Existe una ley no escrita dentro del oscuro mundo editorial que dice que todo aquel producto o formato que funciona hay que explotarlo hasta la extenuación y el aborrecimiento. Tras el éxito internacional de El código da Vinci, las librerías se llenaron de códigos, secretos, misterios, enigmas y adivinanzas de pintores, inventores, músicos y escritores. El éxito de Harry Potter motivó que las estanterías se vieran invadidas por mucha y variada literatura juvenil, lo que llenó un vacío clamoroso que calmó el ansia lectora del aficionado y atrajo un buen número de nuevos lectores. Lo que han provocado Crepúsculo y sus vampiros gusiluz todos lo sabemos, y ahora cuesta encontrar una editorial con línea de publicación juvenil que no tenga su ración de vampiritos, lobitos, angelotes o haditas. Algo triunfa y todos se apuntan al carro: la misma editorial para explotar el producto, las demás para intentar rascar lectores. Se exprime, se exprime y se exprime hasta que el producto se agota por sí mismo o se acaba la paciencia del lector, sale otra moda y el círculo de la vida vuelve a empezar.
Tanto la propia editorial como otras vieron en este tipo de novela una gallina de huevos de oro para vender libros. Esto ha provocado que de un tiempo a esta parte nos hayamos visto invadidos por una serie de novelas con exactamente las mismas características que definen las andanzas del antihéroe de Greg: público receptor a partir de 10 años, formato de diario, combinación de narración y dibujos, desventuras en el primer año de instituto, el pardillo friky como protagonista de las novelas, sentido del humor y cubiertas con el mismo formato que el primer diario de Greg.
Así tenemos, de repente, a Nikki, Nate, Sofia, una chica del montón, un pardillo total y un vampiro fracasado: todos escriben sus diarios y los acompañan de dibujos. Las editoriales venden sus nuevas series como “aventuras de pringados, que es lo que se lleva ahora”, mezclando forma con fondo y contenido con continente. De cinco novedades, tres tienen este formato y antes de Sant Jordi se espera la aparición de tres series más. Y uno empieza a bufar… y más cuando nadie ha pedido más series como éstas, ya que el seguidor de Greg quiere seguir… a Greg. Y de lejos se oye afilar los cuchillos para destripar a la gallina.
Quiero dejar una cosa clara. Esto no es una crítica a la calidad de esas novelas (y menos si dentro de ellas está Diario de una chica del montón, de Blanca Álvarez, con ilustraciones de Merçé López; una obra deliciosa, divertidísima y entre lo mejor publicado en el 2010), sino a la explotación que se hace de un mismo formato publicando de todo, lo que sea y como sea hasta la náusea y la extenuación. Hasta que se quema el formato. Hasta que llega un momento en el que se cumple el maldito tópico de que la literatura juvenil es toda igual.