Una vez más, bajo la dirección y adaptación musical del gran David López Muñoz —alma máter de este proyecto—, asistimos a una representación en la que lo más difícil es no acabar cantando junto al magnífico plantel de actores que de nuevo llenan el escenario, y que en Vivo cantando, protagonizan Rut Beltrán Fernández (en el papel de Rocío) y José Antonio Martínez Sánchez (en el papel de Tony). Así, en una magnífica selección musical que se adapta perfectamente a la trama de aquello que se nos cuenta, suenan entre otras, canciones como: Yo soy aquel de Raphael; Al partir de Nino Bravo; Como yo te amo de Rocío Jurado; Dama, dama de Cecilia; Mi gran noche de Raphael, Black is black de Los Bravos…, y lo hacen, igual que una perfecta banda sonora musical que por méritos propios pertenece a nuestro acervo cultural y colectivo, pues se comporta como la cinta transportadora de los recuerdos de varias generaciones de españoles, que en su día soñaron con estas canciones o se enamoraron bajo las melodías de las mismas. No obstante, el valor icónico del espectáculo no está implícito sólo en la parte musical, pues la escenografía a cargo de Luisa F. Ruiz Fernández, el vestuario de María Ortega Cornejo y Pepa Duarte Mejías (fantástico el vestido final de Rut que imita de una forma mágica al de Salomé), y las coreografías de Ana de Luis Duarte y Cristina de Luis Duarte, no hacen sino acentuar esa parte entrañable que tiene el montaje y que se traslada, antes de empezar, al programa que se nos proporciona nada más entrar al Colegio Menesiano, y que en forma de Seat 600 amarillo, recoge la información del espectáculo, invitándonos de esa forma a ser cómplices de aquello que nos espera, y que no es, sino el relato de un sueño, algo de lo que por cierto no estamos sobrados en los tiempos que corren. Por eso no se lo piensen y corran, corran sí… Y pasen y vean.
Ángel Silvelo Gabriel.