Esta vez son los adultos quienes arrastramos a los más pequeños, espoleados sin duda por la nostalgia de un entrañable momento televisivo de la infancia (recuerdo que lo veía con mi hermano los viernes por la tarde) y el posible establecimiento de un vínculo generacional. Lejos queda el proyecto artístico y el legado de Jim Henson: una alternativa al acaramelado y brillante universo Disney (al que acabó sucumbiendo su obra, aunque él, por fortuna, no viviera para verlo) que involucrara tanto al mundo infantil --Barrio Sésamo (1969-...)-- como el juvenil y el adulto --Cristal oscuro (1982)--. El problema quizá fue que Jim Henson tenía una gran imaginación para concebir personajes, pero no se le daban demasiado bien los guiones...
La película no tiene prejuicios a la hora de ambientar la historia en un imposible mundo ingenuo de los años cincuenta, con decorados, personajes y números musicales al estilo Mickey Rooney (que hace un breve cameo), quizá asumiendo que los principales muñecos --además de Gustavo, la cerdita Peggy, Fozzie, Gonzo-- están demasiado bien definidos en sus personalidades respectivas y no es posible ni conveniente tratar de modificarlos para adaptarlos al presente. Resulta más eficaz centrar el argumento en la recuperación de la fama, la nostalgia del grupo reunido de nuevo, unas canciones y bailes vistosos y conscientemente exagerados, un poco de fina ironía (concesión a los viejunos fans ochenteros) y la necesaria pedagogía socializadora/integradora.
En mi caso la cosa funcionó a la perfección: mis personajes favoritos --Gustavo y los dos ancianos del palco-- mantienen la vitalidad y frescura de su sentido del humor entre desencantado y corrosivo de bajo nivel. Probablemente el chute definitivo de nostalgia se produjo durante el homenaje visual al show televisivo (1976-1981), que arrancaba siempre con el mismo plano, en el que aparecían, por este orden, el perro pianista Rufo y el saxofonista (que nunca habla, y que siempre me ha fascinado por su perfección y sus verosímiles movimientos). Fue verlo recreado en la pantalla y recuperarlo en todos sus detalles, como si lo hubiera visto hacía menos de una semana. La nostalgia es la droga más potente que existe, no en vano la segrega nuestro organismo a petición propia...