Hoy, día de Navidad, los redactores de El Tiramilla se meten en las pieles de sus personajes favoritos para contaros cómo viven esta fecha tan señalada. ¿Te pica la curiosidad?
Alba es Georgia Nicolson Hoy ha sido un día très merde. Peor que cuando me depilé las cejas y parecía una mona calva y fea, peor que cuando me sujeté un lápiz con las nunga-nungas delante de Jas, peor que cuando me disfracé de aceituna en una fiesta y destaqué como un huevo frito en una pecera, e incluso peor que cuando me volví tonta y besé a Mark Boca Grande. Hoy, en mi decimosexta Navidad, he hecho un ridículo tan espantoso que la Panda dejará de hablarme y tendré que empezar a juntarme con la repugnante Pamela Green.
El día ha amanecido mal, nevaba, y Muti, que no sabe nada de la vida, me ha dicho que “así vestida” no salía a la calle. Como toda persona adulta, he intentado razonar con ella y le he explicado que los que tenemos algún gramo de sofisticadosidad llevamos cinturones anchos en lugar de faldas (la moda). Sin embargo, mi alarde de sabidurosidad no ha servido de nada y me ha puesto a pelar patatas bajo el pino de navidad. Ahí es cuando ha venido Libbi, esa hermana que cree que soy un pedazo de queso gruyere, y para pasar el rato nos hemos puesto a jugar a “sujeta con la nariz una hoja de lechuga contra la ventana”. Aprovechando que Muti se había ido a fastidiar a otro, yo, que soy mu-mu valiente cuando me lo propongo, lo he hecho subida al árbol. Y así, a lo Tarzán con nariz gigante aplastando una planta contra el cristal, me ha pillado Dave el Risas. Vati es idiota, ¿para qué abre la puerta?, ¿por qué no ha contratado a un mayordomo, tal como le pedí? Me he sentido mu-mu ridícula y très-très infantil.
Carolina es Bella Swan Menos mal que todo ha pasado ya, la cena de Nochebuena, los regalos, ser el centro de atención y sobre todo tener a Edward y Jacob sentados a la mesa lanzándose miradas de odio “por mí”. Aunque he de reconocer que ésta ha sido la mejor mañana de Navidad de mi vida, Edward se ha colado en mi habitación y cuando he abierto los ojos lo primero que he visto ha sido su rostro: “Feliz Navidad, Bella”. Nos hemos pasado la mañana charlando y recordando la cena de anoche, la primera en la que nos reuníamos Edward, Charlie y yo. Bueno, y Jacob. Me costó muchísimo convencerle de que pasase la Nochebuena con nosotros, claro, y se pasó todo el rato lanzándonos miraditas e indirectas. “Edward, ¿no quieres más salsa? Quizá quieras repetir postre”. Por suerte Charlie no se dio cuenta de nada, tampoco de que Edward no tocó la comida. Hoy pasaremos el día en casa de los Cullen y me da muchísima vergüenza, Alice quería que fuera una sorpresa, pero a Edward se le ha escapado. Entre todos me han preparado una fiesta navideña sorpresa con regalos, árbol de Navidad y una copiosa comida. Espero que esta vez mi tendencia a causar desastres no estropee la fiesta, aunque al menos de una cosa estoy segura: mientras él esté a mi lado todo será perfecto.
Cristina es Rose Hathaway Bien, está claro que soy la única que puede ganarse un castigo el mismísimo día de Navidad. Le he dado un puñetazo al asqueroso de Zecklos, ¡el muy pelele se ha atrevido a criticar a Lissa! Pero lo peor no ha sido eso: mi madre ha venido de visita y me ha pillado in fraganti en la pelea: “Esto… Hola, mamá”. Ella misma me ha llevado al despacho de la directora.
Mientras ordeno el gimnasio voy a ver qué hace Lissa. Está en su habitación con Christian —oh, no, espero no tener que revivir otro de sus encuentros sexuales—, pero Adrian entra con su cigarrillo en la mano y estropea los planes de la parejita: “¿Dónde está mi querida Rose? ¿Ha ido a comprarme un regalo?” ¡Estúpido engreído! Salgo de la mente de mi amiga y cierro el gimnasio de un portazo. Este se va a enterar de quién es Rose Hathaway.
—Rose —dice una voz detrás de mí—, ¿ocurre algo?
Oh, oh: Dimitri me acaba de pillar intentando escaquearme del castigo.
—Eh… Tengo que ir a buscar unas… estacas.
