Nozze di Figaro plantea un problema profundo y crucial de su tiempo (y, como buen clásico, también del nuestro). La igualdad entre los hombres. El mismo que tres años después de su estreno inspirara, al menos como intención, la Revolución Francesa. Sin embargo, lo sorprendente de esta obra es el hecho de que esta gravedad no se note, envuelta en la deliberada “liviandad” de su trama, que respira a través de una música sublime. Un conde y su mucamo se enfrentan por el amor de Susana y el solo hecho del enfrentamiento constituye ya una noticia. La rivalidad entre elementos tan dispares era de por sí una provocación. Ni que hablar del triunfo final del lacayo que, apoyado solamente en su astucia, pone en evidencia las limitaciones de su rival, y por ende las de su clase, ya en una decadencia decidida que presagiaba su amargo final. Fígaro, con su “argentina” viveza, utiliza con inteligencia, en su favor, las manifiestas debilidades de un rival que duda entre sus deseos y su buena conciencia. Esta última es la que en definitiva le impide hacer uso de la fuerza de un derecho, antiguo en el espíritu, pero aún vigente, para conquistar a Susana. Su mucamo, por el contrario, no tiene demasiados escrúpulos, pero sí una confianza ciega en la eficacia de su método, que consiste en el uso incansable del fraude, la mentira y la manipulación de los restantes personajes a los cuales mueve como marionetas. Empezando por Susana, su propia prometida, la resignada Condesa, el inclasificable Cherubino y toda la comparsa de ricos personajes que componen y a veces confunden (deliberadamente) el transcurrir de una trama, por demás simple en su estructura. Todo ocurre en un clima de comedia festiva de enredos, que de alguna manera oculta el peso inexorable de la denuncia que, de todos modos, no pasó inadvertida a los contemporáneos. Con su música brillante y con la mordacidad de su libreto, el dúo Mozart-Da Ponte socava los ya derruidos cimientos de la sociedad de su época. Pone en duda uno de los pilares fundamentales de su estructura de poder: la superioridad de la sangre y el consecuente derecho de unos de mandar sobre otros en virtud de su cuna. Si la verdad consiste, como dice Nietzsche, en ”tener por verdadero”, en un simple acto de la voluntad que no se apoya en ningún dato fehaciente, este es uno de los casos en que su teoría se comprueba. Mozart se atreve, con la inconsciencia y el desparpajo de los genios, a poner en duda esta “verdad” y lo logra con mayor eficacia que muchos grandes pensadores. No hay lugar en esta historia para odios ni resentimientos, ni siquiera para el ridículo, todo es en ella una potente celebración de la vida y expresa un bondadoso humanismo. Ser crítico sin apelar al cinismo, ser profundo sin pesadez, ser serio con humor es sin duda el camino que a Mozart le dicta la sola naturalidad de su espíritu genial, que se renueva con la misma facilidad con que fluye su música. Ponerse en sintonía con este estado de ánimo es la única condición para disfrutar plenamente de su obra. “Vosotros hombres superiores, no aprendisteis a danzar por encima de vosotros mismos! ¿Cómo pues no fracasar?”. Solo algunos pocos de los grandes hombres de la historia han podido escapar a esta dura reprimenda de Nietzsche. Mozart es uno de ellos, quizás el único.
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