Cuento de barrio es una buena compilación de todo lo expuesto, pues la solidez de las guitarras aparecen desde el primer momento para perfilar este cuento de chicos de barrio: drogas, exilio y rock’n’roll, aderezados de paredes llenas de pintadas y matones de escuela, para ilustrar esta primera muestra de rock sin excusas, donde la fuerza y el ritmo se dan la mano sin miedo. El final del verano nos atraviesa el corazón en forma de confesión sin anestesia: «dime si es verdad que la eternidad no dura ni un instante». Clases de barrio, exámenes de septiembre y el final de la adolescencia, para llegar hasta la nostalgia, la melancolía y el primer amor, que se fusionan en una mágica conjunción pop-rock. Teclados arrebatadores inician Seres extrañosen una mezcla de la calidad y fusión de la música de Motel presente en Cultivos: «ya no creo en los Beatles, no me importan los Stones». Magnífica declaración de principios derriba-barreras para afianzar sus raíces más profundas en el rock’n’roll sin miedo, lanzando las guitarras al aire en compañía de unos buenos teclados; soul desparramado en confesiones hechas con eso: alma. Teclados que deviene profundos en el inicio de La señora de los gatos, una nueva narración de pérdida y distancia donde la melancolía suena a grandes argumentos, de esos con los que intentamos cambiar nuestro mundo. Motel lo hacen con notas de blues, un blues intenso, cercano y acertado, donde las motas de polvo ya no necesitan ser barnizadas; un gran tema pleno de sentido y sentimiento. Moteltambién arrollan, con su música, las redes sociales en Facebook, una metáfora de los males y falsos egos con los que revestimos lo peor de nuestras vidas en el periódico de los pobres que un día inventó Zuckerberg. Ritmos sustentados en las teclas de un piano que nos lleva el corazón de acá para allá en una mezcla sonora plena de fusiones de ritmos y sensaciones. Guitarras al cuello nos asaltan en Ruido en el corazón, donde la versión más directa y comercial de Motelsale a relucir, deudora de las mejores bandas de rock de este país. Aquí, el grupo reabre sus caminos con la solvencia de las grandes ocasiones, pues no tienen nada que envidiar a bandas como Fito y los Fitipaldis, por poner un ejemplo, o si nos marchamos atrás en el tiempo, a los Burning más castizos.
Diskoteca, con k de kilo, es una mezcla de sinfonía de colores transformados con notas salpicadas de ritmos bailables al ritmo de blues, pop, rock o ska, que se mezclan sin miedo y con acierto: «mientras tú sigues bailando en la discoteca/ mientras todo va girando en la discoteca… si te queda algún disparo, que me apunte a mí a la frente». Ritmo cambiante el de Tu canción favorita, pues regresamos a esas cadencias pop de guitarras acústicas que se nos cuelan en el corazón sin avisar. Pinceladas de Manolo Tena o Enrique Urquijo nos llenan los oídos de buena música en esta acertada canción preñada de grandes sensaciones. Y como no solo de ritmos altos vive la música, la desnudez vocal de Fernando López se hace cargo, junto a su guitarra acústica, de Tu nombre, la versión más pausada, que no menos intensa, de Motel: «he salido a buscar en la barra del bar un plato triste con vitaminas, y solo he encontrado trozo de ti», gotitas de madame tristeza adornadas de buen blues. Las ondas notas de El mal nos muestran esa cara oculta del amor no correspondido que deviene en un sentimiento enfermizo y aterrador, pues nos refleja lo peor de cada uno de nosotros. Magnífica declaración de amor entre notas que suben, bajan, lloran y buscan un trocito de cielo aunque sea imposible: «me he clavado una lanza en el costado». Ahondamos en la veta más desnuda de Motel con Voy a pedirte en matrimonio, oda a la pérdida de la inocencia y la auténtica juventud y libertad, sin por ello, atisbar la necesidad de atravesar fronteras: «hoy te voy a pedir en matrimonio y voy a convertirme en demonio», una declaración a la que no le falta una más que prometedora compañía de guitarras con sabor a puro rock’n’roll. Sonidos de armónicas retratados en clave de blues al estilo de los míticos La Frontera, donde se buscan esos límites de realidad y ficción, deseo y pesadilla: «Dios no reparte suerte solo queda la ley del más fuerte. La que roba y la pisa a los demás». Poniendo precio a los sueños se despiden Motelen este más que prometedor y acertado trabajo, que retrata muy bien una época y una forma de vidas que siempre han estado a nuestro lado y, que de alguna forma, han recorrido nuestras venas. En definitiva, Motel trovan historias de barrio y, de paso, ajustan cuentas con el pasado y su destino.
Ángel Silvelo Gabriel.