Nevermore

Por Arquitectamos
And my soul from out that shadow that lies floating on the floor
Shall be lifted - nevermore!
Edgar Alan Poe. The Raven

Y mi alma, de esa sombra que yace flotando en el suelo
no se levantará - ¡nunca más!
Edgar Alan Poe. El cuervo

Nunca más. Ya nunca más.

Como Dios nos cría y nosotros nos juntamos, en las redes estoy rodeado de viciosos de la arquitectura, que no hacen más que poner fotos y planos de edificios. Estoy viendo ahora más proyectos que en toda mi vida, de todas las partes del mundo y de arquitectos de quienes jamás había oído hablar.

Abundan más las obras tranquilas, sensatas y lúcidas que las espectaculares y extravagantes (sé elegir de quiénes me quiero rodear), hasta el punto de que en un primer vistazo a algunas de ellas llego a pensar: "Esto lo podría haber hecho yo". "Esto lo sabría hacer yo". (Pero llevo treinta y nueve años diseñando casas, varios cientos, y jamás he hecho nada ni remotamente parecido).

Una de las últimas casas que me han mostrado es esta:

Residencia Hawkins. Cheltenham, Sidney, Australia.Philip Cox, arquitecto

Y ha desencadenado en mí una cascada de emociones(1), que es la que os voy a intentar contar aquí.

He pensado que esa casa no es muy difícil de concebir (otra cosa es el tacto, inalcanzable para mí, con el que está hecha), y que yo podría haber hecho alguna parecida (más tosca) en algún momento de mi vida. Pero me jubilo (me estoy jubilando, que es un proceso que está siendo más largo de lo que pensaba), y he pensado que ya, evidentemente, se acabó. Nevermore. Hasta aquí hemos llegado. Fin. Se acaba sin que jamás haya conseguido ser lo que siempre quise, ni hacer lo que siempre deseé: una casa sencilla, un espacio luminoso y confortable, cálido, limpio, feliz, una casa sin pretensiones en la que, sencillamente, las cosas estén bien y se viva a gusto.

Las circunstancias nunca me han dejado hacer algo así. (Y que conste que entiendo como la principal de ellas mi falta de talento, pero hay más). Creo que podría haber hecho algo parecido; seguramente algo más flojo, un poco más anodino, con peor pulso, pero no demasiado desmerecedor de esa imagen, si todo se me hubiera puesto de cara.

He hecho torreones prepotentes, balaustradas, arcos falsos, canecillos también falsos, frontones, columnas... pero eso no. Alguna casa sencilla y honrada también, pero en la que además de eso haya encanto y belleza creo que no. (En todo caso, hay cuatro o cinco obras -quizá ocho- con las que no estoy descontento, pero no alcanzan lo que podrían haber alcanzado, y lo peor es que tengo la lucidez suficiente como para darme cuenta de eso).

Lo que siempre me ha ocurrido -y es a lo que voy hoy- es que cada vez que he hecho una casa llena de jeribeques y torpezas me he dicho: "Esta vez no lo he conseguido. A ver si la siguiente", y eso me daba esperanza. Siempre habría una siguiente; siempre tendría otra oportunidad. No hago nada que merezca la pena, pero estoy disponible para ello. A la próxima seguro que me sale. Y ahora ya, definitivamente, nevermore. Ya no habrá más casas.

Estoy cerrando la puerta, que tarda mucho en cerrarse del todo. Me quedan varias tareas por terminar, alguna de ellas algo larga aún, pero ya no hay más nuevas. Ya no habrá más proyectos. Nevermore.

Me duele especialmente una (pen)última oportunidad perdida muy reciente, otra estafa: Una arquitecta muy joven y muy brillante y yo íbamos a hacer un proyecto muy bueno (muy bueno gracias a ella). Yo estaba emocionado porque por muchos años que se tengan y muchas decepciones que se hayan sufrido uno nunca termina de ser lo suficientemente cínico ni de estar lo suficientemente quemado y desencantado como para no montarse en marcha en el siguiente tren, y me encantaba la idea de ser un viejo que hace un último proyecto -un último regalo más allá de cualquier previsión- con una jovencita casi primeriza. Un  señor mayor anquilosado por años de trivial burocracia, normativa y rutina y una mujer fulgurante e inexperta, rebosante de talento y de creatividad. Me hacía mucha gracia pensar qué podría salir de todo aquello, y vampirizar de alguna manera algo de esa fuerza juvenil y de esa ingenuidad mientras la contaminaba yo a mi vez (solo un poco) con oficio y con experiencia. Pero no salió. El tren acabó pasando por otra vía y lo vimos (con cara de imbéciles engañados) irse de largo. A ella le sirvió de primera experiencia: una de esas que dicen que curten, pero que solo te destrozan y poco a poco te van hormigonando por dentro, y a mí me hizo ese daño definitivo y miserable y mezquino de quedarme con la cara de bobo por enésima vez y recriminarme que tal vez debería de haber considerado alguna precaución del tipo de "más sabe el diablo por viejo..." y de "si ya te lo decía yo"(2). (Siempre digo que me da verdadero asco el refrán que dice "piensa mal y acertarás". Por muchos sinsabores que me haya llevado en la vida nunca puedo pensar mal a priori cuando se presenta una nueva ocasión, y además estoy seguro de que si lo hiciera estaría podrido por dentro; habría caído en lo más hondo y repugnante en lo que se puede caer).

