Muñoz Molina en la consulta del historiador

Por Peterpank @castguer

La dolencia le venía fastidiando desde hacía mucho tiempo. Se quejaba con frecuencia de tirones en las nalgas y punzadas en las orejas, la nariz y el pudendo. Por eso, aquella tarde, su mujer, la conocida inquisidora Viruca Lindurri, que es tan hortera que presume de pertenecer a lo mejorcito del barrio de Salamanca, como Pitita Ridruejo, Churrita Sartorius y Jennifer de los Dolores Ansar, le dijo:

–Tendrías que ir al historiador,

–Ya fui el año pasado.

–¿Se lo explicaste bien? Mira que tu eres medio tonto y a lo peor lo confundiste todo.

–¡Claro que se lo expliqué bien!

–¿Y qué?

–Me mandó hacerme varios cuadros sinópticos y una historiografía. No me sirvieron para nada.

–Pero ese era el de Historia General ¿no? Tendrías que ir a un especialista. Al de Historia Contemporánea, por ejemplo.

–A ese también fui el año pasado.

–Pues ve hoy otra vez. Pero, antes, cámbiate esos calzoncillazos de cateto que usas. Están amarillentos y huelen desde Cascorro.

Aquella misma tarde, el exguardia civil, que echaba de menos el cuerpo médico de la Benemérita, fue a un consultorio de la Biblioteca Nacional. El Historiador contemporáneo, después de examinarle las nalgas y el parapeto frontal, calcularle el índice de ancien regime en cerebelo y el coeficiente diferencial entre bigotes y patillas, espetó, adelantando la barbilla, frunciendo el entrecejo, encogiendo el pecho y moviendo las orejas, mientras las aletas de la nariz se le dilataban:

–Le vendrían bien baños de asiento.

–¿Baños de asiento? ¿Dónde?

–¿Dónde van a ser? ¿Se sienta usted con el cogote? ¡Pues en el culo, hombre!

–Quiero decir en qué recipiente. ¿Una palangana?

–¡Nada de cacharros! En el Mediterráneo, que es el mar de la Cultura. A usted le falta Cultura. Le mandaré también, vía rectal, un complejo de Cultura B, Cultura C y Cultura D. Y suprima la culturina en las horas de trabajo hasta nueva orden y concierto. Tome esta receta y empiece hoy mismo. Busque una librería de guardia. Se lee un libro por la mañana y otro por la noche y dos números de Babelia entre comidas. Y siga como hasta ahora, sin pensar, sin tener ideas ni decir cosas inteligentes, originales ni ingeniosas. Esto es muy importante. Su dosis de ingenio está saludablemente muy por debajo de la media. A la menor gracia, por muy patosa que sea, que se le ocurriese –muy improbable– se le subiría el colateral y se le hincharían los castoreños hasta extremos incómodos. Y, por supuesto, procure no ser amable con nadie, ni simpático. Es por el corazón. Cuanto más cabrón sea usted, mejor para el suyocardio.

Redacción de La Fiera Literaria