(320 x 146cm. Acrílico y carbón sobre lona plástica)
La reflexión viene de la mano de E. M. Cioran y su obra "La caída en el Tiempo". A través de dos citas nos alumbra una enorme lección de humildad
I. “El animal razonable es el único animal perdido, el único que, en lugar de persistir en su condición primera, se preocupa por forjarse otra, a despecho de sus intereses y como por impiedad hacia su propia imagen. Menos inquieto que descontento (la inquietud exige una salida, desemboca en la resignación), el hombre se complace en una insatisfacción que raya en el vértigo. Como no se asimila nunca ni a sí mismo ni al mundo, es en esa parte de sí que se niega a identificarse con lo que resiente o emprende, en esa zona de ausencia, de ruptura entre él y él mismo, entre él mismo y el universo, donde descubre su originalidad y ejerce su facultad de no coincidencia que lo mantiene en un estado de insinceridad tanto hacia los seres, lo cual es legítimo, como hacia las cosas, lo cual es menos legítimo. Doble desde su raíz, crispado y tenso, su duplicidad, al igual que su crispación y su tensión, proceden de su falta de existencia, de la deficiencia sustancial que lo condena a los excesos del querer. Mientras más se es, más se quiere. Nos precipitan hacia la acción nuestro no–ser, nuestra debilidad y nuestra inadaptación. Y el hombre, el débil e inadaptado por excelencia, cuenta con la prerrogativa y la desgracia de sujetarse a tareas inconmensurables para sus fuerzas, de caer presa de la voluntad, estigma de su imperfección, medio seguro de afirmarse y de hundirse”
II. “Querer significa mantenerse a cualquier precio en un estado de exasperación y de fiebre. El esfuerzo es agotador y no está dicho que el hombre pueda sostenerlo siempre. Creer que le está asignado sobrepasar su condición para orientarse hacia la de superhombre, es olvidar que apenas puede resistir en tanto hombre, y que sólo lo consigue a fuerza de tensar su voluntad, su resorte, al máximo. Ahora bien, la voluntad que contiene un principio sospechoso e incluso funesto, se voltea contra aquellos que abusan de ella. No es natural querer, o mejor dicho, habría que querer apenas lo justo para vivir, desde el momento en que se quiere más o se quiere menos de la cuenta, tarde o temprano acaba uno por perturbarse y decaer. Si la falta de voluntad constituye en sí una enfermedad, la voluntad en cuanto tal es aún peor: es a causa de ella, de sus excesos, más aún que de sus debilidades, de donde derivan todos los infortunios del hombre. Pero si en el estado actual en que se encuentra ya quiere demasiado, ¿qué sería de él si adquiere el estado de superhombre? Estallaría y se derrumbaría sin duda sobre sí mismo. Y sería llevado entonces, a través de un grandioso rodeo, a caer del tiempo para entrar en la eternidad de abajo, término ineludible donde, a fin de cuentas, poco importa que llegue a causa del deterioro o del desastre.”