—¿Estacas? —sonríe—. Creo que tengo un plan mejor —baja el tono de voz—, pero no se lo digas a nadie.
Me hace un gesto para que le siga. Ay, Dios, él siempre tan atento y yo tan desastre. Me lleva a un rincón del patio y veo que alguien ha preparado un picnic improvisado en el césped.
—Ya que tengo que vigilar St. Vladimir, al menos quiero hacerlo en buena compañía —acerca su rostro al mío y susurra—. Feliz Navidad, Roza.
Eduardo es Peeta Mellark Nieva y por eso me abrazo el cuerpo para entrar en calor mientras camino hacia mi destino. En casa necesitamos un poco más de carbón. Este invierno ha llegado armado de frío y escarcha, como si en el viento se meciera una amenaza velada de nuestro destino: la Cosecha se acerca. Pero hoy es Navidad, un día para reunirse con nuestros seres queridos y disfrutar de la poca tranquilidad que el Capitolio nos regala. Mi familia se reúne alrededor de una mesa coronada por un gran pastel que hemos preparado entre todos; no tenemos demasiado y nos sobra más bien poco, pero no tiene precio ver la efímera felicidad que causan unos humildes regalos. Me estoy preguntando cruelmente si la próxima Navidad estaremos todos juntos otra vez, cuando unas pisadas me sacan de mis pensamientos, no puedo evitar detenerme al verla pasar: está encogida en su abrigo y arrastra los pies al caminar. No sé por qué, pero me siento un intruso de su intimidad, y aun así deseo que levante el rostro y me mire a los ojos… y de repente lo hace. Me está mirando fijamente, desde aquí puedo sentir su esencia salvaje. Ha sido un segundo, luego ha girado en dirección contraria. Pero puedo asegurar que ese ha sido el mejor regalo que me han dado nunca en este día.
Héctor es George (Georgina) Esa fría Navidad Villa Kirrin había amanecido nevada y la casa bullía con los últimos preparativos. Anna, Dick y Julian vendrían con sus padres a la hora del té, y George no veía el momento de que eso sucediera. No les había visto desde el verano, cuando todos juntos frustraron los planes de una banda internacional de contrabandistas de bicicletas. Tanto la comida (con montones de cerveza de jengibre y sándwiches de huevo), como estas reuniones familiares, hacían de estas fechas la época favorita de George. Además, pasaba más tiempo con Quentin, su padre, que este año trataba de convencer a su mujer de instalar un fogón fabricado por él… cosa improbable, dado lo quemadas que le quedaron las cejas a su madre con el último invento. Para hacer tiempo, la joven decidió pasear con su perro Tim por el cercano bosque escarchado y contemplar el pequeño lago helado. Tan absorta estaba, que tropezó con algo y se cayó. Se levantó y cogió el objeto con el que había topado su pie: un medallón con una foto antigua de su madre. Pese a su asombro, tuvo que aparcar el misterio, ya que a lo lejos escuchó el coche de sus tíos.
—¡Esta parece una nueva aventura para Los Cinco, Timmy!— exclamó, mientras se lanzaba a correr de vuelta a casa. Todo apuntaba a que serían unas navidades emocionantes.
