Pero a las familias les gustaria elegir el sexo de sus hijos, si pueden. Si pudiesen, les gustaría planificar el sexo y la secuencia, además del número y el momento que es lo que actualmente permite la, así llamada, planificación familiar. En algunas culturas la planificación del sexo de los hijos, generalmente favoreciendo los hijos varones, se constituye en una selección, pura y dura, con la eliminación del sexo no deseado. Hasta hace poco, en el momento del nacimiento que es cuando es evidente, pero desde que existen métodos para conocer el sexo antes del nacimiento, con la eliminación del feto indeseado. En algunos estados, como en la Republica Popular China, la planificación familiar numérica ha comportado también la selección del sexo y con ello, una notable desproporción del, al parecer, natural equilibrio númerico de hombre y mujeres, hasta extremos cuestionables.
Cuando se consideran los derechos humanos, la selección de sexos no aparece como uno de los fundamentales. Que las tradiciones o costumbres lo pudiesen amparar, topa con su carácter notoriamente machista y misógino discriminatorio y opuesto a las igualdades. La natural paridad numérica, casi exacta en todas las etnias, paises y sociedades, probablemente aconteció hace mucho tiempo en nuestro proceso evolutivo y desde aquí, la podemos entender como socialmente deseable, aunque en algun tiempo pretérito pudo ser diferente al ser biologicamente los machos de nuestra especie capaces de procrear con un número elevado de hembras. Cuándo y porqué se pudo producir el cambio no sólo en la proporción, sino también en las preferencias, se pierde en las nieblas del pleistoceno inferior. Quién o qué propició la superioridad acordada de los hombres sobre las mujeres, más allá de la simple fuerza bruta, potencialmente útil para la provisión de alimentos entre los pueblos cazadores o la defensa de unos contra otros, continua siendo un misterio.
No deseamos llegar a promover derechos de nasciturus, siempre cuestionables, pero si de los nacidos vivos a sobrevivir cualquiera que sea su sexo. Y que se respete su identidad sexual y en ello se promueva la igualdad de derechos de ambos sexos.
De una forma colateral, pero si de cierta trascendencia por lo que de eventual conflicto político que afecta a naciones como España, podemos expresar desde aquí nuestra desazón y condena porque se mantengan en la Constitución preeminecias de un sexo sobre otro en la sucesión a la jefatura del estado. Tales circunstancias han costado en el pasado demasiada sangre–y casi nunca “sangre real”–por una forma política como es la monarquía hereditaria que basa su esencia en la biología de la procreación. La existente en este país debería ser suficiente que sólo costase dinero y no sangre. O quizá lo que es innecesario es la existencia de una forma de estado con más componentes de explotación ganadera que de racionalidad.
X. Allué (Editor)
NOTA: Entedemos el sexo como lo que es. La común utilización del término “género”, pobre traducción del inglés como sinónimo, nos parece inapropiada. Preferimos reservar “género” en su uso de definición gramatical de masculino y femenino o filogenética (genus). Y defendemos el género humano en su totalidad porque, como suele afirmar el paleontólogo Eudald Carbonell, todavía no somos especie…