Se puede definir Nada como un cuento para niños grandes. Su brevedad, la sencillez aparente de la trama, la inverosimilitud de los hechos pese a encuadrarse en un entorno real y el desenlace con moraleja incluida hacen que se catalogue bastante bien en este género literario. Además, la estructura encadenada de los objetos que entregan los personajes recuerda a algunos relatos infantiles. Dicho esto, tengo que admitir que Nada me ha gustado: a partir de una reflexión trascendental que todos nos hemos planteado alguna vez, Janne Teller traza con habilidad una serie de acciones que van in crescendo y culminan en un final redondo. Su planteamiento me parece original, está contado de forma amena y mantiene la tensión en los momentos álgidos. El punto de vista de narrador testigo (a través de una compañera de Pierre Anthon) cumple con su cometido de plasmar la voz de cualquiera de los muchachos implicados y atrapar al lector en la historia. Sin embargo, la mayor virtud de este libro-cuento reside en el hecho de arriesgar y ser cruel cuando toca serlo, aunque con ello se salga de la candidez que impera en este tipo de obras. En el mundo actual vemos escenas duras todos los días: en la televisión, en los videojuegos, en el cine, ¡en la calle! ¿Por qué escandalizarse por encontrarlas en una novela que, para más inri, tiene un fin instructivo? A propósito del tema, la enseñanza que transmite esta historia dista mucho de ser un refrito de citas filosóficas que estamos hartos de oír; la autora se decanta por una idea que invita a pensar y hace que cada lector saque sus propias conclusiones. Conmigo lo ha conseguido.