Esa necesidad en Turnerde atrapar la luz tal y plasmar cómo se propaga por el aire para encontrar la última verdad del alma es, sin duda, lo mejor de la película y el leitmotiv de la misma que, Mike Leigh, ya nos deja claro en la primera escena, cuando justo antes del amanecer nos muestra al pintor —siendo su voluminoso cuerpo el único elemento que rompe la linealidad del horizonte— tomando apuntes de la llanura de los Países Bajos; un lugar donde el sol no encuentra ningún obstáculo a la hora de mostrarse. «El sol es el verdadero Dios», nos recuerda Turnerantes de morir que, como un guerrero que no sabe hacer otra cosa salvo luchar, se enfrenta al sol y al horizonte desde el primer rayo que el astro emite en la mañana. Esa incesante búsqueda de la luz es la esencia y la razón de ser de este film, que no busca mostrarnos un personaje simpático y bonachón, sino mostrarnos esa dualidad que tantas veces se da entre el artista y su obra, y en Mr. Turner asistimos a una nueva prueba de ello. Aquellos que vayan al cine esperando ver el sublime éxtasis compositivo de sus cuadros bajo una música envolvente que les recuerde, por ejemplo, al fuerza poética de la película Bright Star de Jane Campion que desistan del intento, pues la contención y la sobriedad de la que Mike Leigh hace gala a lo largo de las más de dos horas de duración de la película, no dejan espacio para la duda, porque Mr. Turner es una magnífica excusa para mostrarnos la incesante búsqueda de la luz; esa última necesidad de un artista que nos dejó grandes muestras pictóricas con las que deleitar a nuestros sentidos.
Ángel Silvelo Gabriel.