Lo reconozco, soy un tanto “agonías”. Quizá por deformación profesional, he pasado muchos años en el mundo del mantenimiento y la producción, me gusta tenerlo todo bien atado de antemano y no dejar nada al azar y cuando escribo esto pienso en los astronautas que para una intervención de ocho horas en el espacio entrenan un año entero. Sin embargo, hubo un momento de mi vida en la que mi agenda, en la que programaba y repasaba la planificación, se convirtió en un diario. Todo corría a tal velocidad y con tal aleatoriedad que no había forma de planificar y lo más que podía hacer era anotar lo que hacía.
Still using the same old bridge por johntrathome, en Flickr
Fue un tiempo muy estresante, pero una vez pasado y revisando las notas y los logros pude obtener una conclusión muy educativa: la improvisación puede que no dé la mejor solución, pero el exceso de planificación tampoco.
Es cierto que una parada programada de mantenimiento, en la que van a intervenir centenares de personas y decenas de medios técnicos, hay que tenerla muy bien planificada para evitar pérdidas de tiempo y dinero, y aún así sale lo que sale, pero en tu vida normal esto no es posible.
Primero, porque no siempre vamos a poder conocer todo el camino. Conocemos el punto o la condición de partida y, con suerte, conocemos el punto de llegada, pero para unir estos dos puntos los caminos que podemos recorrer pueden ser casi infinitos.
Segundo, porque una vez emprendido el camino, cada nueva decisión comportará cambios en el proceso que modificarán la ruta a seguir.
Tercero, porque en el camino aparecerán personas y opciones que, muchas veces, ni en nuestros mejores sueños podríamos imaginar, aunque lo contrario también puede acontencer.
Cuarto, porque es probable que durante la marcha incluso encontremos un mejor destino.
Quinto, porque a lo largo de todo el proceso nosotros mismos iremos cambiado. Al enfrentar problemas no previstos y dificultades nos haremos más sabios, espero, y aprenderemos nuevas habilidades y conocimientos.
Después de todo, si pretendiésemos anticipar la solución a todos los problemas que podemos enfrentar en nuestra vida no tendríamos tiempo para vivirla. Lo importante no es cuanto tienes o cuanto sabes, sino si le sacas todo el partido posible a lo mucho o poco que tengas.
Así que mi conclusión final es esta: no te lamentes por lo que no tienes ni te preocupes por cómo resolverás un problema de dentro de tres meses, céntrate en lo que sí tienes y en encontrar las mejores soluciones para tus taréas de hoy. Avanza un paso cada vez y ocúpate del puente cuando llegues a él, seguro que entonces la respuesta no andará muy lejos.