Ayer lunes se cerraba en España la posibilidad de dar a conocer públicamente encuestas electorales antes de los comicios del domingo, una absurda imposición que parte de la creencia de que el ciudadano medio español es un ser voluble y caprichoso, un veleta que cambia el sentido de su voto (o de su no-voto) solo por ver en los medios de comunicación grandes titulares y gráficos de colorines. De todos modos, al decir de las encuestas y de los "expertos" todo el pescado está ya vendido, y lo único que queda por dilucidar es la magnitud del triunfo de la derecha española: si el número de escaños que obtendrá será rècord histórico o solo un poquito menos.
En los últimos días sin embargo, a Rubalcaba, el candidato socialista, se le va poniendo sonrisa de conejo. Y eso es malo para el Partido Popular. El acelerón dado por Rubalcaba al tramo final de su campaña, acumulando de aquí al viernes un mínimo de tres actos por día, ha sido interpretado interesadamente como un gesto desesperado a la búsqueda del voto perdido. Sucede que como digo la sonrisa conejil de Alfredo Pérez Rubalcaba puede estar indicando una cosa bien distinta.
Se lo explico. A partir del día del debate televisivo entre Rubalcaba y Rajoy, parece haberse producido un cambio de tendencia. Un cambio sutil y difícil de percibir, pero no por ello menos real y contabilizado por las encuestas internas de los dos grandes partidos en liza. Antes que intentar medirlo en posibles resultados electorales, hay que apuntar qué es lo que han detectado los sismógrafos preelectorales. Pues sencillamente comienzan a registrar dos cosas, que como digo han modificado la tendencia: que empieza a calar entre los abstencionistas de izquierda el discurso socialista de que el PP tiene un plan para destruir los servicios públicos que no enseña ahora y que ejecutará en cuanto llegue al Gobierno, y que la participación va subiendo lentamente y se sitúa ya por encima del 60% (el umbral mínimo por debajo del cual la derrota de la izquierda sería realmente aplastante). Ambas circunstancias están evidentemente relacionadas de modo causa/efecto.
En términos cuatitativos y siempre según esas encuestas internas, la ventaja real del PP sobre el PSOE se habría reducido en estos momentos a un 9% de los votos, y es posible que de aquí al domingo baje un par de puntos más. Recordemos que una ventaja de un 5% previo a unas elecciones se considera un empate técnico. Parece con todo que finalmente, la ventaja del PP estará en el 7% u 8% de los votos emitidos (que con una participación del 63-65% del censo electoral supondría una ventaja real a favor del ganador de apenas el 4 ó el 5% de los ciudadanos con derecho a voto), lo que dejaría en entredicho el carácter "aplastante"de la victoria que presumiblemente obtendrá la derecha española el domingo. Ocurre que una de las peores perversiones de nuestro sistema electoral, es el hecho comprobado de que el partido que supera la barrera del 40% de los votos emitidos tiene prácticamente en el bolsillo la mayoría absoluta de escaños. Y ahí es donde se cimenta la euforia de la derecha española.
Y sin embargo como digo, en estos momentos está al alcance de la mano evitar esa mayoría absoluta del partido que es el heredero político, económico, social y ético del franquismo. Sólo hay una candidatura que puede evitarla, y esa es evidentemente la del PSOE. No hace falta ser analista ni pensador para entenderlo. Cualquier otro voto sirve simplemente para otorgar plenos poderes al PP al frente del Gobierno español, dándole una mayoría absoluta que todos sabemos como usará: para desmantelar los servicios públicos que atienden a todos y han sido pagados con el esfuerzo de los asalariados, a fin de engordar los servicios privados de los que se benefician económicamente los dirigentes del PP y sus cómplices empresariales y financieros.
Este es un momento crucial para todos, incluidos los abstencionistas; también para los enfadados con razón y desde luego para quienes desde la izquierda se definen como "apolíticos" Como en 1931, 1936 y 1982, no es posible la equidistancia, que además de injusta en esta encrucijada sería suicida para los intereses de los trabajadores y las clases populares. Al cabo esa es la estrategia a la que apuesta desde hace tiempo su triunfo la derecha franquista: a que nos quedemos en casa la mayoría de los votantes de izquierda, y que los que voten lo hagan dispersando su voto entre opciones legítimas pero ineficaces no ya para impedir su victoria en este caso, sí al menos para impedir que tengan las manos libres a la hora de gobernar.
Hay un rumor sordo indicando que algo se mueve sobre el suelo, y que seguirá moviéndose de aquí al domingo. Y es que finalmente, todas las encuestas del mundo más o menos prefabricadas no valen lo que la conciencia cívica de cada cual y su capacidad para entender por encima del ruido mediático cúales son sus verdaderos intereses personales y de clase.