Fui capaz de sobrevivir porque fui capaz de amar; lo amaba todo..., una noche estrellada, la odiosa gangrena, la brisa suave del atardecer, y la serpiente venenosa, la hendidura hedionda de una herida, y la luz sublime del amanecer... ¿Cuánto de semejanza hay en lo opuesto?, ¿cuánto de necesario hay en la enfrentada complementación de lo contrario?, ¿cuánto de valioso para la vida en la sórdida, escatológica, obtusa y cruel infelicidad?
Cuando en el siglo VI comenzaron las degradaciones morales propias de una sociedad en pleno proceso de transformación, Benito de Nursia (480-547) decidió abandonarlo todo y refugiarse en una gruta inaccesible del valle de Aniene, a las afueras de Roma. Estableció, luego, las reglas monásticas que fueron famosas por su ascetismo, rigurosidad y eficiencia. Su mensaje era restaurar al Hombre, en donde el aprendizaje de la caridad comprendía varios grados de humildad. Suponía, además, tomar conciencia y conocimiento de sí mismo. Para conocerse, se decía, no hay que ignorar la lucha que se da en el alma rota, entre lo que permanece de bueno y el desgarro acaecido por la maldad heredada. Así que los maestros aconsejaban a los postulantes conocer su propia miseria: No ignores tu belleza, para que quedes aún más confundido por tu fealdad.
La manumisión era una práctica que se desarrolló en Europa durante muchos siglos. Consistía en liberar de la esclavitud al servidor que toda su vida no había conocido la libertad. Y si desde la más lejana antigüedad había existido la esclavitud, y ésta no dejó de existir hasta casi mediados del siglo XIX, ha sido mucho el tiempo en que se ha llevado a cabo esta acción. En uno de sus viajes a Roma, sobre 1650, Velázquez pintó Retrato de Juan de Pareja. Se trataba de un esclavo morisco suyo. Había entrado al servicio del maestro en 1630, y llegó a aprender tanto de él que alcanzó a ser un pintor reconocido, y fiel seguidor de su maestro. Velázquez lo libera cuatro años después de pintarlo. Pero, ya para entonces, cuando lo retrata, consigue sin embargo el gran pintor español dejar marcada la grandeza, dignidad y prestancia del retratado.
Cuando el pintor impresionista Edgar Degás decidió retratar a su amigo, el pintor Henri Michel-Levi, trató de compendiar en la imagen toda la compleja y peculiar personalidad del retratado. Éste, en pleno momento impresionista, se había decantado más hacia escenas artificiales, poco naturales, de interior y lejos de la esfera impresionista. Así que Degás compuso su retrato pintando a Levi en su estudio, dirigiendo una mirada desafiante al espectador, rodeado de cuadros y artilugios de pintor. Junto a él aparece una muñeca maniquí, esto, al parecer, representaba el desprecio que este arte impresionista tenía por la imagen humana y su figuración. Pero lo que sucedió después fue lo que hizo famoso al cuadro. Ambos pintores habían retratado al otro, y luego regalado la obra a cada cual. Sin embargo, Michel-Levi vendió el retrato que le había hecho Degás. Éste, agraviado, decidió devolverle el suyo, dejándoselo a la puerta de la casa del pintor.
La fuerza de la personalidad subyacente reluce, a veces, en la imagen que de nosotros tenemos, unas veces con la desinhibición propia de lo que de nosotros mismos no ignoramos, otras, con la naturalidad existente de la belleza que de nosotros mismos, sin querer, reluce. Ambas cosas poseemos. Pero, en algunos casos, muchos, ignoramos que ambas poseemos. Y es que, como el dualismo, esa tendencia o doctrina de los dos principios inmanentes, independientes y antagónicos, vagamos transportando las necesidades y las potencialidades de nuestra existencia. Así, los orientales, los chinos, hablan del wuji, el principio de todo, cuando las cosas no estaban diferenciadas. A partir de aquí, las cosas evolucionarían en pares, siempre opuestas en esencia, pero volviendo, luego, a fundirse en el pléroma, o la unidad primordial, aquélla de la que emanan todos los elementos.
(Cuadro del pintor simbolista lituano Mikalojus Konstantinas Ciurlionis, El Zodiaco, Sagitario, 1907; Obra del pintor barroco holandés Govert Flinck, 1615-1660, discípulo del gran Rembrandt, Susana y los viejos, siglo XVII; Cuadro del pintor actual español Moisés Rojas, Madrid, 1946, Naufragio, en donde una representación de lo perdido, de lo hundido y desgarrado aparece sin embargo de un modo diferente gracias a la creación del artista, aquí los colores vivificantes y alegres del conjunto, de todo, hace que el sentido final de lo que presenta sea justo lo contrario de lo que titula; Dos obras del pintor español Gustavo de Maeztu, 1887-1947, Alegoría de don Juan Tenorio, 1926, y Los novios de Vozmediano, 1915, Museo Gustavo de Maeztu, Navarra, España, aquí se muestra, con estas dos creaciones, la dualidad de la pareja y sus motivaciones; Fotografía de la actriz norteamericana Sharon Stone, 2011; Fotografía de la muchacha afgana Gharbat Gula, del fotógrafo Steve McCurry, 1984; Lienzo Retrato de Juan de Pareja, de Velázquez, 1650, Museo Metropolitan de Nueva York; Óleo Artista en su taller, 1873, del pintor impresionista Edgar Degás.)