Todo empezó con que yo visité a Justiniano, él me devolvió la visita, nos reímos juntos…si quieren algún día les contaré como se enamoran los jóvenes de campo en mi pueblo.
El caso es que me hizo recordar una de esas anécdotas familiares que forman parte de nuestra historia más surrealista.
Desde que había nacido, nunca habíamos dejado a La Niña con nadie que no fuera familia directa, léase abuelos, tíos ó amigos que por su confianza con nosotros se les consideraba eso, familia directa.
Estábamos recién mudados a nuestra primera casa en la sierra de Madrid con nuestros encantadores retoños, El Niño era apenas un bebé y yo me dedicaba a la decoración de habitaciones matrimoniales.
Un domingo estamos en casa con unos amigos y dice El Consorte que viene a Madrid Juan Luis Guerra, que por aquel entonces triunfaba en todo el mundo con sus burbujas de amor y que podríamos ir a verlo. Yo por supuesto dije que no, que no teníamos con quién dejar los niños y que salir ahora era estar a muchos kilómetros si pasaba cualquier cosa.
Ella, nuestra amiga, empezó a decir que de eso nada, que teníamos que ir, que su hija mayor que por aquel entonces estudiaba educación especial, seguro que no tendría inconveniente en venir a quedarse con ellos y bla, bla, bla… el caso es que nos convenció.
La perspectiva de salir una noche juntos, bailar merengue, bachata y disfrutar de una música que nos gusta mucho y por aquellos años era realmente difícil escuchar en este país, nos puso los dientes largos, para que mentir así que aceptamos y nos pusimos manos a la obra a preparar nuestra salida.
Quedamos con un grupo de paisanos y amigos para ir a disfrutar de una noche de baile. Por supuesto, en esos días de febrero, el hombre del tiempo había dicho que las previsiones eran nubes y claros, nosotros éramos nuevos en la sierra y esa parte del telediario apenas lo escuchábamos cuando vivíamos en Madrid.
Llegó el gran día, yo dejé todo preparado para que cuando nuestra niñera llegara solo tuviera que sentarse a ver la tele. Niños cenados, bañados, en pijama y medio dormidos.
Me reconfortaba el hecho de que estaban muy acostumbrados a verla porque era la típica jovencita que pululaba por casa con sus padres con cierta asiduidad.
Llegó a la hora convenida, nos bajamos a Madrid, fuimos al concierto, lo pasamos genial y a la salida el grupo decidió ir a tomar unas copas por la zona. Nosotros dijimos que no, que teníamos que ir hasta la sierra pero todos empezaron con lo de ¡venga solo una! Y bueno, nosotros que somos fáciles de convencer dijimos ¡venga una, una!
Estábamos disfrutando de la velada cuando entran unos chicos al bar sacudiéndose los abrigos y gritando ¡Joooder, como nieva! El Consorte y yo nos miramos y nos tiramos a la calle como si el local se hubiera puesto a arder.
Salimos y nevaba a manta de Dios. Los carriles de servicio de la Castellana estaban intransitables. Madrid presentaba una preciosa estampa navideña en pleno mes de febrero. Nos despedimos a todo correr y salimos hacía la sierra con más prisa que ánimo.
Después de un viaje inenarrable por la ausencia de máquinas quitanieves, si amigos ya en los 90 tampoco funcionaban los operativos invernales, a punto de quedarnos embarrancados en la subida del Casino de Torrelodones por la nieve y gracias a las rodadas de un camión al que me pegué como una lapa, logramos llegar a casa.
Cuando abrí la puerta, lo primero que me sorprendió fue ver que aquello era como un arbolito de navidad. Estaban Tooodas las luces encendidas. Hall, salón, cocina…
En eso que sale nuestra flamante niñera con cara de haber visto un fantasma y con el Niño en los brazos llorando como un loco y oigo a la Niña en su cuarto a grito pelado:
“bajo el mar, bajo el mar, lalalala, si al dueño le apetece, a mi me van a comer…bajo el mar..”
Miro a la niñera y ella solo dice:
-No sé qué le pasa, estoy muy preocupada. Lleva así más de dos horas.
Nos vamos a la habitación y nos encontramos a una especie de Pipi Calzaslargas atiborrada de tripis.
Llevaba puesto un pijama de esos iguales que los pijamas masculinos pero en franela de ositos marrones y rosas, con las coletas pelirrojas hechas una especie de madeja, la cara roja, como congestionada y saltando en la cama como si estuviera en las camas elásticas del parque de atracciones, mientras cantaba a pleno pulmón.
El Consorte y yo nos miramos. Yo le quito suavemente al Niño de los brazos a la chica y El Consorte se va a coger a La Niña.
La Niña no se deja coger, sale corriendo por la casa como una loca, todo esto cantando “bajo el mar…”.
La chica está al borde del llanto, la interrogo, me dice lo que ha hecho… viendo una película de dibujos con la Niña en el Salón, que el Niño se ha despertado y ella se ha ido a volverlo a dormir y que la Niña se ha quedado en el salón tranquila y que…
-¡Esta niña está borracha!
Nos giramos las dos a mirar al Consorte que lleva a la Niña en brazos, mientras le tiene que hacer una especie de llave de judo para inmovilizarla, pero ella no deja de cantar a grito pelado.
-¡Esta Niña apesta a coñac!- Dice y su semblante refleja que la niñera va a tener serios problemas.
Yo intento calmar los ánimos, veo el bar, pienso en distintas posibilidades, la chica ya directamente se ha echado a llorar diciendo que ella no le ha dado de beber a la Niña, ¡que cómo se nos ocurre! Yo le digo que hay un dato objetivo y es que la Niña ha tomado alcohol.
El Consorte está intentando que vomite, pero la Niña salta de “bajo el mar…”de la Sirenita a ”ohh amigos que día tan feliz” de Robin Hood, El Niño llora como un condenado porque está desvelado y porque nota la tensión. Yo tengo las neuronas trabajando a cien mil revoluciones intentando encontrar una explicación.
De pronto se me enciende la bombilla, me voy a mi habitación y veo el taburete que usa en el cuarto de baño para lavarse los dientes, pegado al mueble donde guardo los bombones de licor que me trae el Consorte de Alemania. Me encantan esos bombones, pero los tengo allí para tenerlos controlados.
Abro el cajón y me encuentro la caja vacía y papelitos de bombones tirados por entre la ropa. Deduzco que mientras la niñera intentaba dormir al Niño la jodía Niña, que parece que tenía más controlada la mercancía que yo, se ha atiborrado de bombones de licor y claro, tiene una moña del quince. Agradezco al cielo que solo quedaran cuatro ó cinco bombones.
No para de nevar así que opto por llamar al instituto de toxicología y expongo el caso a la persona que me contesta. Me pide los síntomas que tiene la Niña y le digo que canta “bajo el mar” de la Sirenita, que está un poco alterada pero nada más. Me pide más datos, le digo que bueno que también canta una de Robin Hood, que no tiene fiebre, que la frecuencia cardíaca es un poco alta pero nada del otro mundo, que le estamos dando de comer y beber porque no quiere vomitar ni a tiros.