Por Mamen Manen. Publicado originariamente en adesk (las negritas son mías)Después de un buen tiempo en que la palabra clave en las instituciones artísticas ha sido “educación” puede ser que pasemos a nuevas definiciones mediante la “comunicación”. Los cambios evidentes en el comportamiento en la red han obligado –o esto parece- a los museos a replantearse el qué, el cómo y el cuándo comunicar. Tradicionalmente, la institución dedicada al arte era un muro basado en su verdad. La institución emitía discurso y el usuario lo recibía desde su pequeñez. La capacidad de acción por parte del usuario era, digamos, limitada: canales menores para la opinión y pocos contactos directos con los productores. Las distancias entre los espacios dedicados a la producción cultural en los museos e instituciones artísticas y aquellos destinados a su presentación siguen siendo importantes. En las salas está todo acabado y bien empaquetado, y en las oficinas están ya en los siguientes proyectos. Las entradas a “oficinas” y a “las salas” son distintas y habitualmente la máquina productora se esconde tanto como se puede. Seguramente no hay mala intención, simplemente las cosas son como son. O como eran.Llegó la explosión de la red en su definición para la participación (y su evidente base comercial en la implantación de algunas de las redes sociales más importantes) después de un momento de 2.0 en el que la ideas sobre posibles mejoras democráticas dieron paso a la individualidad y la facilidad por el estudio del comportamiento de los usuarios/clientes. De las herramientas abiertas y en proceso pasamos a las plataformas que siguen en proceso pero en las que los usuarios no tienen capacidad para definir. Las formas van cambiando a una velocidad superior, pero el fondo es el mismo: “Ellos” deciden. Es en este momento en el que las instituciones artísticas se lanzan a la caza de los usuarios en la red. Una vez asumido que Facebook es lo que es (o sea, un canal más) parece que no queda otra opción que entrar y difundir propaganda sobre las actividades que se realizan. Por un lado, la institución tiene la opción de recibir un feedback bastante rápido, puede saber qué tipo de usuario activo es el que tiene en la red y hasta podrá tener algunas cifras de posibles éxitos de participantes en actividades físicas.En un primer momento se genera cierta dislocación. Se trata de sistemas basados en en el comportamiento individual, en lo “personal”, en lo cotidiano y en el mantenimiento en presente de contactos que no tienen lugar en otros tipos de comunicación. El papel de lo institucional no queda claro, pero la propia plataforma ya se encargará de definir perfiles que sean propicios para las instituciones. Al fin y al cabo, las instituciones pueden ser, también, clientes. Se suaviza lo íntimo para que la difusión de contenidos propios de los museos y centros de arte –entre otros- puedan funcionar sin problema. Pero, y siempre hay un pero, nos encontramos con otro ritmo. Los contenidos tienen que aparecer de un modo y a un tiempo distinto, el mantenimiento de los usuarios pide otro tipo de atención y hasta es necesario estar atento ya que es posible que sea necesario dar respuesta a alguna pregunta. O sea, que alguien dentro de la institución tendrá que trabajar más. Los consultores de medios pueden ayudar a definir estrategias y modos de funcionamiento, pero tocará a los productores trabajar en la velocidad que piden las nuevas estructuras de comunicación, ya que los tiempos entre producción y difusión van a recortarse. Será el momento de definir quién sube los contenidos, cómo se suben y qué se sube. Y todo apunta que en la mayoría de instituciones este trabajo estará en manos de aquellos que ya se encargaban de la comunicación, con lo que la distancia entre productores y receptores sige a salvo.Quedan unas cuantas preguntas en el aire. El uso de las redes sociales (y de contenido) como plataformas propias por parte de las instituciones conlleva cierta disgregación de sus sitios web. Ólvidate de unidad en el diseño o de planteamientos que impliquen alguna reflexión sobre el copyright. También se puede perder la opción de generar otros lugares donde la base no sea la comercial. Los museos, por su capacidad de gestión y producción, pueden en algunos casos (que la crisis afecta también a todos) dar opciones y mostrar posibilidades más allá de lo establecido. Sus sitios web pueden llegar a ser bases en las que definir nuevas formas y modos de actuación. La interrelación entre contenidos puede marcarse desde otras cordenadas y, seguramente lo más importante, existe la posibilidad de definir nuevos canales o de analizar críticamente los ya usados.La red se va complicando y, de golpe, nada es universal. El diseño de una página web necesita de varias formas para que se adapte a las distintas plataformas. No es lo mismo Firefox que Explorer, pero es que aún es más distinto un ordenador que un Iphone. Las instituciones tienen la capacidad para investigar en estas diferencias, la posibilidad de analizar la situación y dar contenidos específicos (algo de momento más complicado para plataformas independientes más pequeñas, ya que el trabajo vuelve a ser para especialistas y, por lo tanto, más caro). Una de las preguntas clave está en ver si tal diversidad de presentaciones se plantea desde la comunicación de la institución o si sirve de base para un replanteamiento estructural: ¿Dejarán las exposiciones las salas? ¿Serán los teléfonos herramientas educativas? ¿Será la geolocalización algo para definir contenidos? ¿O vamos a tener los mismos contenidos en formatos distintos? ¿Y llegaremos a tiempo?