Apadrinada por la última edición del Festival de Berlín -se llevó el Oso de Oro venciendo a veintiuna películas en competición-, llega a nuestras salas Nader y Simin, una separación, película de nacionalidad iraní, dirigida y escrita por Asghar Farhadi (A propósito de Elly).
No tenía demasiada idea de qué iba a ver exactamente, habituados como estamos a que el cine que alude o procede de países islámicos muestre una preferencia natural por los horrores de la guerra, el cruel sometimiento de las mujeres o el incierto futuro de la infancia.
Pero nada de esto es Nader y Simin, una película compleja que trata temas tan cotidianos y universales como el cuidado de los ancianos, las cargas familiares, los sentimientos de responsabilidad frente a la libertad personal o los engaños y desengaños que todo hijo de vecino ha sufrido alguna vez con quien creía de su confianza. La actual situación política y religiosa en Irán sí es el telón de fondo omnipresente, como no podía ser de otro modo.
Sin embargo, el retrato poco tiene que ver con la idea preformada que los diversos medios informativos se han encargado de fabricar en las mentes de los habitantes de esta parte del mundo, el occidental. Los protagonistas de la película pertenecen a la clase media de Teherán, y así, por un lado tenemos a Nader, que se niega a separarse de su padre, enfermo de Alzheimer, aún a costa de la ruptura conyugal, mientras trata de educar a su hija en determinados valores de responsabilidad para con sus estudios e inculcar buena dosis de sentido crítico en su manera de pensar. Por otro, Simin, mujer moderna que rompe la idea un tanto fragmentada y tan extendida sobre la mujer iraní, presentada aquí como una mujer absolutamente emancipada de su marido que no deja que nada ni nadie decidan su futuro.
Una clase media alejada de los tópicos y conflictos que por estos lares nos vende sobre todo la televisión, que vemos moviéndose entre el caos urbano en confortables automóviles y cuya existencia ya no se concibe sin teléfono móvil, lavavajillas, microondas o gafas de diseño. Pero tras toda esa modernidad, también encontramos a la piadosa Razieh, que tiene que solicitar por teléfono el permiso de la autoridad religiosa para cambiar los pantalones sucios del anciano al que cuida a escondidas, sin el preceptivo permiso de su marido.
Pero al margen del retrato de la actual sociedad iraní, tal vez lo más interesante de la película es el guión y la dirección de Farhadi, que consigue llegar a emocionar manejando estos extremos opuestos para convertirlos en una historia que va más allá del blanco y el negro. Distintos giros argumentales y un ritmo hitchcockniano se encargan de asegurar el suspense, que no esté completamente claro qué está sucediendo en cada momento y no sepamos muchas veces quién está diciendo la verdad y quien miente.
Nader y Simin es una película con muchos recodos, ya que si bien en principio nos narra una ruptura conyugal inmediatamente se incorporan distintas historias, todas a la vez, tejiendo una auténtica maraña de manipulaciones y enfrentamientos entre tan solo cinco personajes. La tragedia de una vejez condenada a la invalidez, el drama de una adolescente que ve rota la convivencia familiar, la dureza de la vida urbana en los últimos eslabones económicos, el drama del paro, la pérdida de la confianza, el chantaje emocional, todo sucede al mismo tiempo.
A partir de la decisión de separarse que adoptan Nader y Simin, primera escena de la película, emerge una variada red de situaciones y de tensas relaciones presentadas como cúmulo de problemas de cada vez más difícil solución. La película tampoco pretende ofrecerlas, al fin y al cabo en la vida hay más situaciones sin solución que con final programado. Farhadi prefiere mostrar sus personajes con honestidad, con la neutralidad de un narrador que toma claro partido por la objetividad, y no dar respuestas, al mismo tiempo que nos golpea con muchas, muchas preguntas. La primera en la frente es si una joven adolescente iraní tiene más posibilidades en Europa o en Teherán. En la película vemos también dos tipos de mujeres, ambas con sus razones y modos de entender la vida, pero ninguna se nos muestra mejor que otra. Son simplemente dos versiones enfrentadas, ambas seguramente merecedoras de salir victoriosas.
Relaciones humanas, en definitiva, sin importar demasiado la época o la nacionalidad, universales, porque tampoco son específicas de un lugar o una cultura concretos. El tema de esta película va más allá de fronteras geográficas, religiosas, lingüísticas o culturales. Quienes se acerquen a ella encontrarán buen cine y una historia realista y compleja donde tensión y drama se ofrecen casi a partes iguales logrando emocionar y llegar al espectador. En último término, es lo importante.