No. Así de fácil: no. Lo digo y lo escribo bien: no.
En casa lo uso mucho. A mis hijos se lo digo a menudo, tal vez demasiado: no manches, no toques, no hagas y no digas. No, no y no. Me sale solo. No lo tengo ni que pensar. Mi marido es el del sí.
Entonces, si puedo con los niños ¿Qué me pasa con los mayores? Porque pensar, muchas veces pienso “no”. Pero casi siempre digo otra cosa. O no digo nada. Y parece que he dicho sí.
Me pasa en el trabajo y en la vida en general. Con las proposiciones indecentes, que os veo venir, no me pasa. Tampoco las recibo. Pero estoy segura de que a eso diría que no. Bueno, depende de quien haga la proposición. Ya me estoy liando.
Será miedo a ser borde, a parecer vaga o incapaz. El caso es que, por no decir que no, al final termino haciendo cosas que no pensaba hacer. Y le sigo dando vueltas: ¿De verdad he dicho que sí? Pero yo no quería. Demasiado tarde. Ahora ya no puedo negarme. ¿O sí?
Mira que es fácil: “no, gracias”, “no, lo siento”, “ahora no”. También puedo ser más sutil y decir “luego”, “cuando termine esto otro” o “qué gran idea, vete empezando tú”.
En fin, que tengo mucho que aprender. Tendré que hacer algo para cambiar ¿no?
Sí, claro.