Sandro es Bilbo Bolsón ¡Maldición! ¿Por qué me habré metido yo en este lío de cenas y festividades navideñas? Ya me lo decía el Viejo Tuk: “Esta familia come más de la mitad de lo que yo querría, y lo que yo querría es menos de la mitad de lo que la mitad de los Tuk acostumbramos a comer”. ¡Antes preferiría enfrentarme de nuevo al temible Smaug que tener que preparar esta endiablada cena! Toda la Comarca supone que debo conocer cientos de recetas nuevas gracias a mis viajes –lo cual no es del todo incierto—, y ahora me veo en la obligación de realizar fastuosas celebraciones para que todos esos gorrones acaben con mis existencias, ¡no quiero saber qué me obligarán a preparar para mi centésimo décimo primer cumpleaños! Creo que la hora de abandonar Hobbiton se acerca. Y para colmo de males ese mentecato de Gamyi no ha podado los setos al estilo navideño como le pedí. ¡Oh! Pero lo que más inquieto me tiene es ese empeño de Gandalf en ir repartiendo regalos por toda la Comarca vestido de rojo…
T. C. es Pippi Calzaslargas ¡Es Navidad! Lo primero que he hecho al levantarme ha sido ir al buzón de Villa Kunterbunt, abrir su puertecita y depositar en el interior una bonita postal que preparé anoche. He cerrado la puertecita y acto seguido he vuelto a abrirla, he extraído la postal y he leído lo que decía: “Querrida Pippi, spero qe pases 1 Navidad vonita. Tommy y Annika tanbien. Dile al señor Nelsson qe se ponja su somvrero mas nuebo. Atentamente, Pippi”. ¡Nunca había recibido una postal navideña! Ha sido tan emocionante… Después he ocupado gran parte del día en limpiar los viejos adornos que mi padre compró en la China y en colocarlos sobre el abeto que traje ayer, yo solita, hasta Villa Kunterbunt. Tommy, Annika y sus padres, el señor y la señora Settergren, van a venir a tomar té después de la cena, y una princesa de la isla de Kurrekurredut como yo, que tiene una madre que es un ángel y un padre que es rey de los caníbales, tiene que ser buena anfitriona. Por eso voy a poner ahora mismo los regalos debajo del árbol, pues los Settergren deben de estar al llegar. Voy a regalar a cada uno un “Seguro de Defunción”: son unos papeles con letras que no sé exactamente para qué se utilizan, pero un señor que me he encontrado por la calle que se dedicaba a vender seguros de todo tipo, me ha dicho que los de defunción son algo realmente necesario. Si veis a Tommy, Annika o los señores Settergren antes de que vengan a tomar el té, no les digáis nada. Quiero que sea una sorpresa.
Virginia es Calcifer Navidad. Puaj. Por culpa de aquella extraña festividad se había visto obligado a permanecer bajo las sartenes durante toda la mañana. Él, ¡un poderoso demonio! Y aun así había doblegado su voluntad ante las demandas de Sophie, una vieja que parecía inofensiva pero resultaba más temible que la mismísima Bruja del Páramo. Llameó indignado y alcanzó otro tronco del montón cercano. Por si eso no fuera poco, cuando ya pensaba que podía acurrucarse tranquilamente entre las brasas, había aparecido Howl exigiendo agua caliente para un baño antes de que sus sobrinos llegaran desde Gales para cenar. Por un momento contempló la perversa posibilidad de mandar agua hirviendo al mago, pero por desgracia, precisamente a él no le convenía hacerle daño. Refunfuñó dispuesto a soltar otra malhumorada diatriba acerca de que en aquel castillo sólo trabajaba él, cuando un chillido surgió del servicio. Ups, había olvidado decirle al mago que Sophie había vuelto a limpiar el cuarto de baño. Qué desafortunado desliz, se sonrió con taimada diversión. Howl emergió desnudo, chorreando agua y llamando a Sophie a voz en grito mientras se jalaba frenéticamente del cabello ahora verde y rojo. Hombre, mirándolo bien, así tenía un aspecto pero que muy navideño.
Hoy ha sido un día très merde. Peor que cuando me depilé las cejas y parecía una mona calva y fea, peor que cuando me sujeté un lápiz con las nunga-nungas delante de Jas, peor que cuando me disfracé de aceituna en una fiesta y destaqué como un huevo frito en una pecera, e incluso peor que cuando me volví tonta y besé a Mark Boca Grande. Hoy, en mi decimosexta Navidad, he hecho un ridículo tan espantoso que la Panda dejará de hablarme y tendré que empezar a juntarme con la repugnante Pamela Green.
El día ha amanecido mal, nevaba, y Muti, que no sabe nada de la vida, me ha dicho que “así vestida” no salía a la calle. Como toda persona adulta, he intentado razonar con ella y le he explicado que los que tenemos algún gramo de sofisticadosidad llevamos cinturones anchos en lugar de faldas (la moda). Sin embargo, mi alarde de sabidurosidad no ha servido de nada y me ha puesto a pelar patatas bajo el pino de navidad. Ahí es cuando ha venido Libbi, esa hermana que cree que soy un pedazo de queso gruyere, y para pasar el rato nos hemos puesto a jugar a “sujeta con la nariz una hoja de lechuga contra la ventana”. Aprovechando que Muti se había ido a fastidiar a otro, yo, que soy mu-mu valiente cuando me lo propongo, lo he hecho subida al árbol. Y así, a lo Tarzán con nariz gigante aplastando una planta contra el cristal, me ha pillado Dave el Risas. Vati es idiota, ¿para qué abre la puerta?, ¿por qué no ha contratado a un mayordomo, tal como le pedí? Me he sentido mu-mu ridícula y très-très infantil.