Literatura y vivencias personales aparte, El corazón de las tinieblas es una de las primeras novelas que se atreve a retratar sin tapujos el expolio humano y natural que Occidente estaba llevando a cabo en África desde hacía decenios (expolio vigente en la actualidad, encubierto bajo la apariencia de acuerdos comerciales de dudoso beneficio mutuo). Y lo hace a través de la perplejidad de Marlow, un marino que se enfrenta a un entorno extraño, hostil y desconocido, habitado por europeos patéticos, avariciosos y crueles y una población indígena que produce pánico o lástima (según el contexto). La peripecia africana de Marlow, sin objetivos, prolongada durante meses, amenaza con provocarle un cortocircuito mental, del que no se libró Kurtz, un dictatorial y eficaz comerciante cuya figura y métodos le resultan fascinantes y repulsivos a partes iguales. Aun así, la vigencia de la novela de Conrad tiene más que ver con la calidad de la aventura que propone (un viaje a los límites psicológicos y sociales de un mundo que, para presentarlo hoy de forma equivalente, tendríamos que ambientar en otro planeta), y no tanto por la crítica de fondo. Lo único que en mi opinión no consigue transmitir la novela son los sentimientos encontrados que consumen a Marlow (el horror y la fascinación ante el poder omnímodo de Kurtz): todo queda en una serie de metáforas de tono cósmico y apocalíptico tras las cuales nunca asoma nada, ningún dato o acontecimiento que materialice esa transcendencia apenas intuida (aunque tan eficaz en lo literario). En ese sentido la prosa de Conrad funciona igual que en los relatos de H. P. Lovecraft en Los mitos de Cthulhu: la inminencia de un horror definitivo nunca concretado en algo tangible y sin embargo descrito con tal acumulación de desmesuras que luego, al no materializarse en su totalidad, produce un efecto de distanciamiento que enfría la tensión y defrauda al lector, justamente lo contrario de lo que se pretendía.
Ahora pensemos en Internet como un nuevo continente recién descubierto para la humanidad en 1995 por un tal Berners-Lee. Aunque otros viajeros --militares, científicos profesores, estudiantes universitarios anglosajones-- ya lo conocían debido a sus actividades secretas y/o especializadas, hasta ese año no se abrieron sus fronteras para cualquier usuario/consumidor. De modo que sólo han pasado trece años desde entonces y, a pesar de la evolución imparable de la tecnología, el sentido común nos dice que apenas conocemos sus costas y los territorios adyacentes a las principales autopistas que lo atraviesan. Todavía quedan muchos parajes por conocer, yacimientos de negocio por explotar, materiales que transformar en riqueza (algunos lo llaman simplemente «nuevos mercados»)... Ahora imaginemos las webs comerciales, las sedes electrónicas de las multinacionales, las redes sociales, la blogosfera, los portales temáticos, como caudalosos ríos por los que se aventuran expertos consultores (los exploradores profesionales del siglo XXI) y simples usuarios/consumidores (personas como Marlow o como yo mismo) en busca de riqueza y de fama fáciles. Visto así, Internet es un continente que, hoy por hoy, se encuentra en pleno proceso de colonización para usos simples, miserables o lucrativos, dejando de lado --como suele ser habitual-- la oportunidad de aprovechar una tecnología para mejorar, por ejemplo, la calidad de nuestras democracias formales y representativas, compuestas hasta la fecha por elites y gobernadas bajo dictaduras de infinidad de expertos. En este sentido Internet no es una excepción: con todos los avances de la técnica (cinematógrafo, teléfono, televisión) ha pasado lo mismo: los usos que generan beneficios inmediatos son los que en la práctica se acaban imponiendo al resto, arrinconando otras posibilidades más filantrópicas. Así pues, no estamos ante un fenómeno inédito, y por eso El corazón de las tinieblas puede ser una guía útil para intuir por dónde irán los tiros en la colonización digital de Internet. ¿En qué se parecen ambos procesos? ¿En qué se diferencian? ¿Podemos extraer alguna lección? ¿Nos puede servir para estar prevenidos? ¿Vamos a repetir las mismas pautas y a cometer los mismos errores?
La tentación del poder absoluto sigue siendo la norma: los exploradores profesionales [consultores] sueñan con establecer monopolios comerciales gracias a tecnologías esclavas; y en esta carrera --como en África-- el primero que llega es el que se queda con la mejor parte. Por su parte, los nativos [los usuarios/consumidores, los geeks] que llegaron por otras rutas a los espacios que actualmente ocupan (vía foros Usenet y otras comunidades similares) poco a poco se van integrando en los circuitos comerciales que establecen los profesionales [las redes sociales]. Es curioso: igual que los negros fueron convertidos en esclavos los usuarios/consumidores alimentan hoy las webs sociales a cambio de nada; que se reconozcan formalmente sus derechos es un tecnicismo secundario.
¿Qué nos enseña la historia del colonialismo occidental? Pues que la violencia cada vez resultaba menos eficaz para mantener a raya los movimientos secesionistas. La primera en lograr la independencia fue la India (1948), y en los sesenta del siglo XX la mayoría de los países africanos. El expolio se sustituyó por acuerdos comerciales (preferentemente con el ex-colonizador), de manera que se respetaran formalmente los principios de fair-play comercial. Hoy podemos comprobar que se trataba de un engaño: África es un continente todavía más pobrecido que cuando accedió a la independencia, y la emigración y las pandemias hacen estragos entre su población. La pregunta es si Internet sufrirá una evolución similar. Teniendo en cuenta que los intereses comerciales son los mismos no hay que sorprenderse si al final del trayecto nos encontramos con un espacio originariamente público [Internet] cortocircuitado y peligrosamente distorsionado en sus principales flujos por los intereses de las empresas. ¿Exagero? Cada tecnología esclava que aparece en el mercado es un intento de monopolio sobre una parte de ese espacio virtualmente libre (en ambos sentidos) que es (o era) Internet. Cada red social que pasa de moda, desaparece o se integra en la «knowledge database» de una web privada con ánimo de lucro es una confirmación más de que las iniciativas sin estructura formal y sin financiación propia están condenadas al fracaso, como la Comuna de París. Eso no quiere decir que Internet pueda conocer una etapa de auténtica libertad (no caigamos en la tentación de suspirar por unos mejores tiempos pasados), en todo caso ha tenido un pasado mucho más desestructurado que el actual, y eso quizá ha contribuido a mitificar el espejismo de libertad que ha rodeado sus orígenes. En realidad la libertad realmente existente de la proto-Internet consistía en una serie de limitaciones técnicas que, una vez superadas, han estructurado la red (haciéndola más segura, es cierto, pero también más previsible) y más permeable al pelotazo enriquecedor.
Después de leer El corazón de las tinieblas sigo sin entender qué es lo que Marlow encontraba tan fascinante en Kurtz; del mismo modo que no consigo entender por qué las tecnologías esclavas se han convertido en la principal herramienta de negocio en la colonización de Internet. Lo único que se me ocurre es que Conrad, a pesar de la repugnancia que sentía ante el trato que recibía la población indígena, en el fondo seguía siendo un europeo que consideraba a Occidente el baluarte de la civilización, y que su deber (además de levantar una industria que generara beneficios) era exportar su moral, su división del trabajo y sus jerarquías sociales; y para eso piensa que --como hace Kurtz-- es necesario imponer primero la dictadura de la ley y ejercerla sin piedad. ¿Te sientes capaz de completar la metáfora?