Nada es perfecto, sin embargo, todo es perfecto. La perfección no puede medirse por nuestros antojos o nuestras manías o nuestros hábitos o nuestras pequeñas desgracias particulares. Si estamos en invierno y nieva y llueve eso forma parte del orden natural. No podemos salir a la calle y quejarnos porque hace frío o porque llueve. Todo lo contrario, deberíamos sentir gozo y extrema alegría porque esto ocurre. La lluvia riega los campos y llena los pantanos subterráneos, creando ríos invisibles cuyo iceberg oculto disfrutaremos durante el resto del año. Cada vez que llueve deberíamos hacer una fiesta de ello, alegrarnos profundamente por esas benditas aguas que cooperan con la vida, regalando desde el milagro natural la sustentabilidad posible.
Luego llegará la primavera y podremos disfrutar de la siembra del invierno. Cuanto más llueva ahora, cuanta más nieve acumulemos en las cimas de la montaña, más poderoso y radiante será el florecimiento primaveral y más grande será la cosecha del verano que nos permitirá sobrevivir con alegría en la próxima otoñada.
Ocurre lo mismo en el invierno de nuestras vidas. Cuantas más duras sean las pruebas del camino, cuanto más creemos ahogarnos en la incertidumbre del dolor, más facilidad tendremos en nuestra propia primavera de florecer radiantes y poderosos. Sólo debemos observar con diligencia como las enseñanzas vitales se acumulan para fortalecernos interiormente.
El otro día le comentaba a una amiga: “abraza el dolor que ahora sientes, no lo rechaces, no lo esquives, abrázalo, ámalo, disfruta de su enseñanza”. Estoy convencido de que cuando eso ocurre, cuando gozamos de la lluvia torrencial de la vida, nos espera una esplendorosa primavera. No podría ser de otra manera. Sólo debemos esperar pacientes los ciclos de la vida. Todo tiene un porqué y un para qué que se va descifrando día a día. Estemos atentos y bailemos bajo la lluvia, disfrutemos de su agua de vida.
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Fuente: Creando Utopías