La brutalidad de las medidas "de ahorro" anunciadas ayer por Zapatero -y rechazadas expresamente por el presidente español hasta el fin de semana pasado-, muestra a las claras la situación de subordinación de la economía capitalista en este inicio de milenio a los dictados de los "mercados", esa Santa Alianza integrada por la Reserva Federal yanqui, los especuladores bursátiles y las narcofinanzas de la que hablaba en mi post anterior.
Las medidas anunciadas son profundamente antisociales pero sobre todo inútiles, en la medida en que el ahorro que proporcionan es el del chocolate del loro. Su virtualidad es otra, ya que en sí mismas constituyen la prueba de la rendición del gobierno español a los intereses de más allá del Atlántico. No en vano acaba de anunciarlas Zapatero apenas pasadas 24 horas de una llamada telefónica del "progresista" Obama en la que le conminaba a tomar medidas que "calmaran a los mercados". Con todo hay un motivo de esperanza, pues si la actitud de Zapatero ha sido servil, la de Obama resulta desesperada. Explicaré el por qué.
La Santa Alianza ha encajado dos duras derrotas en pocos días. La semana pasada reaccionó por fin la Unión Europea, y se aprestó a defender el euro. Los gobiernos europeos acordaron hacer caja común para resistir la agresión. Pésima noticia por tanto para quienes adoran al dios dólar e intentan imponer su ley a sangre y fuego en los "mercados" y fuera de ellos. La segunda mala noticia les llegó este pasado domingo: el desastre electoral del gobierno alemán ocurrido en las elecciones de Renania del Norte-Westfalia, el Estado alemán más poblado e industrial (y por tanto, con mayor población de clase trabajadora). El lunes, a las pocas horas de cerrados los colegios electorales, la canciller Merkel anunciaba públicamente que había recibido el mensaje de los electores, y que no habría bajada de impuestos; implícitamente estaba renunciando con ello a realizar recortes sociales en la dirección de desmantelamiento del Estado de bienestar alemán, que es la política que la Santa Alianza propugna para Europa.
La fronda de delincuentes financieros internacionales con sede en Wall Street reaccionó rápido, atacando al eslabón de la Zona Euro sino más débil, si más expuesto: España. Fue en ese contexto que el martes se produjo la llamaba coercitiva de Obama a Zapatero, con los resultados inmediatos que acabamos de conocer. Es por eso que digo que estos bandidos andan desesperados: buscan cuellos fáciles donde morder, porque las piezas grandes empiezan a estar fuera de su alcance.
Y sin embargo Zapatero ha levantado los brazos y se ha bajado los pantalones. La realidad es que se trata de un puro gesto, mediante el cual el presidente da a entender a los "mercados" que está dispuesto a colaborar en la destrucción del Estado del bienestar español. Fíjense que hace apenas un año los próceres del mundo hablaban de "refundar el capitalismo" y de la "urgente necesidad de establecer medidas de regulación de los mercados"; hoy, jefes de gobierno como Zapatero se ponen con el culo en pompa ante esos mismos "mercados", convertidos en sala de máquinas de un sistema que continúa pendiente de ser"reformado", al tiempo que rechazan toda posibilidad de "regularización", es decir, de ser sometidos al más mínimo control. A esto hemos llegado.
Y en fin, digo que es un gesto simbólico porque los quince mil millones de euros que el gobierno español ahorrará, a un costo social estratosférico (va a poner en pie de guerra frente a él a funcionarios, jubilados, pensionistas y a las administraciones autonómicas y locales), son verdaderamente el chocolate del loro; pensemos que Grecia, un país con un peso estadístico cinco veces inferior a España, va a necesitar alrededor de cien mil millones de euros para parchear su economía.
El verdadero ahorro, el que reportaría ingresos útiles sin tocar el débil Estado del bienestar español, sería cesar de una vez por todas la malversación de fondos públicos, cortando de raíz dos sangrías reales: la financiación estatal directa e indirecta con cargo a los Presupuestos Generales del Estado que perciben la Iglesia católica y sus ramificaciones en la enseñanza y la asistencia social, y el sobredimensionamiento del Ejército español, cuyas plantillas se hallan históricamente hinchadas en cuanto al número de oficiales que las integran, amén de vivir embarcadas en un turismo bélico por el que desde el chusquero al general perciben unos emolumentos desorbitados por pasar temporadas en zonas de conflicto en las que nada se le ha perdido a España; cada soldado español en Afganistan nos cuesta alrededor de sesenta millones anuales de las antiguas pesetas.
Pero por encima de todo, queda el escándalo de que en este país únicamente pagan impuestos -y por tanto, solo contribuyen directamente a las arcas del Estado- aquellos que cobramos por nómina. Los demás, del fontanero por libre al especulador bursátil, viven en negro. Ahí tiene Hacienda verdaderas minas recaudatorias, en las que sin embargo no interviene ¿Por qué?. Y en fin, es sabido que España es probablemente el único país del mundo en el que los empresarios declaran un promedio de ingresos anuales inferior al que perciben los asalariados: una vergüenza mundial, simplemente. En sus ya famosas medidas de austeridad, Zapatero anuncia como cierre que se "estudiará" una posible subida de impuestos para las rentas más altas; todos sabemos que no la habrá, y que se trata simplemente de una cucharadita de azúcar para dulzificar el saqueo de salarios y pensiones que nos acaba de prometer a los trabajadores. Casi de inmediato se ha apuntado al carro el gobierno catalán, que por boca de su inefable conseller de economía, el señor Castells, acaba de anunciar esta mañana que la Generalitat "estudiará" subir un punto, del 7 al 8%, el impuesto sobre transmisiones patrimoniales; otro que se piensa que nos va a engañar echando un poco de sacarina en el café más amargo que nos han servido desde que murió Franco.
La buena noticia final es que gracias a todo este despliegue de medidas antisociales, la carrera política de Zapatero está acabada. Sólo resta saber cuándo se irá.
En la imagen, un cartel que hoy resulta un sarcasmo.