Esta escritora siente un especial cariño por las historias relacionadas con la infancia, como ya ha demostrado en muchas de sus obras, y sin duda El naranjo que se murió de tristeza es una de las que mejor refleja este sentimiento. En ella levanta el barniz de nuestros primeros años de vida y nos recuerda que la infancia no es ese mundo idílico que todos parecen recordar con nostalgia. Los diez años de la tata Josefa y los de Ali, protagonistas de esta historia, no son los mismos, pero siempre hay problemas más o menos graves que afectan a todo niño, situaciones ante las que este muestra una voluntad terca y entrañable por mejorar las cosas. Es una historia tan dura y sincera como solo una niña puede serlo, pero contada con delicadeza y atención al detalle, pese a su brevedad. También tiene algún punto flojo, por supuesto, como sucede con algunos aspectos de la trama que se resuelven de manera bastante previsible, aunque en ningún caso oscurecen el conjunto.
Un paseo por esta novela huele a una mezcla de azahar, libros viejos y amistades imborrables, y es tan solo un ejemplo de las cerca de veinte obras que forman la bibliografía de esta incansable carballona.
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