles, donde la caña de bambú es la protagonista, también pintaba, estucaba y lacaba el resto de piezas con colores primarios, sobre todo el rojo, aunque el más representado sea el negro. De hecho, son colores que podemos relacionarlos con el arte primitivo.
Ahora en el Espai Volart de Barcelona, una de las diferentes sedes con las que cuenta la Fundación Vilacasas, podemos contemplar una treintena de piezas del período 1977-1991, titulada Villèlia, siendo los comisarios la propia directora de la Fundación, Glòria Bosch y el hijo del artista, Nahum Villélia. La exposición se divide en tres apartados: las piezas realizadas preferentemente en caña de bambú, las tallas de madera –posiblemente las menos conocidas del escultor- y las telarañas. Todas las obras pertenecen al período en que vivió en Molló. En el año 2014 la Fundación ya mostró otra exposición del artista, pero en esta ocasión fue en el Museo Can Mario de Palafrugell (Girona), denominada Villèlia, creador de mundos oníricos
El recorrido por la exposición no es cronológico, sino que empieza por las esculturas de bambú y acaba con las esculturas de telaraña. En el primero, hay siete piezas de bambú, todas ellas pintadas, en las que los móviles de grandes dimensiones aparentan flotar en el espacio. Si los tocamos levemente, parece que cada vez estemos delante de una obra diferente.
En el segundo apartado se exhiben trece tallas de madera del período 1978-1981, prácticamente inéditas –un motivo más para acercarse a la exposición-. Algunas de ellas se aproximan al mundo espiritual, primitivo y ancestral, debido a la presencia de unas formas totémicas. Las maderas utilizadas son diferentes respecto al bambú, que es más frágil y ligero, ya que en la serie Personajes, emplea pino de Flandes, cerezo, ukola –que se encuentra en el bosque tropical africano- y palisandro. Y en la serie Maquetas para un parque, usa madera de pino pintada y lacada.
Y en el tercer grupo surgen las telas de araña, de las cuales la mitad de las diez que componen la serie, son móviles de alambre, hilo de acero, bolas de corcho, pintado y lacado. De esta serie, Javier Arnaldo señala que se trata de unas “tramas de nudos, enlaces emparentados en la urdimbre de un espacio pendiente de atarnos a su voluntad cosmogónica se extienden en aquellas telas sin telar, producto de las manos, como pudieran serlo de la boca”.
En consecuencia, podemos afirmar que una de las mayores aportaciones de Moisés Villèlia a la plástica escultórica, es la de aunar ingenio y estética a sus creaciones, donde la originalidad de sus propuestas se advierte tanto en el hecho de dar una gran importancia al vacio, como a la propia fragilidad de los materiales que habitualmente empleaba: cordeles, alambres o hilos que acompañan a la caña de bambú.
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