La figura del pequeño tiranuelo, rey de la casa (eso es lo malo de las monarquías), centro de todas las miradas y reído de todas las gracias es cualquier cosa menos excepcional. Lo que ocurre es que unos lo llevan mejor que otros.
Algunos factores circunstanciales como la edad de los padres, la presencia activa de abuelos, el primogénito, lo tarde que llegue el hijo a la familia, tienen su influencia. Otras veces son las neuras de los padres y la mala interpretación de los mensajes que provienen de todas partes. Los conceptos sociales de la libertad a veces se trasladan al ámbito familiar sin los componentes de la responsabilidad que debe acompañarles. Y también las discrepancias y diferencias de criterio entre ambos padres (si los hay), padres y enseñantes o padres y agencias o agentes de alguna autoridad en el entorno.
Algunos padres toleran en sus hijos lo que saben que nunca les fue tolerado a ellos cuando eran niños, salvando distancias de espacio y tiempo con mayor o menor consciencia. Otros, en cambio, impondrán disciplinas innecesarias por temores escasamente fundados o interpretaciones erróneas de la realidad.
Al final es una cuestión de definir, establecer y respetar los límites del comportamiento. Al fin y al cabo eso es lo que es la educación: el aprendizaje de las restricciones y de su administración.
Hay que recordar que, por fortuna, los “traumas” infantiles, glorioso descubrimiento freudiano, igual sólo son una mala traducción. “Traum” en alemán es sueño, no trauma. Y su interpretación (“Die Traumdeutung”) un ejercicio para psicoanalizados.
Como siempre, se admiten comentarios.
X. Allué (Editor)
(La viñeta del chiste es, evidentemente, de Antonio Fraguas, “Forges”. Gracias otra vez por estar ahí)