Por razones que la ciencia no acaba de esclarecer, el cultivo de la buena mùsica, en su quehacer pràctico, coadyuva a prolongar la vida del ser humano. Y por razones aùn menos claras, sobresale entre los gremios de ejecutantes el de los pianistas quienes, casi por norma, alcanzan edades asombrosas en plenitud de facultades.
No hay Alzheimer o desmemoria en sus horizontes.
El legendario Arthur Rubinstein (1887-1982) se retirò de los escenarios a los 90 años y no porque ya no pudiera tocar, sino por la ceguera. Morirìa a los 95 haciendo mùsica para su cìrculo ìntimo. Por no hablar de la trayectoria de Mieczyslaw Horszowski (1892-1993), quien tocò su ùltimo concierto a los 100 años, falleciendo unos meses màs tarde, despuès de haber impartido una lecciòn de piano. ¿Dònde reside la explicaciòn de tales proezas? ¿Què beneficios aporta el ejercicio del arte sonoro y, màs en concreto, cuàles son las ventajas de la ejecuciòn del piano sobre el resto de los instrumentos?([1]) Las respuestas màs socorridas son que los pianistas mueven en profusiòn todos los dedos de ambas manos, que desarrollan sus habilidades sentados còmodamente, que usan el peso de sus brazos a favor de la gravedad y que son aquellos que manejan mayor nùmero de notas por segundo que los demàs. Podrìa argumentarse en contra que si esas son las premisas, deberìan encontrarse ejemplos anàlogos de ancianidad en los arpistas o los guitarristas, empero, aunque los tres estàn obligados a tocar sentados, los primeros no usan los meñiques y los segundos hacen uno muy disparejo de sus dedos: el pulgar de la izquierda pràcticamente no lo emplean, como tampoco el meñique de la derecha. Y lo mismo vale para los individuos que tocan instrumentos de aliento, no usan todos sus dedos y aúnan el riesgo de abusar de sus capacidades pulmonares. Para este gremio, el promedio de vida activa es de 72 años, tres menos del promedio deparado a los violinistas, que son los màs sacrificados de la familia de las cuerdas frotadas.([2]) Estàn èstos siempre en vilo contra la gravedad, su postura es un atentado contra la anatomìa y es categòrica la disparidad en el empleo de sus dedos. Con sòlo cuatro de ellos deben urdir sus tejidos melòdicos, mientras que los del arco los usan de forma estacionaria.([3]) Mas, ¿dònde nos llevan estas consideraciones? A postular con llaneza que, al mover de forma extensiva y homogènea todos los dedos de ambas manos, se crea y se logra un amplio funcionamiento de las redes neuronales que los coordinan, amèn de fungir como un masaje continuo de las miles de terminaciones nerviosas que se sitùan en sus puntas. Recordemos que en las manos se manifiesta la evoluciòn de la inteligencia del hombre y que a ellas se vinculan los òrganos del cuerpo. De ahì que al ejercitarlos el organismo entero se beneficie. A propòsito de los insignificantes meñiques habrìa que decir que estàn conectados, nada menos, que al corazòn y al intestino delgado. ¿Nos satisface esta conclusiòn para entender el fenòmeno de la longevidad en los sujetos que se pasan la vida frente a instrumentos de tecla? Digamos, para agotar el discurso que, ciertamente, con el empleo reiterado de los dedos, en concomitancia al desarrollo del oìdo, se plasman circuitos mentales de tal complejidad que acaban por retardar el envejecimiento de las facultades cognitivas. A eso agreguèmosle el uso que hacen los pianistas –y sus afines– de los pedales y al arduo ordenamiento polifònico a que estàn obligados por la naturaleza misma de su instrumento, y tendremos una respuesta, si no satisfactoria, sì enteramente plausible. Dicho esto, es momento de presentar al pianista mexicano que Rubinstein pensò en designar como sucesor. Las palabras de estìmulo que el eximio polaco le ofrendò fueron: “He buscado en el mundo, durante muchos años, a un artista que ocupe mi lugar en los escenarios. Este podría ser usted”. Nuestro compatriota nunca se sintiò a la altura de esa designaciòn, aunque ha sido merecedor de sendos reconocimientos, no sòlo por la calidad de sus ejecuciones, sino por la decidida labor que se ha echado a cuestas para difundir la mùsica de Manuel M. Ponce quien, carente de hijos, lo designò heredero universal. Se trata de Carlos Vàzquez (1920, el pianista màs longevo en los anales de la mùsica mexicana, como tambièn el maestro màs joven –con 14 años de edad– que ha producido la naciòn, pero antes de incursionar en su biografìa hemos de situarlo en la ùltima hazaña que lo retrata de cuerpo entero.