La pregunta que me hago es por qué me lo tomé en serio; por qué me volví a ilusionar. Que lo hiciera ella es lógico (era un proyectazo), pero yo, a mis sesenta y tantos años... ¿Es que aún no sabía que esas cosas salen mal y que esas ilusiones no se cumplen?

Pues ahora ya estoy definitivamente curado de espanto: mi última casa es mala(3), pero ya no voy a hacer una buena. Ya está. Problema resuelto. Asunto concluido. Qué alivio. Se acabó. Es un consuelo.

Lo hecho hecho está, y no hay más vueltas que darle. Las infinitas probabilidades dejan de serlo. La de cosas que podría haber proyectado y no hice ya nunca serán.

La cosa es como la muerte, pero en bueno. Es como la muerte en el sentido de que, por ejemplo, yo nunca he saltado en paracaídas, pero mientras esté vivo será (remotamente) posible hacerlo; habrá una (pequeñísima) probabilidad de que algún día me ponga a ello. Pero una vez que haya muerto ya sí que no habrá posibilidad alguna, ni remota ni nada. Pues eso mismo me pasa ya con la posibilidad de hacer alguna vez en mi vida alguna buena casa(4). La jubilación trae, pues, como la muerte, la certeza absoluta del nevermore.

Hay también una satisfacción: He llegado hasta aquí. Me he sabido mantener y he conseguido mi sustento. Miro hacia atrás y he hecho bastantes cosas. Y no he caído por el camino. He llegado a la meta. Ya no tengo que angustiarme por el mañana: todo está correcto y ha sido satisfactorio(5).

Mi obra (si es que un mierda como yo puede decir "mi obra") ha sido una cagadilla, y lamento no haber podido realizar ninguna de las infinitas posibilidades que podría haber cumplido con mi mismo (escaso) talento y con casi las mismas circunstancias (pero algo mejor enfocadas). Puedo lamentarme, pero también puedo decir ya con gran desparpajo: "Eso es lo que hay", y "ahí queda eso".

Addenda:

Me temo que voy a escribir más veces sobre el tema. Va a ser una jubilación interminable, llena de contradicciones, porque me sugiere muchas cosas a la vez y le doy muchas vueltas a todas; y para qué quiero el blog si no es para dar rienda suelta a todo este follón.

Otra de las cosas que pienso a menudo es que me encantaría que toda mi obra desapareciera sin dejar rastro. Si fuera posible que no quedara nada y eso no causara perjuicios económicos ni daños a nadie yo firmaría por ello.

Como he dicho antes, he proyectado y dirigido cuatro o cinco obras (tal vez ocho) que me gustan, pero de las que no me siento orgulloso en absoluto, y que no me dolería nada si se perdieran. (Por ejemplo si los propietarios, ante la revalorización de sus parcelas, decidieran demolerlas y encargar otras edificaciones a otra gente).

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(1).- Para que veáis que no soy solo una cara bonita y que cuando quiero sé escribir(*).(*).- Era un sarcasmo. Me da mucha grima ese tipo de florituras y cursiladas. Con la literatura me pasa lo mismo que con la arquitectura.
(2).- El gran Forges se refiere a algo parecido con ese "No, si ya verás tú cómo..." Expectativas incumplidas. En nuestro caso la seguridad confirmada de que teníamos billetes para ese tren, y era todo mentira. "No, si ya verás tú como al final el proyecto no sale". Teníamos que haber hecho como los italianos: no ir. No habérnoslo tomado en serio; no haber perdido tiempo, esfuerzo y dinero en esa ilusión. Lo de siempre.
(3).- No, Don Cosme. No lo digo por la suya, que ya sé que es la que estamos terminando y es la última que he proyectado. Era una licencia poética. Lo decía en general, y lo he redactado así por la eficacia de la frase. ¿Pero cómo va a ser mala su casa, con  tantos enanos de jardín, tantas cariátides y tantos medallones, y ese frontón, y esa pseudocúpula, y esos ladrillos vistos haciendo cenefas en mete y saca? No, por Dios, Don Cosme.
(4).- Exceptuando la suya, Don Cosme.
(5).- ¡Leches, qué macabro! ¡Eso es también como la muerte! Morirse habiendo llegado a la meta, habiendo cumplido. Y entonces disfrutar burlándose de la vida: "Lo he conseguido: he ganado, y ya evito nuevas complicaciones muriéndome, no sea que al final pierda. Me muero y no te da tiempo a estropearme el final".