No han pasado tantos años desde que Pablo Alborán colgaba en Youtube sus vídeos cantando y tocando en la guitarra. Nada de versiones, temas propios en busca de un ojeador cuando Internet no era enemigo sino aliado. Lo fichó una multinacional y va por el tercer disco, después, por cierto, de cambiar de discográfica. El éxito, arrollador. El público está rendido: despacha copias como churros y agota las entradas de los conciertos semanas antes de celebrarse. El Terral Tour llegaba ayer al Coliseo Balear lleno hasta los palcos.
Las pantallas de un escenario sin florituras muestran a Alborán agitado, se supone, por ese viento malagueño, el Terral que titula la gira. Los 9.000 de la Plaza de Toros de Palma gritan a una y el ídolo ataca Está permitido, el primero de un seguido de temas del último disco, que interpretará prácticamente al completo. Llegan La escalera y los aires de bossa nova de Pasos de Cero, que aprovecha para mover la cadera a lo Ricky Martin. Delirio. Simplemente delirio. Por un tris tras de pelvis. Saluda y agradece a los que se han pasado una semana acampados para tener un lugar en la primera fila. "Muero por vosotros. Me dejo la piel", dice antes de sentarse al piano para interpretar Ecos y Recuérdame, un baladón con papeletas para convertirse en un tema importante de su repertorio.
Quimera y Un buen amor devuelven a un Alborán que ha perdido rigidez sobre el escenario y se atreve hasta con coreografías tímidas junto a su banda. Parece que disfruta, pero hace bien en dosificar esos avances porque no debería pilotar en la liga de los horteras del latineo que, a falta de una voz en condiciones, lo fían todo a la música atronadora, las vueltecitas y el paquete. Alborán, por contra, independientemente de que uno empatice con el género que cultiva, despliega una voz firme, limpia, infalibre y nítida. Canta bien y bonito, sin hacer escorzos ni ponerle el micrófono al público.
El primer tramo del concierto se dedica en exclusiva a Terral y cabe preguntarse -ya que el disco ocupa la mitad del repertorio- si además de la lógica promoción y presentación no hay un intento del artista por reivindicarse después de confesar que lo ha grabado con libertad y tocando muchos de los instrumentos. Por mucho que haya ganado en independencia, no debe, sin embargo, restarle méritos a los trabajos anteriores, más pulidos en conjunto.
Caramelo tiene un estribillo bien armado que en directo crece con la guitarra, las palmas y el cierre en alto de su voz. Perfecta una vez más.
La parte central del concierto incluye las canciones que han cimentado su talento melódico y las canta con la intimidad natural que las compuso. Es un acierto que la banda, lejos de ahogar las canciones, arropen la voz en El beso, Perdóname o Te echo de menos.
Éxtasis confirma su inquietud por no estancarse en la canción melódica y resulta una buena forma de romper la inercia de las baladas, pero la sorpresa está en Volver a empezar, remozada con aires de los 50 y que hubiera resultado perfecta y reivindicable para el cierre. Mejor incluso que Vívela. ¿Por qué no intentar un disco así? La radiofórmula manda mucho y una trompeta jazzera con cantante español es cicuta.
Los bises están al caer y las caderas han vuelto a triunfar. Pelvis. Coreografía minimalista. Delirio. Y más delirio. Guiños a Mallorca y agradecimientos al promotor Toni Rubio, que le sirvió un par de primeras veces en el inicio de su carrera.
Suena Por fin, justo después de Solamente tú, la canción de su lanzamiento. En el estribillo, se emociona ante los coros. Se atreve incluso a cantar una estrofa en catalán.
Se arranca por bulerías con sentimiento y más allá del oficio. Canta parte de un tema que Alejandro Sanz escribió para Niña Pastori. Ya ha tocado el piano, la guitarra, los timbales y el cajón flamenco. Hay talento en Alborán y no podrá explotarlo solo. De los guías y de que la ambición no se diluya y disperse dependerá que crezca y firme un disco redondo. La cadera debe seguir siendo una anécdota.
Fuente: El Mundo.