([4]) El domingo pasado se despidiò de los escenarios repitiendo ìntegro el programa de su debut acaecido 73 años ha, en el mismo foro que otrora llevaba el nombre de Sala de Conferencias del Palacio de Bellas Artes (hoy llamada Sala Manuel M. Ponce). Con 91 años y la memoria sin mella, Vàzquez acometiò un repertorio que acobardarìa a cualquiera. Tocò sin partitura la Partita n° 1 de J. S. Bach, el Preludio y Fugato sobre un tema de Händel de Ponce, la Sonata op. 10 n° 3 de Beethoven, las Papillons de Schumann, el Nocturno XVII y el tercer Scherzo de Chopin, el Preludio y la Marcha de “El amor para las tres naranjas” de Prokofiev, el Estudio IV de Stravinsky, y una Danza del “Amor Brujo” de Manuel de Falla; y por si esas dos horas netas de mùsica no hubieran bastado, se prodigò aùn con 5 bises que el pùblico agradeciò enhiesto. En ellos refrendò su indisoluble filiaciòn espiritual con Ponce. Nacido en Guadalajara en el seno de un hogar que amaba con temores a la mùsica, Vàzquez fue depositario de los sueños paternos que pretendìan hacer de èl un buen pianista, mas no tanto como para intentar vivir de ello. El hambre como destino ineludible. Con sòlo quince minutos de pràctica cotidiana permitida, se daba espacio al talento del niño, aunque sin enfilarlo de lleno hacia una profesiòn màs llena de incertidumbre que de esplendores. Su padre lo habìa experimentado con la carne trèmula: habìa aprendido a tocar varios instrumentos, inclusive fue pionero en la ejecuciòn del serrucho, aunque creìa que los melismas no le daban de comer a nadie. Fue asì que el azar jugò la carta decisiva. El señor Vàzquez viajò a la ciudad de Mèxico en su rol de comerciante y le tocò situarse en uno de los primeros actos pùblicos de Làzaro Càrdenas. Corrìa el mes de diciembre de 1934. Con la ingenuidad de quien cree en los polìticos logrò acercarse hasta el mandatario para espetarle que su chamaco era un genio y que no tenìa medios para educarlo. La respuesta del general signarìa el futuro: “Si es cierto lo que dice, su hijo recibirà apoyo del Estado”. Las diligencias en la metròpoli se aplazaron para devolverse a Guadalajara de inmediato. Una valija a medio hacer fue el equipaje del pianista en ciernes que debìa convencer al Presidente de la Repùblica. El retorno a la capital presagiaba dificultades, mas la voluntad paterna no cejarìa en su intento. Horas vanas de antesala y dìas enteros de frustraciòn. La audiencia se concretò recièn inaugurados Los Pinos: Vàzquez padre tocò el serrucho para animar a Vàzquez hijo. Al Señor Presidente, cauto y tajante, le vino en mente una peticiòn: ¿Te sabes “Las cuatro milpas”…? Para asombro de los presentes, el muchacho recordò la tonada y la armonizò sin traspiès. Una sonrisa de beneplàcito se dibujò en el rostro del militar, no obstante eso era insuficiente. El presidente podìa dar una orden y no habrìa quien la impugnara, pero ¿por què habrìa de negarse la opiniòn de los verdaderos expertos? Carlos fue sometido a un riguroso examen frente a una comisiòn selecta. Ante la constataciòn de su enorme talento, a la vuelta de unos dìas se le concediò una plaza de maestro. Vendrìan despuès los estudios en el Conservatorio, las giras, la docencia y, con la velocidad de un murmullo, el concierto de despedida en la Sala Ponce del Palacio de Bellas Artes. ([1]) Aquì habría que incluir a directores de orquesta y compositores pues, por lo general, desarrollan la mayor parte de su oficio a través del piano. ([2]) Datos obtenidos de un estudio realizado a fines de los 90 en Alemania entre los mùsicos de varias orquestas sinfònicas. ([3]) Aùn asì, sin importar la posiciòn contra natura del instrumento, son de citar algunos casos sobresalientes: Jascha Heifetz tocò hasta los 86, Nathan Milstein hasta los 89, y todavìa estàn activos los violinistas Fredell Lack con 90 y Ruggiero Ricci con 94 (a quienes habrìan de agregarse otros ejemplos de mùsicos eminentes que estuvieron activos hasta el final de su vida: Telemann, Saint-Saëns y Horowitz con 86, Verdi y Klemperer con 88, Stravinsky con 89, Toscanini y Copland con 90, Sibelius con 91, Segovia con 94, Charpentier con 95 y Casals con 97). ([4])Se recomienda la audiciòn del Vals n°1 op. 64 (“Minuto”) de Fryderyk Chopin y de la Consolation n° 3 de Franz Liszt en la interpretaciòn que hace Carlos Vàzquez a los 86 años de edad en su ùltimo disco comercial. (WOHLTEMPERIERTE PRODUKTIONEN, 2006) Disponible en la pàgina proceso.com.mx
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